jueves, 28 de enero de 2010

La mortificación como dolor vacío

Hay cosas que, por mucho que lo intente, nunca llegaré a entender. Una de ellas es que haya quien pueda considerar como un mérito, como algo positivo, el causarse daño a sí mismo de manera directa y voluntaria. Si observo o leo que alguien se ha hecho daño a sí mismo o ha permitido voluntariamente que otros se lo hagan pienso, creo que con toda la lógica del mundo, o que asume un daño controlado y temporal para obtener un bien mayor, como puede ser la recuperación de una lesión o la superación de una enferemedad (terapias más o menos agresivas en medicina y cirugía), o que algo en su mente no funciona del todo bien. El propio recorrido vital de cada uno de nosotros nos ofrece ya de por sí un muestrario suficiente de dolores físicos y padecimientos morales, como para que de manera consciente, voluntaria y gratuita sumemos otros a la lista.

Esta reflexión viene a cuento de lo mucho que me sorprende una noticia que recogen hoy algunos medios de comunicación. En ella se dice que, según información recogida del libro sobre Juan Pablo II, escrito por monseñor Sladowir Oder (postulador de la causa de beatificación) y por el periodista Saverio Gaeta, el citado papa se sometía con frecuencia a mortificaciones físicas de distintos tipos, tanto en su época de arzobispo de Cracovia, como posteriormente, durante su ejercicio del papado. Curiosamente el libro se titula Por qué es santo y propone las mortificaciones a que se sometía como uno de los méritos que avalarían esa santidad. Sinceramente no entiendo qué puede aportar como testimonio de la bondad de una persona el hecho de dormir en el suelo teniendo a su disposición una magnífica cama; a no ser que lo haga para cedérsela a alguien que no la tiene y necesita descanso. Tampoco me merece mayor reconocimiento un ayuno riguroso si no se hace para ceder la comida a uno que, en determinadas circunstancias, lo necesita más. Y, desde luego, no me parece en absoluto meritoria la autoflagelación física (tampoco la otra).

En realidad, me resulta completamente desfasado y fuera de lugar ese intento secular de la Iglesia Institucional por aumentar la nómina de santos a los que venerar. Podría entenderlo si de lo que se tratara fuerade proponer modelos a los que imitar por su desprendimiento y generosidad, por su esfuerzo y dedicación al servicio de los demás, por el recto ejercicio de su profesión, por su defensa de los débiles y desfavorecidos, por su lucha por los valores de la justicia, la paz y la libertad de las personas. Pero de ninguna manera por la mortificación estéril del propio cuerpo que, por lo demás y si no recuerdo mal mis viejas lecciones de catecismo, entraría en contradicción con el quinto mandamiento, según el cual comete pecado quien de cualquier forma atenta contra su propia vida o se la quita y, en sentido amplio, quien de manera gratuita causa daño físico a otros o a sí mismo.

Con todos los respetos, me parece un mérito mayor el de aquellos que, sin desearlo, se ven en la tesitura de tener que soportar el dolor físico y el sufrimiento moral que le trae la vida y lo hacen con dignidad, tratando de ahorrar sufrimientos a los que les rodean y les ayudan y robando al dolor una sonrisa para compensarlos por ello. Me parece más digno de reconocimiento el sacrificio desinteresado de quienes son capaces de hacer suyo en parte el sufrimiento de los otros y sacrifican una parte de su tiempo y de su bienestar al intento de aliviarles y mitigar su dolor. Eso tiene sentido. Por el contrario, el dolor por el dolor, la mortificación por la mortificación, me parece, con todos los respetos, un absurdo, un vacío repleto de vacío.

Buenas tardes y hasta la próxima



¿“Subida” de las pensiones o cuadratura del círculo?

Quiero empezar por decir que no soy un quejica. Me siento razonablemente satisfecho de vivir como he vivido en mi larga etapa laboral. Afortunadamente en la actualidad soy perceptor de una pensión que me permite vivir con comodidad y disfrutar de una libertad impagable. Por fortuna no me he creado grandes necesidades y no tengo envidia de quienes sí lo han hecho, incluso si han terminado por satisfacerlas. Seguramente seguirán creándose otras que no satisfarán. Aunque tal vez añadiría algún pequeño matiz, estoy básicamente de acuerdo con la idea de que la clave de la felicidad no está en tener muchas cosas, sino en no desear demasiadas. Eso sí, sin dejar que esta filosofía se convierta en germen de una actitud indolente y perezosa ante la vida.


Esta disposición de ánimo y mi situación de pensionista relativamente privilegiado me impidió analizar con detalle una comunicación que hace unos días me envió la Secretaría de Estado de la Seguridad Social, en la que se me informaba de la “revalorización” de mi pensión para el año en curso. Como ya sabía por los medios de comunicación que la subida sería del uno por cien ni siquiera presté atención a verificar en cuánto iba a mejorar mi economía. Sabía que serían solamente unos “eurillos”, así que para qué hacer cuentas.

Unos días más tarde, la lectura de un comentario de prensa sobre la “subida” de las pensiones, en el que se daba cuenta de que, en la práctica, los pensionistas cobrarían este año menos que el pasado, me indujo a verificar si se trataba de algo más que una especulación maliciosa para criticar al gobierno. Pues no. De los datos de la citada comunicación, contrastados con los del pasado año, se desprendía que mi percepción para el año en curso sería inferior en 3,8 euros al mes. Una disminución, por cierto, nada relevante y que, dado el bajo índice de inflación del pasado año, no va a deteriorar demasiado mi capacidad adquisitiva.

Dada mi situación relativamente privilegiada no voy a quejarme por este ligerísimo deterioro de mi situación económica personal. Ya digo que no soy un quejica. Lo que no es de recibo, ni siquiera en el plano formal, es que en una comunicación oficial se informe a los pensionistas de la subida de sus pensiones, diciéndoles en la misma que van a cobrar al mes una cantidad que resulta objetivamente inferior a la que cobraban el año anterior. Es la cuadratura del círculo. Una cuadratura que, por lo que se ve, han sido capaces de descubrir nuestros gobernantes. ¿Será un efecto más del optimismo antropológico de nuestro presidente?.

Claro que ese optimismo no les sirve de nada a los muchos pensionistas que, en la sección de cartas al director de distintos periódicos, expresan hoy su perplejidad ante el hecho. Algunos de ellos perciben pensiones relativamente modestas y cualquier disminución de sus percepciones, por pequeña que esta sea, tiene un efecto de deterioro de mayor nivel, especialmente si consideramos que los precios de algunos productos básicos de la cesta de la compra han crecido bastante más que la inflación general. Y eso afecta sobremanera a la economía de las familias con menos ingresos.

Analizado en detalle el hecho parece que tiene su explicación en un aumento de las retenciones, asociada a la eliminación de los 400 euros de deducción que nuestros gobernantes introdujeron, de manera “generosa” y “desinteresada” en precampaña electoral y que ahora, una vez “cumplido el objetivo” se retiran a todo el mundo, sean cuales sean sus ingresos.

Por ello, desde una actitud comprensiva en lo personal, y asumiendo también que en época de vacas flacas cada ciudadano debe aportar su parte alicuota de responsabilidad y sacrificio, no me quejaré por el hecho de que personalmente voy a cobrar unos “eurillos” de menos. Pero sí me quejo de que lo hagan otros con menos ingresos y que, para mas “inri” tengan que soportar que se les haga comulgar con ruedas de molino y se les anuncie en una rocambolesca comunicación que se van a subir las pensiones, pero que van a cobrar al mes menos que el año anterior. Lo dicho, la cuadratura del círculo, descubierta y adornada literariamente por unos expertos manipuladores del lenguaje.

Junto con mi cabreo, un saludo y hasta la próxima.

miércoles, 27 de enero de 2010

Realismo y compromiso frente a la crisis

Como cada día, también esta mañana me ha despertado la radio. Y lo ha hecho la cadena SER en la voz, no identificada por mí, de uno de los participantes en la tertulia de las ocho. Se lamentaba éste de lo mal que nos trata el FMI en sus vaticinios pesimistas sobre la marcha de la economía española. Nada nuevo. Estamos acostumbrados a las quejas y desmentidos de distintos miembros del gobierno, o de sus apoyos, cada vez que cualquier organismo hace un análisis crítico o un pronóstico poco favorable sobre la evolución económica de nuestro país. Ya lo venimos viendo desde que pronosticaban la crisis y nuestro gobierno la negaba de manera sistemática. De manera también sistemática los hechos venían a confirmar los pronósticos sin que nuestros gobernantes se ruborizaran. Pero para eso están las hemerotecas. Y, para comparar, los datos incontestables de la crisis que vivimos.

Ahora, cuando las economías de algunos países como China o la India han empezado a crecer a un ritmo acelerado, cuando algunos países de nuestro entorno han cerrado su etapa recesiva y los expertos del FMI pronostican un crecimiento suave para ellos en 2010, resulta que afirman de paso que España seguirá en recesión. Algo muy grave, porque significa que el paro seguirá creciendo en un país en el que alcanza ya el 20 por ciento. Y lo que es peor: el gasto público seguirá aumentando, y con él el endeudamiento, en un país que ya está seriamente endeudado. No es de extrañar que, desde el foro económico mundial de Davos, actualmente reunido, Nouriel Roubini, considerado uno de los gurús mas reputados del Foro, que predijo en su día la crisis financiera, haya afirmado que la marcha de la economía española se ha convertido para la eurozona en un peligro potencial mayor que el que está suponiendo ya la marcha de la economía griega. Mientras tanto, hoy un ministro y mañana otro, siguen hablándonos de “brotes verdes” y de signos de esperanza. Y lo podemos entender, aunque sólo sea como un intento bienintencionado de recuperar la confianza de los ciudadanos y de evitar un desánimo que pudiera resultar paralizante.

Lo que no podemos entender es esa especie de indolencia, esa aparente incapacidad para coger el toro por los cuernos y afrontar la crisis sin demagogias, sin andar diciendo sistemáticamente a la gente lo que quiere oír, y tomando decisiones coherentes, incluso si son impopulares a corto plazo. Lo que no podemos entender es que, a estas alturas de la película nuestros gobernantes y la oposición en la parte que la toca, no hayan sido capaces de asumir el compromiso de llegar a acuerdos que sobrepasen los intereses de partido y remangarse juntos para hacer frente a una crisis que, lamentablemente, está poniendo en serio riesgo el futuro a corto y medio plazo de millones de personas.

Curiosamente el mismo “tertuliano” de referencia, haciendo un salto lógico de difícil explicación, y aprovechando que se ha extrenado o está a punto de hacerlo Invictus, una película que reivindica la figura de Mandela en la evolución de un estado racista a un estado de convivencia democrática multirracial, decía no entender el “maltrato” del FMI a un país como España cuya transición democrática, basada en mirar hacia adelante sin rencor, fue según algunos tertimonios relevantes, un modelo de referencia para el propio Mandela. Por cierto, que no veo el sentido de la relación que se pretende establecer entre una y otra cosa. Pero, puesto que el autor la utilizaba, y puesto que me ha servido a mí como pretexto para esta entrada, voy a permitirme decir algo al respecto, que sí tiene relación.

Lo mismo que ahora, en la época de la transición el país atravesaba una profunda crisis económica, con unos índices de inflación y de paro abrumadores. Había que hacer frente además a una cambio político difícil en medio de resistencias tremendas de sectores reaccionarios y de las lógicas exigencias de partidos y sindicatos ilegalizados y perseguidos por el franquismo. Y, por si fuera poco, había que hacerlo en un clima especialmente tensionado por la violencia terrorista de ETA y de los Grapos. ¿Por qué fue posible salir del atolladero? Entre otras cosas porque los gobernantes de la época, con Suárez a la cabeza (hay que reconocerle su indudable mérito) fueron capaces de trazar un plan y de fajarse para cumplirlo sin demagogia. Y también porque los partidos políticos y los sindicatos, encabezados por personajes de una talla política y de una capacidad para el diálogo y el acuerdo que hoy echamos de menos, fueron capaces de pactar política y económicamente (recordar los Pactos de la Moncloa) para , dejando de lado cada uno su programa de máximos, establecer un marco de acción compartido, a gestionar por el gobierno y a vigilar por los demás. Sólo así pudo hacerse la transición y sólo así pudo hacerse frente a la crisis económica.

Y sin embargo, ¿qué hacen hoy nuestros políticos en el poder o en la oposición que se parezca en algo a lo que fueron capaces de hacer nuestros políticos de aquellos días? Lamentablemente nada o casi nada. Ellos y todos los que se lo permitimos deben/debemos asumir la responsabilidad de lo que nos está ocurriendo. Demandémoselo, y demandemonoslo en la parte que nos toca, en lugar de buscar explicaciones en una imaginaria inquina de los organismos que dan cuenta de nuestra situación. Es posible que los pronósticos del FMI no se confirmen al 100 por cien, pero me temo que se aproximan más a la realidad que la visión a la defensiva de nuestro gobierno.

Y bien que lo siento. Buenas tardes y hasta la próxima.




martes, 26 de enero de 2010

Un mix de inconsistencia y demagogia

Recojo a continuación un extracto de la agencia Colpisa según la cual la Universidad de Sevilla ha tenido a bien rectificar la tontería demagógica a la que se hacía referencia en la anterior entrada. Es el siguiente:

Sevilla, 25 ene. (COLPISA, Cecilia Cuerdo).

Las ‘chuletas’ deberán seguir en la clandestinidad. La Universidad de Sevilla ha decidido dar marcha atrás y ha anulado la normativa que permitía a los alumnos que fueran pillados ‘in fraganti’ copiando continuar con su examen. El Consejo de Gobierno de la Hispalense, no obstante, mantiene que el artículo en cuestión “no daba derecho a copiar” e insiste en que se ha malinterpretado la propuesta.

Fue el propio rector de la Universidad, Joaquín Luque, quien tuvo que salir al paso de una polémica que ha alcanzado dimensiones nacionales y reafirmar públicamente el compromiso del centro con “la recompensa al mérito y el esfuerzo y la reprobación de conductas fraudulentas”. “Si cabe la menor duda sobre eso, estamos obligados a suspender la aplicación de la norma y a revisar la redacción para que no quepan esos malos entendidos”, apostilló. …....

El rector de la Universidad de Sevilla …... explicó que la decisión de anular dicho artículo normativo se ha tomado tras un intenso debate de casi cuatro horas de duración, y que se ha vuelto a aplicar el viejo reglamento, según el cual si un estudiante es pillado copiando no tendrá derecho a terminar el examen, aunque la decisión quedará en manos del criterio del profesor......

La pregunta que me hago es la siguiente: ¿Por qué el mismo organismo que acuerda una medida porque le parece positiva para garantizar supuestos derechos del alumnado, decide al poco tiempo, sin que medie una experiencia que la valide o la muestre inadecuada, mandarla al cesto de los papeles? Porque, si no era buena ¿por qué la tomaron?. Y, si estimaban que era positiva, ¿por qué no someterla a experimentación?. Quede claro que, como ya he dejado dicho con anterioridad, la medida me parecía totalmente absurda. Es como sí a un delincuente al que se sorprende con el arma en la mano en la comisión de un delito, en lugar de detenerle para evitarlo y castigar su intento, se le pidiera amablemente la entrega de su arma y se le dejara luego seguir circulando libremente.

Con todos los respetos para el organismo de la Universidad de Sevilla que ha tomado la decisión de ida y vuelta de la normativa de referencia, me temo que, tanto en la adopción de la medida como en la rectificación de la misma, ha actuado con una enorme ligereza y con una dosis a partes iguales de inconsistencia y demagogia. Primero (quizás para labrarse una imagen falsamente progresista ante los alumnos) se dan facilidades para la trampa y para la defensa de los tramposos, con sacrificio de la autoridad del profesor (pura demagogia). Luego, ante la avalancha de críticas que han aparecido en los medios de comunicación, se renuncia con prontitud a defender ese supuesto derecho de los alumnos con el que se pretendía justificar la medida. La marcha atrás no es, pues, una rectificación sabia de una actuación que la práctica demuestra equivocada. Responde más bien a una lamentable falta de criterio, al menos tan evidente como la mostrada en la adopción de la medida. Primero se intenta complacer demagógicamente a los alumnos, especialmente a los mediocres, y luego se rectifica de forma igualmente demagógica para dar satisfacción a los medios, ante la incapacidad para soportar la crítica. Aunque la rectificación me parece oportuna, me temo que, en este caso, no estamos ante una rectificación de sabios, sino ante una rectificación demagógica de una medida igualmente demagógica, aparte de absurda.

Lo dicho. Que dios nos libre de los demagogos. Se mueven como las veletas.

Un saludo y hasta la próxima.


miércoles, 20 de enero de 2010

¿Derechos del estudiante o demagogia barata?

La justificada atención preferente que los medios de comunicación dedican estos días a la tragedia de los haitianos ha minimizado el interés por cualquier otra noticia. Entre otras cosas ha hecho que se diluyera un poco la atención prestada a un artículo de la normativa aprobada recientemente por la Universidad de Sevilla. En la parte correspondiente a la 'Normativa Reguladora de la Evaluación y Calificación de las Asignaturas', aprobada recientemente por el consejo de gobierno de dicha Universidad, se establece que los profesores que sorprendan a un alumno copiando no podrán, como era costumbre, retirarles el ejercicio, expulsarlos del aula y suspenderlos. Lo que deben hacer, según el artículo 20, que regula las incidencias en los exámeneses, es dejarlos terminar la prueba e informar por escrito del caso a una comisión compuesta por tres profesores y tres estudiantes, que será la que decida si el alumno ha copiado.

En efecto, el punto 20.2 señala que "los estudiantes involucrados en las incidencias podrán completar el examen en su totalidad" y sólo podrán ser expulsados del aula "en el caso de conductas que interfieran el normal desarrollo del examen por parte de los demás estudiantes". Eso sí, el punto 20.3 reconoce a los profesores vigilantes del examen el derecho a "retener, sin destruirlo, cualquier objeto material involucrado en una incidencia", por ejemplo una chuleta, que deberá ser entregada a la comisión de docencia junto con el informe por escrito del profesor. En palabras del portavoz de la Universidad, José Álvarez, se trata de "una medida garantista, para evitar la arbitrariedad de un profesor ante una mera sospecha de que un alumno está copiando"

O sea que, si un profesor sorprende a un alumno con una “chuleta”, no tiene porque ser mal pensado y suponer que la haya preparado para copiar o que la esté utilizando para hacerlo. Habrá que suponer que puede haberla preparado por puro entretenimiento y que acaso la haya sacado por disfrutar de la emoción del momento. ¿Cómo sancionarle por eso?. Basta con retirarle su “chuleta”, y, si luego la comisión de alumnos y profesores (paritaria eso sí, que somos muy demócratas) estima que no ha copiado, aquí paz y después gloria. Me queda la duda sobre qué hacer con el alumno que ha escrito la chuleta en sus manos o en sus muñecas. ¿Cortárselas para disponer de ellas como prueba? ¿Que el profesor lleve una cámara y pida al alumno que haga un posado en toda regla, mostrando ostensiblemente su chuleta cutánea?.

Me suena todo a broma. Como alumno que fui durante muchos años, siempre tuve claro que copiar era un fraude y que , si alguien intentaba hacerlo, sacando ventaja de ello, asumía en contrapartida el riesgo de ser “pillado” y sancionado. Y esto incluso si era sorprendido tempranamente y todavía no había “cometido el delito” de copiar. Como profesor que ha ejercido durante 35 años en la enseñanza universitaria nunca he sido un obseso de la vigilancia, ni se me ha ocurrido presumir de que los alumnos no me hayan engañado (en todo caso también ellos se engañan y tratan de engañar a la sociedad). Además estoy básicamente de acuerdo con nuestro ministro de educación, Sr. Gabilondo, en la idea del interés de “buscar formas de examen (y de evaluación en general) que no dependan tanto de asuntos memorísticos ni de copiar o no copiar". Se trataría de formas más centradas en en la realización de actividades y trabajos, incluso tareas propiamente de examen, que permitan una evaluación más afinada y continua (por ahí va Bolonia). Pero de ahí a asumir el planteamiento demagógico que, en mi opinión, subyace a la normativa de referencia media un abismo.

Creo sinceramente que, bajo el disfraz de un garantismo de nuevo cuño, estamos ante un eslabón más de una cadena muy larga de manifestaciones de un pensamiento blando, basado en la sistemática reivindicación de derechos supuestos o reales, pero que deja de lado, o trata de manera muy suave la cuestión de los deberes y responsabilidades que acompañan a los derechos. Porque, digámoslo claro, uno tiene derecho a su intimidad siempre que no cometa un delito aprovechándose de ella. Uno tiene derecho a la libertad de expresión siempre que no injurie o calumnie a otros. Uno tiene derecho a seguir haciendo un examen, siempre que no se salte una regla de sentido común que todo el mundo entiende: que cuando uno se examina lo hace para dar cuenta de sus conocimientos y no para demostrar lo bien que copia.

Planteamientos como el de la universidad de Sevilla en la cuestión del “copieteo” en los exámenes no creo que estén contribuyendo para nada a la formación de personas socialmente responsables. Tampoco creo que supongan ningún tipo de avance en la conquista de derechos ciudadanos. Creo más bien que estamos ante una manifestación de demagogia barata.

Dios nos libre de los demagogos. Buenos días y hasta la próxima


viernes, 15 de enero de 2010

Compasión y apoyo para Haití

Escribo esta entrada profundamente impactado, ¿cómo no?, por las imágenes de destrucción y muerte provocadas por el terremoto que ha afectado de forma implacable a un país tan en precario como Haití. Las imágenes de muerte y desolación, de incredulidad y desesperación que llegan en estos días a nuestras casas, apenas pueden verse levemente mitigadas por la imagen de un niño, rescatado con vida, abrazándose indefenso al cuello del bombero que lo acaba de rescatar. Conmovedora imagen que alimenta un pequeño resquicio de esperanza en medio de una insufrible amargura.

Cuando algo tan terrible sucede, cuando las fuerzas de la naturaleza se desatan y convierten a los hombres en víctimas directas o en observadores impotentes de su poder destructivo, uno siente muy viva la sensación de fragilidad de cada una de nuestras vidas. Unas vidas a veces con apariencias de seguridad, pero sujetas en el día a día, entre otras cosas, a mil y una contingencias del azar. Lamentablemente, antes que el puro azar en forma de terremoto, el acontecer histórico, condicionado en parte por el azar, pero también por la acción voluntaria y planificada de los hombres y los grupos, había castigado injustamente a los haitinaos con un recorrido dramático de colonización, esclavismo, tiranía y miseria. Dolor sobre dolor, pobreza sobre pobreza, muerte sobre muerte.

Ante situaciones como éstas, en las que los desfavorecidos de la tierra se ven además afectados por los estragos de la naturaleza, algunos no creyentes, defensores a ultranza de la primacía del azar, tienden a reivindicar a un dios en el que no creen, aunque sólo sea para echarle la culpa de todo. Por su parte, los creyentes que lo son a pies juntillas se consuelan con la referencia a una vida eterna que compense los padecimientos de esta vida. Pero los que tenemos como compañera de viaje la duda permanente vemos en ello un motivo más para dudar. ¿Cómo puede un dios, que imaginamos amoroso y compasivo, permitir que episodios como éste afecten de manera tan cruel a los más desfavorecidos? Y, como siempre, nos quedamos suspendidos en el aire, sin hacer pie, asumiendo nuestra incapacidad radical para entenderlo todo.

Frente a tamaña perplejidad, sólo la contemplación de la onda de solidaridad que surge, en episodios como éste, de lo mejor de los corazones de los hombres sostiene en nosotros un resquicio de fe en la trascendencia del ser humano. Claro que, más allá de cualquier creencia o increencia lo importante hoy es la empatía y la solidaridad con los haitianos; y con ellas la generosidad para, cada uno desde sus posibilidades, hacer o aportar algo para paliar su desgracia. Hay muchas formas posibles de hacerlo.

Pues eso. Un saludo y hasta la próxima.

jueves, 7 de enero de 2010

Puestos a comulgar, mejor con Bono

Como ya tengo insinuado en otras entradas no soy ateo, ni tampoco agnóstico. Sé muy bien que la ciencia encuentra hoy explicaciones a fenómenos que en el pasado se intentaban explicar de manera recurrente por la intervención divina. Y sé también que otros fenómenos hoy inexplicados encontrarán también explicación mañana. Pero la misma maravillosa capacidad de los grandes científicos para preguntarse, dudar y buscar explicaciones a las cuestiones más complejas me acerca más a la creencia en lo divino que lo que tiende a alejarme la querencia de la iglesia oficial a constreñir con certezas y dogmas la infinita inquietud del ser humano. Es precisamente ese espacio siempre indefinido, abierto a lo desconocido y a la duda, lo que me permite, junto a las manifestaciones heroicas de bondad, de generosidad y de altruismo que a menudo se manifiestan entre los seres humanos, abrir la puerta a la creencia, a la idea de que algo trascendente ha de latir por debajo y darles impulso. Me resulta difícil pensar en el puro azar como su generador único. Claro que me resulta mucho más difícil disculpar las conocidas condenas históricas de la Iglesia Católica a los Galileos de turno, tratando de embridar a la ciencia con verdades absolutas de obligado reconocimiento.

Esta perspectiva peculiar y heterodoxa de la fe es la que está por debajo de la reflexión que me propongo hacer aquí sobre la propuesta, la decisión, o lo que sea, de la Conferencia Episcopal Española de negar la comunión a José Bono, bajo el pretexto de su voto positivo a la nueva ley de regulación del aborto. Quién haya leído entradas anteriores de este blog, en que he reflexionado sobre el tema, ya conoce mi posición moderadamente crítica sobre algunos aspectos de la ley y menos moderadamente sobre algunos argumentos al uso para defenderlos (me ahorro repetirlo aquí). Pero de ahí a arrojar a las tinieblas exteriores a los diputados que, confesándose católicos, han avalado la ley con su voto, media un abismo de intolerancia. Claro que, para ser sinceros, si yo fuera Bono, no me costaría demasiado renunciar a compartir la mesa (comulgar) con Rouco y sus adláteres. No me produce ningún placer compartir mesa con personajes tan seguros, tan poseedores de la verdad, tan obstinados en imponerla, y tan severos como jueces de los demás. ¡Cuán lejos están del Jesús del que se reclaman herederos! Ese Jesús que fue acusado en su día de compasivo con los pecadores y que se mostró severo con la dureza de los jueces demasiado severos.

Tal vez no haya pasado inadvertido que he utilizado aquí una peculiar acepción de comulgar asociándola a la idea de compartir mesa. Es en la que creo frente a la acepción teófaga clásica. Comerse a Dios me resulta un exceso insoportable. Compartir la mesa, después de compartir ideas, preocupaciones, proyectos y afanes me parece más razonable. Creo que eso debió ser lo que hizo Jesús con los suyos en la última cena y lo que les sugirió que siguieran haciendo. Luego lo han revestido y lo han transformado en dogma. Allá ellos. Ya tengo dicho que no creo en el dios de los dogmas. Y me temo, por supuesto, que para los Roucos de turno yo, como Bono, tampoco debo ser digno de comulgar. La verdad es que no suelo hacerlo a menudo, pero confieso que, si la ocasión se presenta, tampoco me privo de compartir el pan con aquellas personas que comparto inquietudes y proyectos. Y, por supuesto, me costaría mucho menos compartir mesa con Bono que con sus grandes inquisidores. Es más, lo haría encantado.

Es todo por hoy. Buenos días y hasta la próxima.

miércoles, 6 de enero de 2010

Entre la nostalgia y la esperanza

Afortunadamente quedan todavía algunos veteranos políticos, como José Bono, que intentan poner un poco de sensatez y de cordura en el funcionamiento de nuestro sistema político; un sistema en el que predominan de una forma exagerada los intereses de partido por encima de los intereses generales. Esta circunstancia, de por sí deplorable, se ve agravada por un hecho que resulta particularmente deprimente: cada vez de manera más manifiesta la élite de nuestros políticos está reclutada entre aquellos cuyo mérito principal ha sido una militancia temprana y una fidelidad al grupo rayana con el servilismo. No puede ser de otra forma en unos partidos en que la discrepancia se considera una traición y convierte inevitablemente a los discrepantes en candidatos al ostracismo, cuando no a la expulsión. ¿Cómo no va a ser así si la posibilidad de medro político depende más de la mirada de los dirigentes del partido, que deciden unas listas electorales cerradas y bloqueadas, que de la consideración que a los ciudadanos les merezca la categoría personal y la actuación de cada candidato?. Se entiende así que los electos de cada partido estén más atentos a seguir religiosamente las instrucciones y las consignas de quienes los han puesto en sus listas, y de quienes depende que vuelvan a figurar en las mismas, que de estar atentos a defender los intereses genuinos de sus representados, cuando éstos no son del todo coincidentes con aquéllos.

Hace unos días, en una conversación de café con una juez de pensamiento progresista, coincidíamos los dos en sentir una cierta nostalgia por aquellos tiempos de la transición y por las primeras legislaturas de la democracia en las que nuestros políticos, o al menos una parte muy significativa de los mismos, eran personas que procedían de otros campos de actividad en los que se habían ganado reconocimiento y prestigio. Para ellos la dedicación a la política fue más un servicio que un recurso y, por ello, pudieron sentirse más libres, aun militando en partidos, para pensar por sí mismos, para disentir dentro del partido, para fraguar pactos con otros partidos y, en definitiva, para estar más atentos a las necesidades del momento y a las preocupaciones de los ciudadanos que a los intereses partidarios.

Ello fue así, a pesar de que entonces también las listas electorales eran como ahora cerradas y bloqueadas, porque los partidos no tenían apenas recorrido, porque los que habían sido militantes de algunos de ellos en la clandestinidad lo habían sido en circunstancias difíciles y asumiendo riesgos sin garantía de obtener prebendas. Ello fue así también porque los partidos emergentes necesitaban presentar candidatos con una trayectoria anterior que los hiciera reconocibles y fiables ante el electorado. Entonces necesitaban figuras de prestigio que los prestigiasen, que les dieran lustre, para intentar ganarse así la confianza de los ciudadanos. Hoy son los partidos, ya instalados en el poder, ya en la oposición, los que dan a conocer o no, promocionan o no, a sus posibles candidatos según el grado de adhesión a los líderes, la antigüedad y disciplina en la militancia y, a niveles más altos, la imagen mediática y la capacidad para la seducción de las masas. Tenemos como resultado que muchos de los líderes actuales de los partidos son personajes cuya única actividad profesional conocida es la de su militancia fiel al partido desde edades tempranas. Algunos de ellos tienen la política como única profesión reconocible y su dependencia de la fidelidad acrítica, casi fanática, al partido -no a los ciudadanos que lo eligen- es total. Así ha de ser si es que quieren medrar políticamente.

Por eso resulta refrescante que un veterano político, como José Bono, actual presidente del Congreso de los Diputados, se manifieste partidario de una reforma de la Ley Electoral “no para castigar a los nacionalistas o para beneficiar a los comunistas, sino para acercar a los electores y elegidos”. Precisamente para este fin afirma que “sería conveniente que las cúpulas de los partidos redujeran el poder que tienen en materia electoral”. Y lo justifica diciendo que “el día en que los políticos sepamos que nuestras actas dependen más de los electores que de las cúpulas de los partidos, habremos dado un paso importante para prestigiar la llamada clase política”.

Aunque Bono no llegue a concluirlo y se limite a hablar de un sistema que potencie distritos uninominales (en lo que quedaría de manifiesto el grado de reconocimiento de los ciudadanos a personas concretas), parece que la conclusión más lógica nos llevaría a la presentación de listas abiertas en las que se pudiera votar a personas concretas independientemente del partido que las proponga y del lugar de la lista en el que los partidos las coloquen. Ya se cuidarían así los partidos de ofrecernos candidatos que pudieran merecer la confianza y el reconocimiento de los electores. Pero claro, parece que esto no termina de gustar a los muchos políticos de medio pelo que pululan por nuestras instituciones y que contemplan en la dedicación política la mejor fuente a su alcance para el medro económico y social. Con este panorama ¿cómo extrañarnos de la proliferación de políticos corruptos?. ¿Cómo extrañarnos de que muchos se dediquen a enriquecerse personalmente utilizando sus cargos públicos en beneficio propio en lugar de considerarlos un servicio a la ciudadanía?.

No es seguro que un cambio en la legislación electoral vaya a librarnos de la existencia de políticos mediocres y corruptos, pero podría contribuir a disminuir su número y daría a los ciudadanos mejores oportunidades de mandarlos a su casa: con nombres y apellidos. No es que tenga mucha confianza en que así sea, pero estamos al comienzo de un nuevo año y no quiero ni refugiarme en la nostalgia ni poner límites estrechos a la esperanza.

Feliz año nuevo