martes, 23 de febrero de 2010

Argumentarios de partido o monumento a la simplificación

Hay cosas que, por más que se repitan a menudo, no dejan de sorprenderme. Cada cierto tiempo aparecen en los medios de comunicación referencias al hecho de que los partidos políticos, al parecer sin excepción, envían a sus cenáculos instrucciones sobre como argumentar las bondades de las propuestas y la actuación del propio partido y cómo contraargumentar los posibles ataques de los partidos rivales. Los llaman “argumentarios” y representan para mi la máxima expresión de un síntoma francamente preocupante de la enajenación de la voluntad y el pensamiento de los militantes a la que tienden nuestros partidos.

Confieso que la detección temprana de esta tendencia sofocante, que pretende cercenar de forma radical las discrepancias internas en el seno de los partidos y de convertir a los militantes en fieles seguidores de una religión de partido, -incluso entre partidos que abominan expresa o tácitamente de la religión-, fue y sigue siendo una razón fundamental para mi renuncia militante a cualquier militancia partidista; una militancia que a menudo resulta ser más pragmática que ideológica. No me gustan los dogmatismos de ningún género. No me gustan los mesianismos. Me cargan los liderazgos incontestables que pierden el sentido de la realidad y que no toleran la crítica. No soporto a los que jamás reconocen haberse equivocado.

Desde esta perspectiva se entenderá la desazón que me produce el hecho de la existencia de esos argumentarios. Y no digamos ya el contenido de los mismos: una serie insoportable de simplificaciones y reduccionismos, de enfoques unidireccionales, de generalizaciones abusivas, de descalificaciones retóricas del adversario y de sofismas infumables. Pura estupidez en píldoras que, por falta de matices, resulta insultante, o debería hacerlo, para cualquiera que reivindique para sí el derecho y la capacidad de pensar por sí mismo.

Argumentarios. He aquí una de las manifestaciones prepotentes de la debilidad real de nuestros partidos, tan inmaduros que son incapaces de aceptar la crítica interna, de reconocer la capacidad de sus militantes para pensar por sí mismos y para defender con autonomía sus ideas. Triste pero real. ¿Qué le vamos a hacer?.

Nada más por hoy. Buenos días y hasta la próxima.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Grito de dolor y de esperanza

Entre dolor y angustia, sin futuro, numerosas parados, sin empleo, temen el porvenir, al que yo veo en la gama de grises, gris oscuro. Saben de largo que vivir es duro y encontrar un trabajo es su deseo. Más de esperanza es parco su acarreo, y se dan de cabeza contra un muro.

Los que gobiernan dicen que se esmeran en adoptar medidas que, aplicadas, alentar su esperanza bien pudieran. ¡Ojalá que las cosas así fueran! ¡Ojalá que por fin vengan bien dadas! ¡Quiera Dios que se cumpla lo que esperan!.

Buenos días y hasta la próxima

martes, 9 de febrero de 2010

Un rincón para Mr. Hyde


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Desde hace aproximadamente un año vengo haciendo algunos comentarios en este blog que titulé en su día "Por la cultura de los matices". Abrí el blog impulsado por la desazón que me produce desde hace tiempo la tendencia muy extendida , incluso entre gente aparentemente sesuda, a hacer afirmaciones categóricas sobre cuestiones que no las permiten, a simplificar cuestiones complejas, a categorizar lo anecdótico, a hacer valoraciones sobre personas e instituciones basandose en prejuicios ideológicos, políticos, religiosos, o de caulquier otro tipo, más que en el análisis de datos y comportamiento objetivos.
Sigo pensando que, para facilitar la comprensión, la tolerancia, el acuerdo y el pacto entre las personas y los grupos, es muy importante desterrar esos comportamientos y por eso es mi intención seguir manteniendo el blog. Pero, a medida que el tiempo ha ido pasando, me he ido dando cuenta de que no todas las entradas incorporadas en él acaban de ajustarse plenamente a la filosofía con la que nació. Me temo que determinados acontecimientos que han oscurecido el acontecer político y económico a lo largo del año, han generado en mí ciertas dosis de irritación que me han impedido distanciarme de las emociones lo suficiente como para eludir algunos juicios airados.

Siendo así, como me encuentro un poco escindido entre mi vocación de rigor y de mesura y las innumerables ocasiones que nos ofrece el día a día para el enfado, he decidido abrir un nuevo blog para dejar entrar en él las reflexiones que, por su mayor acidez, podrían resultar poco coherentes insertas en éste, que se define por su vocación de hacer reflexiones más matizadas. Así pues, a partir de ahora me desdoblaré y, dejando a Dr. Jekill seguir cultivando los matices en este blog, abriré la puerta a Mr. Hyde para que sea él quien escriba sus notas en el que abrí ayer con el título: Notas desde mi rincón. Espero no volverme loco en el intento.
Buenos días y hasta la próxima

lunes, 8 de febrero de 2010

A vueltas con las pensiones

He aquí una noticia sobre pensiones difundida recientísimamente por Europa Press:

El consejo de administración de BBVA ha decidido congelar tanto las aportaciones al plan de pensiones como el salario de presidente, Francisco González, que percibió un salario total de 5,32 millones de euros (un 0,5 menos que el año anterior).

No habrá más aportaciones a la pensión de González, que se queda en 79 millones de euros, según consta en la información remitida a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) con motivo de la convocatoria de la junta general de accionistas del 12 de marzo.

La decisión se produce después de la polémica generada por la salida del banco de José Ignacio Goirigolzarri, ex consejero delegado, que dejó el cargo en septiembre y que se embolsó 50 millones de euros de pensión.

En el caso del actual presidente, tras la aportación de siete millones de euros en 2009 (inferior en un 30% a la de 2008) el banco ya no hará más aportaciones, dado que el 19 de octubre del pasado año González ya cumplió 65 años, "motivo por el cual el grupo no considera lógico seguir realizando dotaciones a su plan de pensiones una vez superada su edad legal de jubilación". El dinero lo recibirá cuando deje el cargo.

Y digo yo: Pobre Francisco González. ¿Cómo tiene el BBVA la falta de sensibilidad con su presidente para reducirle su salario de este año en un 0,5 por cien? ¿Cómo se puede cometer semejante agresión a los ingresos de este prohombre haciendo que su salario anual se vea reducido en 0,0266 millones de euros o, lo que es lo mismo, 4.426 pesetas?. Esta tremenda desconsideración va a suponer para él que tendrá que conformarse con cobrar al año tan sólo 885 millones de las antiguas pesetas. ¡Pobrecito!. Pero eso no es todo, aparte de eso este pobre hombre, que ha cumplido ya los 65 años, aunque seguirá trabajando, se encuentra con la desagradable sorpresa de que el banco ha aportado a su plan de pensiones solamente 79 millones de euros. ¡Qué tremenda injusticia!.

Hablando en serio. Estando como estamos atravesando una crisis económica generada en gran parte por las malas prácticas del sistema financiero, de las que son responsables estos grandes prebostes de la banca, ¿no es ya excesivo que se hayan beneficiado personalmente en el pasado de todo tipo de compensaciones en forma de primas y bonos, de difícil justificación a la vista de los resultados?. ¿No es suficiente premio para ellos el que, pese a esas malas prácticas cuyos efectos estamos padeciendo todos, no hayan tenido que pasar por los tribunales y devolver el dinero que de manera tan inmerecida y espúrea se han llevado? ¿Tenemos que seguir soportando los ciudadanos de a pié que, después de que los poderes públicos han tenido que salir al rescate de la banca utilizando el dinero de todos, estos banqueros, que siguen restringiendo el crédito a la economía productiva y obstaculizando con ello la salida de la crisis, sigan manteniendo estos desmedidos privilegios? ¿Tendremos además que seguir aguantándolo en un momento en que se discute la viabilidad a medio plazo de un sistema de pensiones que apenas garantiza la supervivencia de algunas familias?.

Claro que, en el terreno de las pensiones, no son los banqueros los únicos privilegiados en relación con los trabajadores, digamos, normales. Resulta que también nuestros políticos, esos mismos que, a la vista de las dudas sobre el futuro del sistema, proponen medidas de choque para que no se venga abajo (retraso de la jubilación y ampliación del número de años trabajados para calcular la cuota) se han creado ellos, por consenso -ese que no son capaces de alcanzar para cosas importantes para los ciudadanos- su propio “corralito” (pocos años de trabajo para garantizarse la pensión máxima). Menos mal que, entre ellos, de vez en cuando emerge alguno que pone en cuestión ese “corralito” y llama la atención sobre lo impresentable que resulta mantener la situación de privilegio, mientras se está pensando en apretar el cinturón de los demás. Un aplauso, pues, para la sensibilidad y el sentido común del que ha hecho gala Rosa Díez presentando en el Congreso una proposición para revisar el privilegiado sistema de pensiones de los parlamentarios, una medida que considera ineludible en pleno debate sobre la jubilación de todos los españoles. Eso es coherencia. Y seguramente planteamientos de este tipo son, entre otras cosas, los que hacen hoy de Rosa Díez la política que aparece como más valorada en todas las encuestas.

Que cunda el ejemplo. Un saludo y hasta la próxima.



sábado, 6 de febrero de 2010

Gobernar exige decisiones difíciles

La verdad es que a estas alturas de la película resulta difícil saber dónde estamos, hacia dónde caminamos y qué posibilidades tenemos de alcanzar un destino confortable. Todo lo que ha ocurrido en nuestra economía a lo largo de las dos últimas semanas, y sobre todo de la última, no ha hecho otra cosa que sembrar de dudas e incertidumbres el próximo futuro. A los malos augurios hechos por los expertos en la cumbre de Davos, se han sumado los datos objetivamente preocupantes del aumento imparable del paro, el endeudamiento público y la confirmación de que, en el último trimestre del pasado año, seguíamos todavía en recesión; algo que ya no ocurre en los países de nuestro entorno. No se si esto es de por sí suficiente para explicar otro dato añadido que no se puede pasar por alto: que el ibex 35, que hace dos semanas estaba instalado por encima de los 12.000 puntos, se encontraba, al final de la sesión de ayer en torno a los 10.100, lo que supone un descenso espectacular del orden del 16%. Es muy probable que a la influencia de los datos objetivos se hayan sumado algunos movimientos especulativos, pero sería estúpido pretender menospreciar la importancia de esos malos datos como factores clave. Los especuladores son personas físicas o jurídicas que suelen actuar con la más condenable de las inmoralidades, pero resulta que manejan como nadie los datos objetivos y las expectativas positivas o negativas que estos generan.

El problema seguiría siendo serio incluso si tuviéramos la certeza de tener un gobierno clarividente en el análisis de la situación, riguroso y consecuente en la propuesta de estrategias para abordar los problemas y decidido a asumir, con fortaleza y sin mirar a la galería, las medidas que la situación exige. Si así fuera, tendríamos al menos la confianza que produce la sensación de tener claro el punto de partida, trazado un horizonte y pergeñado un camino bien orientado para alcanzarlo. Si así fuera es probable que, en torno al proyecto, pudiéramos todos aceptar poner nuestro granito de arena, nuestra parte correspondiente de esfuerzo y sacrificio para hacerlo viable.

Pero claro, hasta hace un par de años vivíamos en una etapa de euforia y expansión económica -aunque, por lo que se ha visto, sobre bases llamativamente frágiles- en la que, como suele ocurrir cuando las cosas van bien, resultaba fácil y cómodo gobernar, incluso intentar hacerlo con la sonrisa puesta, tratando de complacer a todo el mundo, a veces con largueza desmedida, sin pensar en posibles efectos indeseados de cara al futuro. Cuando la situación cambia, el presente se complica y el futuro se vuelve hosco resulta tremendamente difícil aceptarlo y se empieza por intentar enmascarar o negar los hechos. Luego, cuando se muestra evidentes y ya no se pueden camuflar, resulta que se ha perdido un tiempo precioso para tomar conciencia de la crisis y para intentar hacerla frente desde el principio, desde sus raíces.

Por si fuera poco, unos gobernantes que han insistido por activa y por pasiva en la fortaleza de nuestra economía, que han hecho del gasto una vocación y que han ahogado en concesiones no siempre bien justificadas cualquier conato de contestación social o autonómica, no parecen tener ni la actitud ni la fortaleza de ánimo suficientes para fajarse en hacer frente a una situación de crisis. Una situación que exige firmeza para tomar decisiones, algunas de las cuales pueden resultar impopulares o molestar a determinados sectores de la población, e incluso a organizaciones a las que se ha intentado siempre complacer y con las que puede ser necesario enfrentarse. Me gustaría creer que no es así, pero las constantes idas y venidas de nuestros gobernantes les restan credibilidad. Así lo avala el hecho de que dan un paso adelante remitiendo a la Unión Europea un plan para estabilizar la economía y ponerla en condiciones de avanzar, y luego dos pasos atrás en el momento que vislumbran la amenaza de tener que defender sus propuestras frente a la resistencia de los sindicatos. No es de recibo. Porque, o no han pensado y construído con rigor el plan, en cuyo caso es absurdo proponerlo, o lo habían pensado bien y lo estimaban adecuado a la situación, en cuyo caso lo absurdo es revisarlo a las primeras de cambio.

Tampoco resulta mucho más alentador el último intento del gobierno que, al parecer, ahora lo fía todo a la concertación social. Un intento que, por otro lado no es nuevo y cuyos precedentes no invitan precisamente al optimismo (el último de hace unos meses se saldó con un sonoro fracaso). Pero en fin, supongamos que, dadas las circunstancias, los sindicatos y las organizaciones patronales vayan esta vez con más urgencias y mejor predisposición. En todo caso, lo que resulta decepcionante es que el documento que presenta el gobierno sea tan etéreo, tan literario y poco concreto como lo describen quienes han hecho ya una primera lectura del mismo. También resulta discutible que, de entrada, el gobierno asuma que todo lo que se decida ha de ser consensuado. Por más que la propia falta de concreción permita que unos y otros no encuentren en la propuesta nada que los soliviante, si analizamos friamente las manifestaciones de las organizaciones empresariales y los sindicatos en cuestiones fundamentales sobre las que habrán de tomarse decisiones, no resulta difícil pronosticar que los acuerdos importantes van a ser más bien escasos. Y entonces ¿qué hacer?, ¿no tomar medidas?, ¿esperar una varita mágica que venga a solucionar nuestros problemas?.

Y esto por no hablar del enorme retraso con que se hace el intento y del el error añadido de no intentar por todos los medios implicar a la oposición en el mismo. Supongo que el gobierno teme (y confieso que yo también) que la oposición se niegue a participar, mantenga una actitud oportunista y lo fíe todo al desgaste del gobierno para suplantarle en el poder. Estaría en su debe y los ciudadanos podrían tomar nota. En el debe del gobierno está el no haberlo intentado antes y el no intentarlo ahora. También los ciudadanos pueden tomar nota.

En fin, para no terminar abandonado al pesimismo y la melancolía, quiero expresar mi deseo más ferviente de que el intento termine por salir bien en contra de mis temores. Brindo por ello.

Buenos días y hasta la próxima



viernes, 5 de febrero de 2010

El valor político de la humildad y la autocrítica

Mientras echaba una ojeada a la prensa diaria, he leído y me han llamado mucho la atención algunas afirmaciones de Barack Obama en el llamado Desayuno de Oración, celebrado ayer en la capital de los Estados Unidos con la presencia de Rodríguez Zapatero. Y lo han hecho de una manera muy positiva porque expresan, al menos formalmente, una actitud humilde y autocrítica de la que no estaría mal que tomaran buena nota otros políticos,incluido nuestro presidente. Porque, si la humildad y la autocrítica son claves para que cualquier persona pueda mejorar su manera de ser y de actuar en la vida, resultan especialmente necesarias para quienes, en el ejercicio del poder, suelen estar rodeados de corifeos y halagadores que acaban por hacerles perder el sentido de la realidad, y por hacerles creerse los mejores, los más sabios y los más expertos en cualquier materia. No hay más que recordar, aunque sea en una versión libre, las palabras de Leire Pajín para referirse a la coincidencia de la presidencia de Obama en Estados Unidos con la presidencia de Zapatero en la Unión Europea: nada menos que “el resultado de una maravillosa conjunción planetaria”.

Dice Obama que siente que “algo está en quiebra en Washington” porque “los que estamos en Washington no estamos sirviendo al pueblo como se merece”. Lo leo y trato de recordar si alguna vez he oído a nuestros políticos hacer un reconocimiento semejante. Pero no lo consigo. Y sin embargo me vienen a la mente un montón de ocasiones en que, incluso contra toda evidencia, alardean de hacer las cosas bien. Creo sinceramente que, en su fuero interno, saben y reconocen sus equivocaciones, pero entienden que el reconocimiento público de las mismas les debilitaría ante la opinión y, en un ataque continuado de estúpido endiosamiento, son incapaces de aceptar una realidad tan humana como el error (errare humanum est), de pedir disculpas por él y de rectificar en lo que proceda.

A la vista de los comportamientos que podemos observar en la vida política, caracterizada por una lucha encarnizada de nuestros partidos políticos por el poder, parece que unos y otros pensaran que de sacar a la luz sus miserias ya se ocupan suficientemente los partidos rivales (el enemigo) como para, “motu propio”, hacer aflorar otras, aunque sea con la finalidad de disculparse por ellas y de rectificar. Se trata de una manifestación más de la escasísima capacidad para entender algo tan simple como que unos y otros han de estar al servicio del bien común de la ciudadanía. Se trata asimismo de una insoportable tendencia desde el poder (“puesto que todo lo hacemos bien”) a no dar acogida a propuestas interesantes de la oposición, una tendencia sólo comparable con la incapacidad de la oposición para aplaudir y apoyar iniciativas y propuestas del gobierno (“que todo lo hace mal”) susceptibles de ser apoyadas o, cundo menos, negociadas y matizadas.

El propio Obama reconoce esta tendencia de los partidos. Y se lamenta por ello cuando dice que, “a veces parece que somos incapaces de tener un debate serio y civil”. También se lamenta de que en la actualidad estamos asistiendo a una “erosión del civismo”. Apreciación que a mí me parece bastante atinada, aunque no estaría de más un análisis profundo de las posibles causas de esta erosión. Probablemente tropezaríamos con el mal ejemplo que percibimos en los profesionales de la política, en su incapacidad para dialogar civilizadamente y para llegar a acuerdos razonables en aras del bien común. Probablemente también nos daríamos de bruces con las abundantes corruptelas protagonizadas por quienes han recibido de los ciudadanos la confianza para ocuparse de los asuntos públicos. No hace falta irse muy lejos en el tiempo para recordar abundantes casos en nuestro país. Aunque no parece que tengamos la exclusiva. Recientemente los tribunales ingleses han dictado sentencia y obligado a parlamentarios de todos los partidos a devolver importantes cantidades de dinero que, de manera indecente e ilegal, habían cargado al presupuesto del parlamento.

Triste pero cierto. Muchos de los comportamientos que observamos y criticamos, entre la rabia y la tristeza, a nuestros políticos, tienen su propia versión en otros países. Pero mal de muchos ….. tanto peor. Claro que al menos el presidente de los Estados Unidos intenta rectificar y los diputados ingleses van a devolver religiosamente el dinero público destinado a fines privados de su exclusivo interés. Algo es algo. Ya me gustaría que, puesto que somos parecidos en el error, nos parezcamos también en la capacidad para reconocerlo y rectificar.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.

jueves, 4 de febrero de 2010

Entre la zozobra y la esperanza ante la crisis

Una de las cosas que aprendí de niño, en el ámbito familiar, es que hay que procurar no gastar lo que no se tiene. Una filosofía que, desde la precariedad de una economía doméstica basada en una pequeña explotación agrícola -sometida siempre a los vaivenes de la evolución de las cosechas- se intentaba llevar a la práctica de la forma más rigurosa posible. Por eso, cuando una mala cosecha volatilizaba una parte sustancial de los ingreso previstos, todos los miembros de la familia eramos conscientes de que se avecinaba una reducción también sustancial de los gastos, empezando por los superfluos -muy escasos- y siguiendo por otros que no lo eran tanto. Aprendí enseguida que, en tal situación, tendría que conformarme sin un juguete con el que soñaba. También aprendí que, en años como ese, sólo podría renovar mi vestuario aceptando, de mejor o peor grado, heredar los pantalones o el abrigo que se le habían quedado cortos a un hermano mayor. El presupuesto familiar debía de ajustarse a las exigencias del momento. Como mucho se asumía aplazar el pago en la compra de un bien necesario, aunque para poder hacerlo era preciso haberse ganado antes la confianza de un comerciante conocido que asumía el riesgo del aplazamiento. Lo que se intentaba por todos los medios, hasta donde la situación lo permitía, era insistir en la necesidad de aprender, en aprovechar las oportunidades de formación, para intentar “labrarse un futuro mejor”.

Más tarde aprendí que un buen funcionamiento económico no demandaba una tan desmedida rigidez y que era posible un endeudamiento razonable para invertir en un negocio con buenas perspectivas o para anticipar el uso o el consumo de algunos productos de elevado costo (una casa, unos electrodomésticos, un coche, etc.) Eso sí, siempre que se hiciera de forma prudente, contando con las garantías que te pudiera proporcionar la propia situación patrimonial o laboral. También aprendí que no era bueno crearse nuevas “necesidades” que pudieran tirar de los gastos por encima de los posibles ingresos. En realidad se trata de unos aprendizajes sencillos, casi triviales, que desafortunadamente parecen no haber hecho nuestros políticos.

Digo esto porque no quisieron o no fueron capaces de aplicar esta sencilla pero práctica filosofía en los momentos de bonanza, ni parecen querer o ser capaces de hacerlo tampoco en el marco de la crisis que ahora padecemos. Cuando en el pasado todo parecía marchar sobre ruedas, unos ejercicios con superavits podrían haber permitido aplicar los resultados a financiar la reestructuración de una economía demasiado polarizada en la construcción, a diversificar dependencias y a dedicar mayor énfasis y dotaciones para investigación, desarrollo e innovación. No fue así, sino todo lo contrario. Soberbiamente encaramados en la posición de nuevos ricos, y dispuestos a comprar el afecto y la complacencia inmediatos de unos y otros, nuestros gobernantes, no han tenido reparo en aumentar y consolidar gastos corrientes, en incrementar el número de funcionarios y cargos de confianza bien pagados y no siempre justificados, en complacer y amansar con generosas dádivas a unos sindicatos paniuaguados con más liberados que afiliados, a financiar sin el control exigible a ONGs de dudosa utilidad social, a ganarse apoyos electorales entre artistas, reales o presuntos, mediante generosas subvenciones y prebendas. Eso por no hablar de la suntuosidad de los viajes y desplazamientos de nuestros “políticos-pavo real”, a menudo sin una utilidad práctica que los justifique (coches oficiales de lujo, hoteles de cinco estrellas, dietas escandalosas), etc., etc..

Hoy, cuando la disminución sustancial de los ingresos fiscales, unida al aumento acelerado de los gastos sociales, han llevado al país a un déficit de más del 11 por ciento, y cuando hemos llegado a una cifra de más de cuatro millones de parados, no parece que nuestro gobierno tenga claro que ahí tiene uno de los nichos en los que puede encontrar campo para una sustanciosa reducción de los gastos y, consecuentemente, del déficit. En lugar de tomar el toro por los cuernos y asumir la cuota de sacrificio necesaria y el coste político anejo, opta por compensar su inacción acudiendo a aumentar el déficit y la deuda. Da lugar con ello a un efecto indeseado: la disminución de la confianza en la economía española de los posibles prestamistas, encareciendo las primas de riesgo y agrandando los intereses y la duración de la hipoteca que habremos de pagar inexorablemente todos nosotros.

Si se quiere evitar que así sea es preciso tener el coraje de tomar esas medidas de ahorro a corto plazo y destinar lo ahorrado por esa vía al estímulo de la economía productiva y a la generación de empleo. Y, si hay que endeudarse, hágase para generar trabajo y riqueza; y de paso también aumentar el consumo y la recaudación fiscal derivada. Sólo así es asumible la ampliación temporal de la deuda. Lo contrario sólo conduce al desastre.

Curiosamente un gobierno como el actual, que primero negó sistemáticamente la crisis y que ha seguido empeñándose luego en menospreciar su posible impacto sobre nuestro país, se encuentra ahora agobiado por los malos augurios y las llamadas de atención de los organismos internacionales, que amenazan con acentuar la desconfianza en nuestra economía. Y tiene razones para ello. Acabo de echar una ojeada a la marcha de la bolsa en la sesión de hoy y, cuando son las seis de la tarde, compruebo que ha bajado casi un 6% en la jornada; un extraordinario batacazo, y un claro síntoma de desconfianza. Seguramente también una manifestación más de la egoísta insolidaridad de los inversores.

Así las cosas parece que, por fin, y ante los requerimientos de la Unión Europea, nuestros gobernantes han entendido que no les queda más remedio que intentar levantar el ala, sacar la cabeza de debajo, y proponer un plan de estabilización de la economía orientado a reducir el déficit y el endeudamiento y a poner nuestra economía en situación de abordar una previsiblemente lenta salida de la crisis. Curiosamente un gobierno como el actual, tan cortoplacista él, y a la vez tan autoproclamado defensor de los derechos sociales de los débiles, pone ahora el acento en dos medidas poco sociales, orientadas a la reducción del déficit a medio plazo con base en una actuación restrictiva sobre las jubilaciones y las pensiones: retrasar de forma progresiva la edad de jubilación en dos años y contabilizar 25 años en lugar de los 15 últimos para determinar la cuantía de las pensiones. No voy a entrar a valorar ahora hasta que punto estas propuestas -que unos miembros del gobierno hacen, otros matizan y otros niegan en un ejercicio lamentable de descoordinación- afectarán a los pensionistas en un futuro más o menos próximo. Estoy convencido de que se trata de un problema que habrá que abordar, aunque también lo estoy de que no es “el problema”. Lo sería si no hubiera un enorme ejército de desempleados esperando encontrar un puesto de trabajo; pero mientras padezcamos los niveles de desempleo actuales ¿qué ventajas se derivan para los desempleados del hecho de que se prolongue la edad de jubilación de los que tienen trabajo? ¿No resulta además incongruente con el despilfarro de dinero público que ha supuesto en un pasado bien reciente la política de acuerdos con grandes empresas para facilitar la jubilación anticipada de trabajadores de menos de 55 años?.

No quiero ser pesimista, entre otras cosas por ser fiel a una práctica que normalmente me ha ido bien en la vida. No hay que ser demasiado optimista en los momentos buenos (te podría hacer tomar decisiones demasiado alegres y arriesgadas), ni demasiado pesimista en los malos (te podría hacer caer en la melancolía y paralizar las actuaciones necesarias para superarlos). Sigo pues, pese a todo, teniendo fe en que mejores tiempos son posibles. Pero para que así sea necesitamos que nuestros gobernantes, que parecen haber perdido por fin sus alas de pavo real, dejen ahora de parecer boxeadores sonados y se fajen en la adopción de las medidas necesarias, incluso si algunas pueden ser poco populares y generar resistencias. Que lo hagan ya, que las expliquen y que pidan a todos los ciudadanos la colaboración y los sacrificios necesarios, a cada uno según sus posibilidades. Si no son capaces de hacerlo, que lo digan y que dejen hacer a otros. De lo contrario todos saldremos perjudicados.

Y digo yo, volviendo al punto de partida y aun a riesgo de simplificar un poco, que no estaría de más que, sean quienes sean, tengan presentes algunas de las lecciones básicas que muchos aprendimos de la economía doméstica.

Es todo por hoy. Desde una razonable preocupación por el futuro, buenas tardes y hasta la próxima.







martes, 2 de febrero de 2010

El principio de realidad como clave para un sueño

Las reciente publicación de algunos datos preocupantes sobre la situación de la economía española (paro por encima del 20% de la población activa y déficit público superior al 10%), junto con la consiguiente desconfianza manifestada en Davos sobre la fiabilidad de la misma, ha conseguido, al parecer, despertar a nuestro presidente del ensueño fantástico de seguir pertenenciendo a la “Champion`s Ligue” de la economía (Zapatero dixit). El humo que cegaba sus ojos en los albores de la crisis y que le inspiraba fantasías y eufemismos negacionistas o disfraces de desaceleración, ni siquiera se diluyó por completo ante el vendaval de la crisis financiera y de la paralización del sector hipertrofiado de la construcción. Han tenido que cerrar miles y miles de empresas y aprobarse otros tantos expedientes de regulación de empleo, -con el consiente aumento del paro y de los gastos sociales y la reducción paralela de los ingresos fiscales- para que, por fin, nuestros gobernantes tomen conciencia de que semejante deterioro, de prolongarse en el tiempo, conduce inevitablemente al desastre.

La situación exigía y exige de nuestros políticos (desde luego del gobierno, pero también de la oposición, en la parte que le toca) una actitud y un comportamiento infinitamente más serio, más realista y responsable del que desafortunadamente han venido adoptando. El gobierno de turno debería haber sido mucho más riguroso, humilde y sincero en el diagnóstico. Reconocer desde el principio la crisis hubiera sido el primer paso necesario para, a partir de ahí, tomar algunas medidas tempranas de emergencia y diseñar un plan estratégico a medio plazo para enfrentarse al problema. No se hizo. Al contrario, después de negarla por activa y por pasiva, después de tachar de antipatriotas a quienes osaban mentar a la bicha, cuando los datos hicieron innegable la crisis, se buscó el analgésico de afirmar que nuestro país estaba mejor preparado que otros para hacer frente a la situación. Veníamos de unos años de superavit en las cuentas del estado y nuestros gobernantes no quisieron o no supieron reconocer y tener en cuenta la fragilidad de las bases que sustentaban el modelo. Y así, en lugar de poner el acento en la adopción de medidas tempranas orientadas a contener el gasto y mejorar la estructura productiva, se optó por seguir aumentando y consolidando irresponsablemente los gastos corrientes a la par que se incrementaban los gastos sociales como consecuencia de la crisis. Es como si se presumiera que, por una inercia mágica, todo fuera a volver a su cauce de forma espontánea. Pero las cosas no funcionan así y de los errores y empecinamientos del pasado se deriva la agudización de los problemas del presente.

Caído del caballo en la cumbre de Davos, ante la constatación de la desconfianza y los malos augurios para la economía española percibidos en las interpelaciones de esa cumbre, nuestro presidente se ve en la necesidad de enfrentarse, por fin, con la urgencia de tomar medidas severas para la contención del gasto y la recuperación de la confianza; algo que hubiera sido menos complicado si se hubiera planteado al comienzo de la crisis, antes de que los gastos sociales se hubieran disparado como lo han hecho en estos últimos tiempos.

Claro que nuestros gobernantes, preocupados sobre todo por la obtención y conservación del poder, se han mostrado siempre más preocupados de granjearse demagógicamente la simpatía y el voto de los ciudadanos diciéndoles siempre de forma irresponsable lo que quieren oir, que de hacer frente al marrón de dar malas noticias, de reconocer que las cosas en un momento dado no van bien, y de pedir a los ciudadanos que arrimen el hombro para llevar adelante un plan coherente con objeto mejorarlas. Para hacerlo así desde el poder es preciso ante todo ser sinceros con los ciudadanos, darles, cuando sea preciso, las malas noticias, ofrecerles planes creíbles para salirles al paso y pedirles su aportación y su sacrificio, si es necesario. La credibilidad no se gana con mentiras piadosas o con medias verdades, sino con la veracidad en la información y con la solvencia, el rigor y la honestidad en el ejercicio. Lo demás es puro camelo y, más tarde o más temprano, termina por quedar en evidencia.

No quiero terminar esta reflexión sin dedicarle también un párrafo al principal partido de la oposición cuya actitud de denuncia de la lentitud, la inoperancia o las inconsistencias del gobierno en la forma de proceder ante la crisis, produce a menudo la sensación de que se comtempla ésta más como un pretexto para reemplazar en el poder al partido en el gobierno que como un problema colectivo que es preciso intentar resolver cuanto antes y del modo mejor posible, incluso si para ello es preciso sacrificar intereses de partido y pactar con el gobierno en beneficio de la ciudadanía. Lamentablemente no tengo ninguna confianza en que esto llegue a producirse, entre otras cosas porque el PP no parece desearlo (la crisis podría llevarle al gobierno) y porque tampoco parece que el partido en el gobierno esté dispuesto a pedir humildemente ayuda y menos a hacer las inevitables transacciones que exige cualquier pacto. Ya dijo el presidente que la ideología le impedía llegar a acuerdos con el PP.

No sé, pero tal vez mereciera la pena que el dios de la ideología no le impidiera a nuestro presidente pensar en los trabajadores, socialistas o no, que se quedarán sin empleo si él no tiene en cuenta el principio de realidad. Tal vez los unos y los otros deberían mostrar una mejor disposición al acuerdo y al pacto para intentar alimentar, desde el principio de realidad, la esperanza de muchos ciudadanos de que el sueño en un futuro mejor no sea sólo eso, un sueño.

Brindo por eso. Buenas tardes y hasta la próxima.