lunes, 20 de julio de 2009

Lenguaje sexista: por una revisión sin extravagancias

Basta con tener un conocimiento básico de la historia pasada, y tan solo un poquito de sensibilidad, para percatarse de los numerosísimos rasgos de machismo que han caracterizado a nuestra sociedad a lo largo del tiempo. Algunos han ido afortunadamente desapareciendo o mitigándose. Otros todavía persisten, ya sea claramente a la vista, ya convenientemente camuflados. Es decir, que todavía hay camino por andar en este terreno. Claro que es preciso hacerlo con sentido común, atacando los verdaderos problemas en sus raíces y no centrando excesivamente la atención en cuestiones que, siendo ciertamente un síntoma del problema, que habrá que tratar, no constituyen para nada un elemento nuclear del mismo. Me voy a referir aquí en concreto a uno de ellos, que viene siendo objeto en los últimos tiempos de una atención no sé si desmedida, pero en muchas ocasiones torpe: las manifestaciones de machismo en el lenguaje.


Estas manifestaciones han existido y todavía existen, como reflejo del verdadero problema, el menosprecio y la dependencia histórica de la mujer. Por eso se ha hablado siempre de “los hombres” para referirse al género humano. Por eso se ha dicho siempre, por ejemplo, que “los hombres y las mujeres del lugar estaban “consternados”, en lugar de “consternadas”. Por eso, cuando las mujeres empezaron a ir a la universidad y graduarse en medicina se empezó a hablar de ellas como “las médicos” en lugar de “las médicas”. Y así podríamos enumerar muchos otros síntomas de machismo en el lenguaje, una gran parte de los cuales han ido siendo, afortunadamente, corregidos. Estupendo. Bueno, estupendo cuando se hace con sentido común y no se incurre en exageraciones y despropósitos –a veces fruto de una osadía cimentada en la ignorancia- que, aparte de provocar el cachondeo de casi todos, despierta también, junto a la inevitable hilaridad, la preocupación de quienes, desde el conocimiento y el sentido común, pretenden abordar la cuestión con seriedad.


Justamente ayer, oyendo la radio al despertarme, escuchaba todavía medio dormido, que no se que entidad u organización feminista (insisto, todavía dormitaba) sugería que se obviara la utilización de “el gerente” o la “gerente” y se sustituyera por “la gerencia”. Y así con otras palabras semejantes ¡Qué horror! ¿Tan difícil les resulta entender que la palabra “gerente”, como tantas otras en castellano es tan femenina como masculina?. O, como nos decían a los de la vieja escuela, que es neutra en cuanto al género. Pues bien, no es más que una muestra entre muchas. Baste recordar a personas suficientemente conocidas –cuyo nombre omitiré, para no hurgar en la herida- que pretendían luchar contra el machismo en el lenguaje- hablando de “jóvenes y jóvenas” (por cierto, veo que el corrector, con buen criterio, me corrige subrayándome en rojo la palabreja), y más recientemente de “miembros y miembras” (maravilla, el corrector insiste). Por la misma razón supongo que hablarán de “adolescentes y adolescentas”, de aprendices y aprendizas, de líderes y líderas, de pajes y de pajas (con perdón), de calmantes y calmantas, de bañistas y bañistos (ahora que estamos en verano), de videntes y videntas, de rentistas y rentistos, de socialistas y socialistos, de sagaces y sagazas, de seniles y senilas, de fantasmas y fantasmos, de colegas y colegos, de imberbes e imberbas, de razonables y razonablas.


En fin, seamos razonables. Vamos a intentar enfrentarnos al machismo en todas sus manifestaciones, incluidas las que puedan todavía aparecer en el lenguaje, pero desde el sentido común y sin extravagancias absurdas, que para nada contribuyen a dar seriedad a la lucha por la igualdad real entre los sexos. Eso sí salvando la fantástica diferencia que nos resulta tan atractiva.


En fin, Un brindis por la igualdad y otro por la diferencia.


Buenos días y hasta la próxima.

viernes, 17 de julio de 2009

Preguntas con motivo de la violación múltiple de una menor

La noticia me ha conmovido, o por mejor decir me ha horrorizado. Un adulto y cinco menores violan uno tras otro a una niña-adolescente. Una vecina que lo ve tarda cinco horas en denunciarlo a la policía. Lo especial del caso es que los violadores non han utilizado esta vez la fuerza bruta, sino el chantaje moral hacia una niña que, por serlo, tiene miedo a que sus padres vean una grabación que le han hecho y que amenazan hacerles llegar.

Una vez leído en la prensa digital el contenido de la noticia, me he tomado la molestia de leer también algunos comentarios hechos al pie por internautas anónimos. Casi todos traducen conmoción, algunos claman venganza y muchos exigen un cambio radical en la ley del menor para que las tropelías cometidas por menores no sean castigadas con lenidad o incluso queden impunes. No faltan tampoco los que ponen el acento en la permisividad excesiva de los padres en la educación de los hijos, cuando no directamente en la dimisión de su irrenunciable compromiso para ponerlo en manos del sistema educativo; como si con ellos no fuera la cosa. Un grupo bastante numeroso estima que la base de estos comportamientos está sobre todo en la pérdida de algunos valores tradicionales como el respeto a la autoridad y la vinculación de sexo y afectividad, por citar sólo algunos. No faltan tampoco los que responsabilizan al gobierno por la promoción de leyes más consideradas con los derechos de los verdugos que compasivas con las víctimas. Por último, hay también bastantes que culpan a los medios de comunicación por la proliferación de programas en los que se ofrecen a los menores modelos poco edificantes: búsqueda del éxito por caminos fáciles, violencia verbal y física, sexo trivializado, etc. etc.

Hasta aquí lo extraído de los escritos de otros. En lo que a mi respecta, aparte del espanto por lo ocurrido, cuando se trata de interpretar los hechos y buscar atribuciones causales, como casi siempre, tengo más dudas y preguntas que respuestas y tiendo a pensar en una combinación compleja de casi todas esas causas, sin que resulte fácil calificarlas por orden de importancia.

Desde luego, aunque puedo entender la rabia de un padre o una madre en casos como el que nos ocupa, no creo para nada en la venganza, por más que algunos la justifiquen alegando que, si la ley deja impune al delincuente, algo habrá que hacer para que "no se vaya de rositas". Si no fuera suficiente el sentido ético para excluirla como herramienta, bastaría recurrir al sentido práctico. Venganza sobre venganza la sociedad caminaría ineludiblemente a su autodestrucción.

Hecha esta exclusión radical, creo que hay un largo camino por recorrer para intentar evitar que casos como este se repitan. Y creo que para hacerlo habría que actuar de forma combinada sobre todas las causas que, también de forma combinada, parecen estar contribuyendo a que tengan lugar episodios tan lamentables. Para ser fiel a mis propias inseguridades al respecto me limitaré a hacer algunas preguntas, que de algún modo llevan implíctas algunas sugerencias:

1. ¿Hasta que punto en el ámbito de la educación familiar se ha encontrado el equilibrio entre la formación para la libertad y la responsabilidad, por un lado, y la necesidad que los menores tienen de acompañamiento, de corrección y de límites, por otro?.

2. ¿Hasta que punto algunos padres, en su afán por proteger a sus hijos y darles comodidades, que ellos en algunos casos no han tenido, les han acostumbrado a tener con tal facilidad todo lo que desean, que luego les resulta frustrante renunciar a ello, aunque lo que deseen hayan de tomarlo por la fuerza?.

3. ¿Hasta qué punto en nuestra sociedad hemos sido capaces también de conciliar las exigencias de una sociedad escrupulosamente garantista y respetuosa con los derechos de todos, con el justo castigo del delito y la protección de las víctimas reales y potenciales?

4. ¿Hasta qué punto es posible que los complejos derivados del hecho de venir de una sociedad autoritaria no está en la base de un movimiento pendular, que de forma un tanto demagógica, ha inclinado la balanza hacia una legislación particularmente benévola con algunos delitos?

5. ¿Hasta que punto vivimos en una sociedad que ofrece a los menores modelos de comportamiento poco edificantes, orientados al éxito fácil y rápido, a la obtención del placer inmediato, o a la trivialización del sexo (incluso en edades cada vez más tempranas), como si en él no estuviera implicado ningún tipo de componente emocional o afectivo, o como si no requiriera, en consecuencia, un cierto grado de madurez?

6. ¿Hasta que punto los medios de comunicación no estimulan consciente o inconscientemente la imaginación de los menores, con sus innumerables programas dedicados al chismorreo, a los montajes de personajes de medio pelo, y al emcumbramiento de otros cuyos méritos se reducen al exhibicionismo de sus aventuras amatorias?

La cuestión es compleja. Las preguntas son muchas y de no demasiado fácil respuesta. Y sin embargo -o quizás por ello- es preciso que la sociedad se plantee, a diferentes niveles, una profunda reflexión con el fin de intentar que episodios como el aquí comentado se repitan una y otra vez.

Es todo por mi parte. Buenos días y buen ánimo.

miércoles, 15 de julio de 2009

Dos muertes evitables y el riesgo de un linchamiento moral

A contracorriente con matices


En las últimas fechas una cadena de errores y probablemente algunas negligencias han llevado a la muerte de forma sucesiva a una madre y a su hijo, de nacionalidad marroquí. Quiero creer que esto de la nacionalidad es una pura cuestión de azar y no de trato desigual; es decir, que esto mismo le podría haber pasado a una familia de nacionalidad española. De no ser así, a la tristeza y la compasión por estas dos muertes, al parecer perfectamente evitables, habría que añadir una seria preocupación por la sensibilidad ética de nuestra sociedad. Espero que no sea el caso.


Haciendo un poco de análisis resulta, cuando menos llamativa, la sucesión de idas y venidas al hospital de la primera víctima, sin que se diagnosticara convenientemente su dolencia (gripe A) y, en consecuencia, sin que se le aplicara el tratamiento indicado para superarla. Resulta difícil no pensar en algún tipo de falta de adecuación de los protocolos de los hospitales a la actual situación de pandemia y/o falta de finura en la aplicación de los mismos. Alguna responsabilidad individual y colectiva debe haber en este mal funcionamiento de lamentables consecuencias. Los medios de comunicación en general así lo han subrayado, aunque la mayoría de ellos sin cargar excesivamente las tintas.


Sin dejar de atribuir la importancia que tiene a esta primera muerte, quiero centrar especialmente mi atención en la segunda, la de Rayan, el niño recién nacido. Prácticamente todos los medios han recogido la noticia en lugares destacados y con grandes alardes tipográficos. Y casi todos lo han hecho, al menos en un primer momento, poniendo el acento en “un error terrorífico de una enfermera”, quizás recogiendo directamente lo del “error terrorífico” de las declaraciones tempranas del director del hospital.


Al escuchar los noticiarios de radio y televisión y al leer en la prensa esta primera noticia, pensé por supuesto en el dolor sobre dolor de la familia y en la fatalidad con que se ha visto golpeada doblemente en unos pocos días. Pero también me invadió un profundo sentimiento de compasión por la enfermera que reconocía su error como causa de la muerte del pequeño. Seguramente, aparte su familia más próxima, nadie habrá sentido más esta muerte que ella misma. No quiero, ni por lo más remoto, pasar por alto su error, y menos si ha existido algún tipo de negligencia; pero me parece sumamente exagerado hacer un subrayado tan grueso sobre su responsabilidad. Aun aceptando que no todos los despistes o errores que se tienen o cometen en el día a día en el ámbito laboral tienen los mismos efectos dramáticos, me gustaría que cada uno pensara en los que él mismo ha tenido o cometido y que, o han pasado desapercibidos o, en el peor de los casos, han tenido solo algunos efectos indeseados, pero no demasiado graves. Esa es la gran diferencia, por más que el despiste o el error se den en todos los casos.


Afortunadamente, a medida que pasan las horas y los días, los medios de comunicación han ido dejando de poner el acento en subrayar la responsabilidad individual de la enfermera en cuestión para insistir en los factores estructurales que han contribuido a convertir en irreversible un error humano. El primero, la existencia de dos tomas con el mismo calibre para conectar dos vías con distinta función: una nasogástrica para la alimentación del paciente y una intravenosa para la medicación. El segundo, la inexistencia de un dispositivo que hiciera saltar una alarma sonora cuando, eventualmente, se pudiera producir este error. Precisamente el hospital pensaba instalarla en fechas próximas. Si iba a hacerlo es porque consideraba previsible la posibilidad de un error humano del tipo del que desafortunadamente se ha producido.


Me limitaré a destacar estos dos aspectos, aunque también podría referirme a los desajustes estructurales de las plantillas de los hospitales, a los desplazamientos frecuentes del personal de unos puestos a otros y al peligro adicional que significa la concentración de las vacaciones del personal de plantilla en estos meses, lo que traslada responsabilidades no siempre bien medidas a personal poco experto.


¡Ojo! No quiero con esto exculpar a la enfermera en cuestión. La investigación de lo ocurrido depurará responsabilidades. Pero sí que me parece excesiva la forma en que se han cargado las tintas sobre ella, sin que se viera en la mayor parte de los casos un ápice de compasión.


Hasta aquí mi personal reflexión. Buenos días y hasta la próxima

sábado, 11 de julio de 2009

Sobre la propuesta de estabilidad del PNV


Leo en la prensa de hoy la noticia de que el PNV, a través de su presidente Iñigo Urkullu, ha presentado al PSE y al PSOE una propuesta para una legislatura con estabilidad institucional, referida en principio a las instituciones de gobierno propias del País Vasco (Gobierno, Diputaciones y Ayuntamientos), pero extensible a las instituciones de gobierno del Estado. Y todo ello con ánimo de dar una respuesta colectiva consensuada a las dificultades y retos que trae consigo la situación de crisis actual. Para tener una idea cabal del contenido fundamental de la propuesta he querido escucharla en la voz de quien la hace y aquí mismo dejo la dirección que he utilizado por si alguien lee estás reflexiones y quiere también hacerlo.

http://www.eaj-pnv.tv/iptb.php?language=es&idkatea=1

Quien haya seguido asiduamente las entradas de este blog, especialmente las que se hicieron en los aledaños de las elecciones autonómicas (antes y después de la configuración del nuevo gobierno vasco), tendrá muy clara mi posición francamente crítica con el PNV y con el propio Urkullu en esos días. Primero con motivo de su contumacia en proponer a un candidato como Ibarretxe, cuya deriva soberanista hacía inviable cualquier acercamiento conciliador entre dos mitades de la población vasca con sensibilidades muy diferentes relativas a la propia identidad y a la configuración política del país. Luego con sus desafortunadas declaraciones postelectorales, que presagiaban una actitud resentida como efecto del desalojo del poder, tras un periodo muy prolongado en el mismo. Recuerdo que en alguna de aquellas entradas consideraba con simpatía la posibilidad de que pudiera intentarse un gobierno de coalición improbable entre los tres partidos mayoritarios. Y ello en aras tanto de configurar un gobierno fuerte que fuera capaz de responder a los retos de la crisis económica, como de facilitar acuerdos entre partidos para llevar a la práctica una acción política trasversal, capaz de conciliar posturas y actitudes de tan diferentes sensibilidades, convirtiendo en mucho más llevadera y amable la convivencia en la discrepancia.

Siendo así, supongo que a nadie extrañará que me suene bien una propuesta en la que, por fortuna, y de forma excepcional, no se pone el acento en resaltar y acentuar las diferencias, sino en buscar puntos de encuentro para abordar los problemas importantes que afectan a la ciudadanía. Me suena bien que se hable de llegar a acuerdos sobre garantía para los servicios sociales, sobre a apoyo a empresas, sobre inversión pública como elemento tractor, sobre fiscalidad y sobre empleo; y todo ellos desde un compromiso de lealtad entre los firmantes de posibles acuerdos. Para ser sincero me asombra que, dadas las circunstancias actuales, no haya habido aún iniciativas sólidas, semejantes a ésta, presentadas por los partidos de gobierno, tanto del estado como de las autonomías; propuestas hechas con sinceridad, sin demagogia y con ánimo de llegar a acuerdos sólidos, sin contaminación de planteamientos raquíticos de carácter electoralista, pensando tan sólo en el beneficio de los ciudadanos, especialmente aquellos a los que la crisis actual está situando en los bordes, cuando no en los vertederos del sistema.

Me gusta esta propuesta, por lo mismo que me gustan todas las propuestas constructivas, todas las que invitan a la reflexión y el diálogo como instrumento para abordar los problemas. Y sin embargo, me temo que empezarán a ponérsele peros y obstáculos que le impidan progresar. Ya empiezan a aparecer: Que si es una propuesta que busca evitar la pérdida de la Diputación de Álava; que de lo que trata el PNV es de mantener la imagen de ser un partido de gobierno; que, si piensan así, por qué no hicieron la propuesta cuando estaban en el gobierno en vez de insistir tanto en la consulta (principal elemento de discordia), etc., etc. Y no voy a ser tan ingenuo como para pensar que no pueda haber algo de eso. Pero por qué no pensar que, desaparecido de la escena política el principal impulsor y catalizador de la obsesión soberanista de un sector del nacionalismo -léase Ibarretxe- salen a relucir en el PNV las posiciones más inteligentes y conciliadoras que, sin renunciar a sus planteamientos nacionalistas, entienden que, en el corto plazo, la situación de crisis actual exige consensos amplios para hacerla frente, y que, en el largo plazo, la sociedad vasca no puede vivir permanentemente tensionada por el radicalismo y exige de sus políticos, sean o no nacionalistas, una visión y una acción política de carácter trasversal que facilite una convivencia creadora.

Como conozco el percal, sé que algunos pensarán que soy un ingenuo. Tal vez. Pero para una vez que aparece una propuesta constructiva y conciliadora, que apela a la lealtad entre partidos, creo que nadie debería menospreciarla. Es preciso dar una oportunidad a la esperanza.

Nada más por hoy. Buenos días y hasta la próxima.