sábado, 21 de febrero de 2009

Parafraseando a Joseba Arregi

El pasado día 20 el que fuera destacado miembro del Partido Nacionalista Vasco, y en su día consejero de Cultura del G.V., Joseba Arregi, publicaba en la tribuna del Mundo un artículo titulado "La débil democracia española". Acababa yo de hacer la anterior entrada en mi blogg expresando mi cabreo con la actitud cainita de los partidos políticos y de los medios de comunicación en un contexto de crisis económica y social que parece exigir una actitud más solidaria y constructiva de unos y de otros. En su reflexión hacía Arregi una crítica severa, sin duda mejor articulada que la mía, al comportamiento de los partidos en el poder y en la oposición en este contexto.

He de confesar que muchas de las reflexiones de Arregi sobre distintos aspectos de la realidad política, social y cultural me parecen bastante atinadas. Se trata de un personaje con una trayectoria política que le ha llevado, a través de la reflexión filosófica, desde su militancia nacionalista, pasando por un posicionamiento radicalmente crítico con el nacionalismo excluyente, a una recuperación de su independencia de pensamiento y de crítica, habitualmente constructiva. Admiro en él la capacidad para pensar con libertad y para desde la revisión crítica de sus propias opciones, sentirse igualmente libre para hacer crítica de los comportamientos de los otros sin someter su pensamiento al pensamiento uniforme que se intenta impulsar desde los distintos partidos a toque de corneta y no siempre en beneficio de la comunidad.

En el artículo de referencia se refiere Arregi a la actual situación de crisis económica y social, añadiendo la idea de que estamos también en una crisis cultural, y en particular de la cultura política. Se refiere el autor -y cito textualmente sus palabras- al "agotamiento de las idelogías, la confusión entre tolerancia e indiferencia, o entre multiculturalismo y relativismo", aspectos todos ellos en los que coincidimos con otros países; pero apunta también a problemas específicos españoles, tales como el espiritu cainita, al que yo me refería, que caracteriza tanto al partido en el gobierno como al partido en la oposición.

Afirma Arregi que no hay democracia sin oposición y que, por tanto, no puede ser una buena práctica por parte de un gobierno el "dejar a la oposición sin margen de maniobra, exigiéndola un alineamiento sin fisuras con sus políticas bajo pena de acusación de deslealtad con el Estado", tratando de provocar con ello reacciones crispadas y la expulsión de la oposición hacia posiciones extremas. La democracia sufre cuando se la somete al espectáculo y los riesgos de una sociedad mediática, sobre todo si los gobernantes "en lugar de esforzarse en limitar esos riesgos, hacen de ellos el núcleo de su forma de actuar". Pero afirma que la democracia se debilita también si la oposición es incapaz de encontrar su sitio como tal: "La democracia sufre si el pricipal partido de la oposición juega a suicidarse con luchas internas por un poder limitado.... La democracia sufre cuando la oposición cree que la única manera de responder ... es recurriendo a unos principios abstractos, más afirmados que explicados y articulados en sus contenidos, más dogmáticos que verdaderos criterios de actuación política". Para Arregi la democracia requiere trabajo diario, pasar de las palabras a la gestión.

No se trata aquí de menospreciar los principios y los valores, que han de regir la acción política. La cuestión, diría yo, es que se necesita "pasar de las musas al teatro". Y hacerlo tratando de coordinar actuaciones y de buscar consensos sin estar continuamente poniéndose zancadillas. Para ello es imprescindible desterrar dogmatismos y aceptar por los partidos en el poder y en la oposición que no siempre tienen la razón o toda la razón, y que, en consecuencia se puede llegar a una política de acuerdos frente a otra de imposición o de oposición radical, que con frecuencia termina por ser paralizante.

Llevaré de nuevo el ascua a mi sardina para insistir una vez más en la importancia de la cultura de los matices como herramienta necesaria para el diálogo y para enfrentarse también a la práctica política de una forma más constructiva y menos envenenada.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.
Paco Santibáñez

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