miércoles, 30 de septiembre de 2009

Esto sí que es un buen plan de pensiones

CINCUENTA Y DOS millones de euros reserva el BBVA para suavizar a J.I. Goirigolzarri el disgusto por su cese como consejero delegado. Si,si: 52 kilos del ala; es decir, algo más de OCHO MIL SEISCIENTOS CINCUENTA millones de las antiguas pesetas!!! Un buen plan de pensiones por el que se le garantiza unos ingresos de tres millones de euros al año con carácter vitalicio. Y, por si fallece, a su seguramente necesitada hipotética viuda se le mantendrá una buena parte de esa remuneración. Y mientras tanto el G20, que tan generosa , rápida y eficazmente se aplicó para salir al paso de la crisis financiera, provocada en gran parte por una gestión temeraria y especulativa de los grandes tiburones de la banca (premiada además con bonus e indemnizaciones escandalosas), anda ahora remiso, timorato y, en todo caso lento, a la hora de proponer una legislación que induzca y regule una gestión de las entidades financieras más responsable, menos especulativa y, desde luego más exigente y menos desmedidamente generosa con sus gestores de alto rango. Es lo menos que se puede exigir a unas entidades a las que se ha tenido que ayudar generosamente con dinero público para evitar la ruina del sistema. Y no vale decir que el BBVA ha sido de los que menos han necesitado esta ayuda. No se trata aquí tanto de una cuestión cuantitativa, sino cualitativa.


El asunto llama mucho más la atención en un momento de crisis, y particularmente de crisis financiera, en que la banca está especialmente cicatera en la concesión de créditos a empresas, en particular las pequeñas y medianas, que dependen para su pervivencia de la posibilidad de realizar inversiones que les permitan mejorar su capacidad de adaptación a las exigencias de la competencia en un mercado cada vez más abierto y fluido. ¿Cuántos créditos a pequeñas empresas a punto de ahogarse podrían servir para rescatarlas de su crisis con esos 52 millones de euros? ¿Cuántos puestos de trabajo se podrían salvar o rescatar dándoles otro destino?. Pero en fin, ¿quién ha dicho que eso sea más importante que asegurar la pingüe pensión vitalicia del ciudadano Goirigolzarri?.


Qué más da si las flacas pensiones mínimas apenas garantizan la supervivencia de quienes las perciben! Qué más da si hay trabajadores en paro de larga duración que han de conformarse (y menos mal) con la limosna recientemente aprobada de los 420 euros al mes! Qué más da si los mileuristas de turno no pueden, aunque tal vez lo quisieran, abrir un plan de pensiones complementario por si llega un momento en que se deteriora el sistema público de pensiones! Qué importa si estos prohombres de la gran banca, tan generosamente pagados en sus años de actividad, han acumulado grandes fortunas, que, bien administradas garantizarían el futuro de sus hijos y nietos! ¡Qué importa!. Lo que en realidad parece que cuenta es preservar el interés personal de estos individuos que se cuidan muy bien de protegerse entre sí y con los que el poder político no quiere, no puede o no se atreve a entrar en conflicto.


Alguien podría tener la tentación de pensar que tampoco es para tanto si lo comparamos con los contratos que suscriben algunos deportistas de élite. Y, en alguna forma podríamos estar de acuerdo, pero, sin que sirva de precedente, por esta vez coincido con Pedrojota en su reflexión de hoy de “El Mundo en dos minutos”. Al menos a estos deportistas, viene a decir Pedrojota, se les paga por una actividad que hacen muy bien. Y que además, añado yo, a muchos nos entretiene y nos distrae de las preocupaciones del día a día. En cambio a J.I. Goirigolzarri, sigue Pedrojota, se le va a pagar generosamente para que se vaya a su casa, en el mejor de los supuestos premiándole por una buena gestión. Claro que, digo yo, hay que ser muy generosos, a la vista de lo que ha ocurrido recientemente con la gran banca, para que concedamos tan ingenuamente el beneficio de la duda.


Buenos días y buen ánimo pese a todo

martes, 29 de septiembre de 2009

…….. Y enseguida la de arena


Me congratulaba yo en mi reflexión de ayer con el talante moderado del discurso de Urkullu en el Alderdi Eguna del domingo pasado, en un contexto habitualmente indicado para los maximalismos y hasta propicio para cualquier género de intemperancia. Y lo hacía porque creo sinceramente que, en un marco democrático, cabe perfectamente la defensa firme de los planteamientos nacionalistas, incluidos los independentistas, siempre que se persigan sin violencia, sin victimismos y sin una desmedida agresividad verbal. Esa misma agresividad verbal que desafortunadamente tiñe la relación de la mayoría de nuestros políticos (esos que no nos merecemos) en el día a día y que convierte a los rivales en enemigos despreciables, esencialmente malintencionados y responsables de todos los males.

Pues bien, por primera vez en años, el discurso del presidente del PNV, sin renunciar a sus convicciones profundas, había adoptado un tono templado, muy del gusto de quienes creemos que no tiene más razón el que más grita (o el que más insulta) y pensamos que el respeto a los otros, incluidos los rivales, puede ayudar a buscar puntos de encuentro y, desde luego, facilita mucho la convivencia.

Por cierto, tengo un amigo en Valladolid que, cuando me oye hablar en estos términos, me acusa, entre bromas y veras, de padecer el síndrome de Estocolmo con el nacionalismo vasco. Me temo que, si se ha asomado a mi entrada de ayer, o si lee estas mismas líneas se va a ratificar en ello por más que yo le diga –con todo el respeto para quienes se sienten nacionalistas, sean vascos, catalanes, gallegos, españoles o ucranianos- que no me gustan en general los nacionalismos y menos los nacionalismos excluyentes de cualquier género. Suelen tener en común una tendencia muy arraigada a usar las banderas para andar a banderazos, a la confrontación más que al acuerdo, a las posturas paranoicas y defensivas más que a la confianza y a la colaboración.

Por eso, sin retractarme del elogio de ayer, me siento libre con mayor motivo para la discrepancia y la crítica de hoy. Me refiero a las declaraciones más recientes de Urkullu, sólo un día después del discurso del Alderdi Eguna en las que viene a decir que el PP y el PSOE pretenden, “como tras el 23 F”, lapidar o laminar a los nacionalismos. Me parece excesiva la “mención a la bicha”. Está claro que la situación actual de la democracia española , pese a algunos males que sin duda la aquejan, nada tiene que ver con la situación de democracia vigilada y amenazada de 1981 y que, tras el golpe del 23 F, derivó en 1982 hacia la regulación y reordenación del proceso autonómico que representó la LOAPA (Ley orgánica de armonización del proceso autonómico). Por eso la comparación no es de recibo y lo que tiene que aceptar el PNV y, desde luego su presidente, es que no todo el mundo en el País Vasco tiene su concepción de país y que los partidos que a día de hoy sustentan la acción del Gobierno Vasco tienen la misma legitimidad para orientar la acción política que tuvo durante mucho tiempo el PNV en los gobiernos nacionalistas. Ni más, ni menos. Eso si, como todos los partidos en el poder pueden ser objeto de crítica. Claro que sin necesidad de traer al presente los fantasmas del pasado.

Por eso digo que, después de una de cal, el amigo Urkullu ha tardado muy poco en dar la de arena. Y me temo que lo ha hecho –y esto es una especulación que me parece más que razonable- ante la necesidad de contentar a miembros de su partido pertenecientes al sector más agresivamente nacionalista del mismo. Lo lamento mucho; sobre todo porque, leídas en conjunto, las declaraciones de Urkullu tienen cosas interesantes y merecen ser analizadas con tranquilidad, incluso si se discrepa de ellas. Sólo que su desafortunada alusión al 23F ha polarizado de tal manera la atención de la prensa, que el resto pasa completamente desapercibido. Lo dicho: una de cal y otra de arena.


Nada más por ahora. Agur eta ondo ibilli.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Bienvenido el discurso templado de Urkullu

Tradicionalmente el Alderdi Eguna –día del partido- que cada año celebra por estas fechas el PNV, suele ser un día de encuentro y exaltación del nacionalismo, en el que, entre la moderación y el maximalismo suele inclinarse la balanza por el lado de éste. Tampoco es tan extraño si vemos lo que sucedió recientemente con el PSOE en Rodiezmo o lo que ocurrió ayer mismo con el PP en Dos Hermanas. Se trata por lo común de celebraciones para el autobombo (“hay que ver lo que valemos y que guapos somos”) y son el marco habitual de propuestas maximalistas, hechas frecuentemente con aire desafiante y destemplado, sin concesión alguna para los partidos rivales que “son, por supuesto, un desastre, la encarnación del mal y el origen de todas las frustraciones ciudadanas“. Así de simplista y así de estúpido.

Por eso, un año más se esperaba con atención la celebración del Alderdi Eguna de este año, para ver por qué aguas navegaba el discurso del Presidente del PNV, ahora que su figura no aparece velada por el Ibarretxe tonante de sus últimos años de Lehendakari. Y hay que reconocer que éste discurso, sin obviar la crítica al PSOE y al PP (los partidos de gobierno) y la reivindicación de la ikurriña y de la patria vasca, consustancial al nacionalismo, ha sido incomparablemente más suave y mucho más matizado y conciliador. Se corresponde más que otros anteriores con el Urkullu que yo conozco, más templado de lo que parecía inferirse de discursos anteriores. Merece la pena destacarse, sobre todo por ser un discurso pronunciado en una fiesta de exaltación, un marco escasamente propicio para la templanza.

A mi, la verdad, me gusta que así sea, aunque supongo que habrá dejado preocupados a algunos nacionalistas. Lo que me sorprende (o quizás no tanto) es que algún comentarista político, con afición al espectáculo, eche en falta los “ocurrentes” exabructos de Arzallus o las últimas intemperancias de Ibarretxe en las pasadas celebraciones del Alderdi Eguna. En fin, allá cada uno con sus pulgas.

Agur y hasta otra

jueves, 24 de septiembre de 2009

Discriminación positiva en el cine


Según ha anunciado el Director General del Instituto Nacional de Cinematografía ya está lista la orden ministerial que establece la discriminación positiva a favor de las creaciones cinematográficas de las mujeres. En palabras del mismo se establece que, “en igualdad de condiciones, gana la mujer” y se lleva la subvención. Estamos hablando de una subvención que se hace “sobre proyecto”, porque parece que además hay otras de carácter automático a la producción cinematográfica.

Cuando he conocido la noticia, no sé muy bien por qué (o tal vez sí) me ha venido a la mente el pasillo de un hospital –creo recordar que era el Clínico de Valladolid- en el que, hace un par de años, mientras esperaba una consulta, me entretuve en observar una serie de fotos colocadas a lo largo de las paredes del mismo en una secuencia cronológica. Se trataba de las fotografías de grupo de las promociones de médicos que habían ido saliendo de la facultad de medicina de Valladolid a lo largo de las tres o cuatro últimas décadas. En las primeras aparecían sólo hombres, luego empezaba aparecer alguna mujer (rara avis) entre una mayoría abrumadora de hombres. Poco a poco iba modificándose la relación de manera progresiva, hasta igualarse, e incluso invertirse en los últimos años.

No hay duda de que me encontraba ante un documento gráfico que expresaba magníficamente la discriminación de la mujer en el acceso a la universidad y, consecuentemente, a puestos de trabajo cualificados. “Mutatis mutandis”, estamos ante la misma discriminación histórica que explicaría que hace no muchos años no hubiera apenas mujeres que se dedicaran a la creación cinematográfica y que poco a poco vaya habiendo más, algunas de ellas con un reconocido y bien ganado prestigio . Por referirme a algunas de ellas citaré a Iciar Bollain, con películas de calidad que yo haya visto como “Leo” y “Te doy mis ojos”, o Isabel Coixet, con una de las películas que más me han gustado en los últimos años: “La vida secreta de las palabras” y la última, ahora en cartel: “Mapa de los sonidos de Tokio”.

Lo cierto es que, en la actualidad, a pesar de ser todavía minoritarias en la creación cinematográfica, cada vez hay más y mejores mujeres en la profesión. Para quien quiera comprobarlo, le sugiero que consulte la lista de 50 de ellas que aparecen en el siguiente enlace: http://www.nuestrocine.com/directoras.asp . Me gustaría pensar -y sinceramente así lo creo- que su aportación a nuestro cine tiene más que ver con su talento que con la discriminación positiva. Es más, muchas de ellas realizaron sus creaciones en el marco de una sociedad que las discriminaba negativamente, pero que afortunadamente ha cambiado de forma clara al hilo de la evolución política, económica y social de nuestro país en las últimas décadas. Es exactamente lo mismo que ha ocurrido con la medicina y con otras profesiones, aunque, por lo que se ve, con un cierto desfase en el tiempo, cuyas causas habría que analizar con calma. En todo caso, no creo que sea un problema de subvenciones que, por lo demás, valdría lo mismo para hombres y mujeres.

Asumiendo que la cuestión es opinable , que puede ser objeto de muchos matices y que tiene seguramente algunas facetas que se me escapan, creo que esta discriminación encierra, bajo su apariencia de positiva, una discriminación negativa mucho más sibilina y de más calado, que podríamos resumir en esta frase: “Démosles a estas creadoras con una subvención la oportunidad que tal vez no les de su talento. Al fin y al cabo, en igualdad de condiciones, los hombres ya se las apañarán por sí mismos”. No creo que a las citadas Bollain y Coixet , por ejemplo, les guste. Y, sin embargo, al menos la última, que yo sepa, no le hace ascos a la discriminación positiva. Y yo lo entiendo, claro.

Buenos días y hasta la próxima

miércoles, 23 de septiembre de 2009

“No hay más que salir a la calle…..”


Estaba yo dudando de mi patriotismo. De repente me sorprendí fiándome de las estadísticas que aseguraban que nuestro PIB había experimentado las caídas más graves de la zona Euro y creyéndome, ingenuo de mi, los pronósticos de la OCDE que aseguraban que, desafortunadamente, nuestro país sería el último de la Unión Europea en salir de la crisis.


Menos mal que nuestro presidente salió enseguida al paso desmintiendo los hechos con palabras: “la recesión en España será menor que en otros países europeos” y la economía española no está en caída libre, “no hay más que salir a la calle para ver que no es así” (entrevista en Newsweek).


Brillante. En vez de aceptar humildemente que los datos han desmentido sus pronósticos ingenuamente (? ) optimistas del pasado, es capaz de pretender que sus palabras desmientan los datos (maravillas del poder).


Todavía más brillante: Salgan a la calle y vean que hay gente en las terrazas más “chic”. Vayan a la playa y vean que hay gente de veraneo. Y, ¿por qué no seguir?, vayan a los puertos deportivos y verán que hay gente que sale con sus yates de recreo, y a los restaurantes de lujo… y a los campos de golf. Claro que deben abstenerse de pasar cerca de cualquiera de las oficinas del INEM, o de fijarse en la cada vez mayor presencia de mendigos en las calles. Y, en todo caso no se fijen mucho en la falta de clientes en los comercios, ni en los bares con las barras desiertas. Y, por supuesto, no sean ustedes tan “tiquismiquis” como para andarse fijando en los datos. No sean derrotistas. Eso son minucias.


Buenos días y, pese a todo, buen ánimo

lunes, 21 de septiembre de 2009

Estrategia frente a improvisaciones y ocurrencias


Partiré en esta reflexión del hecho, difícilmente objetable, de que un factor decisivo de la crisis económica que venimos padeciendo –por cierto que no todos por igual- han sido las prácticas intolerables con que un buen número de ladrones de guante blanco nos han obsequiado, manejando con una codicia sin límites los resortes del sistema financiero internacional. Tendré en cuenta también la debilidad estructural de algunas de las bases de la economía española en las épocas de presupuestos generales del estado con superávits; esa “época dorada” en que nuestros políticos presumían de la fortaleza de nuestra economía. Me referiré expresamente a un par de ellas especialmente relevantes: la hipertrofia del sector de la construcción, estimulada por la inversión especulativa en el ladrillo, y el importante peso relativo de la actividad económica relacionada con el turismo. Y esto por citar sólo algunos de los factores internos de vulnerabilidad de nuestra economía.

Está claro, pues, que estamos ante algunos factores que han afectado de manera parecida a todas las economías y otros que han contribuido a agravar la crisis de la economía española. La responsabilidad de la presencia de los primeros tendrían nuestros gobiernos que repartírsela con los gobiernos de los demás países por no haber regulado y vigilado de forma mucho más rigurosa los comportamientos codiciosos e irresponsables de los gestores de los grandes y no tan grandes bancos. Y, por lo que afecta a los segundos, los específicos de la economía española, el actual gobierno tiene sus propias responsabilidades, seguramente compartidas con gobiernos anteriores que no fueron capaces o no quisieron ver los riesgos estructurales de nuestra economía para poder corregirlos y/o paliarlos. Quedaba mejor y daba más votos la autocomplacencia y el autobombo: “¡Joder que buenos somos, que hemos superado a Italia y estamos a punto de hacerlo con Francia!”

Claro que, así las cosas, resultaba difícil aceptar que éramos vulnerables ante la crisis, y que lo éramos en mayor medida que otros países de nuestro entorno económico y político. Y sobre estas premisas se asienta –cuando aflora la crisis- el rosario de afirmaciones, ocurrencias y actuaciones de nuestro gobierno actual –y especialmente de su presidente- desenganchadas de cualquier sistema estratégico coherente para enfrentarse a la crisis. Una falta de estrategia que algunos denunciaron de forma temprana y que otros, que ahora le ven las orejas al lobo, no supieron o no quisieron ver por su alineamiento acrítico o interesado con el gobierno. Claro que las estadísticas del paro, los pronósticos oscuros de la OCDE y el endeudamiento público galopante, que amenaza con impedir o retrasar cualquier conato de recuperación, parece que van terminado por ganar crédito frente a los desmentidos al uso de nuestro optimista antropológico.

Curiosamente son ahora algunos de aquellos a los que con más apasionamiento he visto defender la actuación de nuestro presidente hasta hace muy poco, los que empiezan a considerarlo insolvente y a clamar por un gobierno de consenso entre el PSOE y el PP encabezado por alguien como Almunia, Bono, ¡o incluso Felipe González!, con mejor capacidad que Zapatero para liderar algo semejante (hoy he escuchado con asombro a alguno de ellos esta propuesta). Y que conste que personalmente creo que sería muy conveniente, y tal vez incluso necesario. Los alemanes lo han hecho, aunque haya sido por una cuestión de aritmética electoral, y parece que no les está yendo nada mal.

Lo que desde luego ni ha sido ni es de recibo es el tratamiento que nuestro gobierno ha venido haciendo de la crisis desde la aparición de los primeros indicios hasta el momento crítico por el que andamos todavía navegando, con un rumbo incierto, cuando ya los Estados Unidos y buena parte de los países europeos están saliendo de la recesión.

Para empezar empezó por negarse la crisis y por llamar antipatriotas a quienes osaban mentar a la bicha. “No estamos en crisis -se decía- se trata de una lenta desaceleración”. Más tarde, cuando empezó a acelerarse el paro se cambió el discurso y se empezó a aceptar que “es verdad que estamos entrando en un periodo de crisis, como los demás países, pero nuestra economía es fuerte y la vamos a superar bien, porque estamos mejor preparados que nunca; en todo caso, los que hablan de recesión mienten o exageran y su comportamiento sigue siendo antipatriota”. Luego los datos vinieron a confirmar que estábamos entrando en recesión y , como ya no era posible negar la evidencia, se puso el acento en el mal de todos y en la responsabilidad de los factores externos. Reconocido el hecho, se tomaron las medidas acordadas internacionalmente para hacer frente a la crisis financiera y se empezaron a poner algunos parches para actuar sobre los factores internos, aunque sin enmarcarlos una estrategia global bien definida; o al menos esa es la impresión que tenemos. Sobre todo porque algunas medidas y los argumentos que se proponen para apoyarlas son de ida y vuelta. Como un ejemplo más que ilustrativo nos referiremos a las medidas de carácter fiscal, especialmente de actualidad a día de hoy.

En efecto, quienes hicimos nuestra declaración de la renta del pasado ejercicio pudimos deducirnos los ya célebres 400 euros, como resultado de una decisión de gobierno que se suponía útil para hacer frente a la crisis: “Puesto que el consumo ha disminuido y con él la actividad, dejemos más dinero en manos de los ciudadanos para que consuman más, la actividad aumente, disminuya el paro o aumente menos y, con ello, aumente también la recaudación a través de los impuestos indirectos y, de paso, que no se incrementen los gastos sociales” (Tiene su lógica. E incluso, desde esta perspectiva se llega a afirmar que bajar impuestos es también de izquierdas).

Pero claro, ahora estamos de vuelta. La crisis sigue ahí, el paro aumenta, los gastos sociales se disparan (y lo seguirán haciendo si el paro no se contiene) y para hacerlos frente se llega a la conclusión que lo que hay que hacer es subir los impuestos para hacerlos frente (fuera la deducción de los 400 euros; ahora lo que es de izquierdas es aumentar los impuestos). Pero, con ello se corre el riesgo de invertir el círculo virtuoso del supuesto anterior: Si se detrae más dinero a los ciudadanos, consumirán menos, la actividad disminuirá y aumentará el paro, y con él los gastos sociales. De paso disminuirá la recaudación de impuestos indirectos y aumentará el déficit.

No soy un experto para valorar con rigor hacia donde nos lleva cada una de las opciones o las diferentes combinaciones posibles, pero lo que sí me permito opinar es que el camino adecuado para una salida de la crisis no puede ser el resultado de ocurrencias e improvisaciones, más o menos demagógicas, para salir del paso, sino en el diseño de una estrategia coherente, bien definida y bien explicada, y si es posible consensuada entre los partidos, de forma que una vez conocida, podamos creérnosla y , si es necesario, asumir los sacrificios que nos exija a cada uno. Lo que no es de recibo es asumir que inexorablemente caminemos hacia un 20 por ciento de parados. Y parece ser que estamos en el camino.

Nada más por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.Justificar a ambos lados

De la complacencia al resentimiento

En uno de mis comentarios de hace algún tiempo me quejaba yo de la escasa pasión que sienten nuestros medios de comunicación por la independencia y también de su, al parecer , irreprimible tendencia al alineamiento político, bien sea con el partido en el poder o bien con el que aspira al mismo con posibilidades reales de alcanzarlo. Haciendo un ejercicio extremo de “buenismo” podría concederse que se trata simplemente de una cuestión de identificación ideológica. Y no seré yo el que niegue que algún peso debe tener este argumento. En todo caso esto serviría sólo como un pobre atenuante de la forma melíflua y acrítica de enjuiciar la actuación de los afines, hagan lo que hagan, frente a la crítica sistemática y acerada de los contrarios, hagan también lo que hagan. Quiero dejar bien claro que no se trata de poner en cuestión el que los diferentes medios tengan su personalidad y sus opciones (éticas, ideológicas, políticas …) y que defiendan valores en los que creen. No es eso. De lo que se trata es de exigir que garanticen el rigor en la información y la independencia para la crítica de los afines, cuando esta proceda, y para el reconocimiento de las actuaciones positivas de los contrarios, cuando también proceda. Desafortunadamente no es eso lo habitual hasta el punto de que uno corre el riesgo de que alguien le asigne la categoría de “pepero” si le ve el lunes con El Mundo, el martes le consideren nacionalista si le ven leyendo Deia, y el miércoles se convierta en “sociata” si alguien le ve comprando El País ¿O ya no?.


Precisamente aquí quería yo llegar, porque resulta que, en las últimas fechas, es el País, un periódico que a lo largo de toda su trayectoria anterior ha dado suficientes muestras de apoyo y de complacencia con los gobiernos socialistas -a veces incluso bastante por encima de lo razonable- el que le viene dando los palos más duros (y no entraré a valorar si con razón o sin ella). Uno se pregunta qué es lo que ha cambiado. ¿Es que el gobierno socialista ha modificado sus valores y su forma de hacer política para adoptar otros, que se han hecho incompatibles con los valores y las ideas que soportan la línea del citado diario? Podríamos darnos con un canto en los dientes si la explicación fuera ésta, con un contenido ético o ideológico. Pero lamentablemente las cosas no son así, o no son así del todo, o no lo son preferentemente .


La cruda realidad es más pedestre, menos romántica, mucho más crematística. El grupo editorial del periódico, hasta ahora muy bien tratado por los gobiernos socialistas, y que aspiraba a mantener un trato de favor en la regulación de la TDT, ha visto defraudadas sus expectativas al ser considerado como uno más entre los que aspiraban a beneficiarse de la misma. Esa parece ser, y no otras, la razón de una mutación tan asombrosa.


Y no voy a entrar a valorar aquí si el citado diario estaba más atinado o era más justo antes, cuando actuaba con complacencia, o ahora que parece actuar de manera muy crítica, un tanto airada y, si me apuras, incluso despechada. No es ese el tema de esta reflexión, aunque probablemente merezca otra distinta. La cuestión es que tenemos una prensa que no nos la merecemos …, o tal vez sí por no ser capaces de ser más exigentes con ella y reclamar que sea más abierta, más libre en la crítica, menos alineada y menos mendiga de favores del poder.