martes, 22 de diciembre de 2009

Polémica por el nombramiento de un obispo

Hace unos días escribía yo en este blog algunas reflexiones sobre el dios que soy capaz de imaginar y, entre otras cosas venía a decir que, si dios existe -y pienso que sí- ha de ser el mismo para todos, pero inapropiable por ninguno. Lo cierto es que no tenía intención de volver sobre una cuestión que, al menos en apariencia, no parece interesar demasiado a una gran mayoría de la población, demasiado ocupada en los problemas materiales del día a día como para estar inquieta, ni siquiera un poco, por cuestiones que hacen referencia a la transcendencia del ser humano. Dos razones de diferente tipo me han impulsado a retomar el tema. La primera que un viejo colega y amigo me ha pedido que lo haga, por razones que no vienen al caso, y la segunda que la actualidad nos ofrece una vez más un ejemplo de la diversidad de interpretaciones de lo religioso -y por extensión de la idea de dios y de su presencia social- no sólo entre diferentes sectores de la sociedad civil, sino también entre distintos sectores de la iglesia institucional, cada uno de los cuales pretende, con la misma seguridad y firmeza, estar plenamente asistido de razón. Me estoy refiriendo a la polémica suscitada inicialmente con motivo del nombramiento del nuevo obispo de San Sebastián, Juan Ignacio Munilla, reavivada por las recientes declaraciones de su predecesor Juan María Uriarte, así como las del presidente del PNV y otros líderes políticos vascos.

Aunque no soy un experto en derecho , sí tengo algunos conocidos que lo son en derecho canónico; y precisamente a ellos les he oído la referencia al canon 377 del código en que se habla sobre la elección y el nombramiento de obispos. Aunque había oído de su boca el contenido, me he tomado la molestia de buscarlo para recogerlo en su literalidad y evitar así la posibilidad de traicionarlo. Dice así:

Canon 377 § 1: El Sumo Pontífice nombra libremente a los Obispos, o confirma a los que han sido legítimamente elegidos.

Canon 377 § 2: Al menos cada tres años, los Obispos de la provincia eclesiástica o, donde así lo aconsejen las circunstancias, los de la Conferencia Episcopal, deben elaborar de común acuerdo y bajo secreto una lista de presbíteros, también de entre los miembros de institutos de vida consagrada, que sean más idóneos para el episcopado, y han de enviar esa lista a la Sede Apostólica, permaneciendo firme el derecho de cada Obispo de dar a conocer particularmente a la Sede Apostólica nombres de presbíteros que considere dignos e idóneos para el oficio episcopal.

De la lectura de estos párrafos se desprende la posibilidad de que el Papa nombre libremente al obispo de cualquier diócesis, pero también queda abierta la posibilidad de que los obispos de una diócesis elijan y presenten candidatos de entre los sacerdotes que consideren dignos (parece razonable que entre los curas de su diócesis). Está claro, por tanto que, desde el punto de vista administrativo (digámoslo así) el nombramiento de Munilla, sin tener en cuenta las propuestas hechas por la diócesis se ajusta plenamente a derecho, aunque también se hubiera ajustado a derecho un nombramiento diferente, que hubiera tenido en cuenta los candidatos propuestos por la diócesis de San Sebastián. Se trata por tanto de optar para el nombramiento por una fórmula de elección con una mayor participación de la comunidad o de hacerlo sin contar para nada con ella. Y en este contexto adquieren todo su sentido las declaraciones de Uriarte relativas a sus propuestas al Vaticano para que se nombrara un obispo propuesto por la diócesis. Una propuesta que ha sido interpretada como una fórmula para asegurar el nombramiento de un obispo afín al nacionalismo vasco. Yo creo sinceramente que se trata de un procedimiento que se adapta mejor tanto a los usos de las primitivas comunidades cristianas como a la presumible madurez de los miembros activos de las comunidades actuales.

Ahora bien, la cuestión no se platearía de forma tan encrespada si no se mezclaran otros aspectos. En mi opinión el problema se ha enconado por la implicación de una doble confrontación. La primera es la que existe entre una concepción conservadora, y en algunos casos integrista y dogmática, del cristianismo, y otra más abierta, humilde, dialogante y adaptada a los tiempos. Algunos atribuyen el nombramiento de Munilla a su cercanía a la primera, aunque los testimonios que yo he podido leer o escuchar no sean siempre y del todo coincidentes.

La segunda tiene que ver con la tensión nacionalismo – antinacionalismo o, dicho de otra manera nacionalismo vasco – nacionalismo español. Según una interpretación al uso, el nombramiento de Munilla tendría que ver con la voluntad de la jerarquía de la iglesia española de poner un contrapeso al nacionalismo del clero vasco. De todos es conocida la atribución al clero y a los obispos vascos, especialmente a Setién y a Uriarte, de la condición de nacionalistas y la acusación de una cierta lenidad con el mundo abertzale radical y de tibieza en sus condenas de ETA. En mi opinión, sería estúpido negar que ha habido algunos miembros del clero alineados con el nacionalismo radical e incluso complacientes con ETA, pero en honor a la verdad hay que decir también que no son la tónica. Y, desde la perspectiva que me da el conocimiento e incluso la cercanía a bastantes personas relevantes del clero vasco, incluído el propio Uriarte (a Setién no lo he tratado, aunque confieso que no me cae bien), tengo que decir en honor a la verdad que, aceptando el hecho de que algunos puedan tener simpatía por el nacionalismo vasco, la postura habitual ha sido de condena clara de la violencia de ETA y del abertzalismo violento que milita en sus aledaños. Sólo algunas frases sacadas de contexto, y sobredimensionadas en relación con otras muy contundentes de condena de la violencia asesina de ETA, han dado la imagen de un clero y unos obispos -en particular de Uriarte- en connivencia plena con el nacionalismo vasco, más compasivos con los familiares de los asesinos que con las víctimas de los atentados, y sospechosos de algún tipo de complicidad difusa con la violencia. Creo sinceramente que resulta excesivo. Será porque la misma tendencia que me lleva a imaginar un dios más compasivo que justiciero me permite también imaginar el sufrimiento de algunos padres que, odiando la violencia, tienen la desgracia de ver a sus hijos convertidos en asesinos sin piedad, a los que sin embargo siguen queriendo. Es a ellos y no a sus hijos a los que dedica Uriarte su mirada compasiva. Y no seré yo quien se lo reproche. Otros sí lo hacen alegando, en un claro juicio de intenciones, que su compasión tiene que ver con su atribuida filia nacionalista.

Por lo que se refiere al PNV, no me cabe duda de que se siente mucho más cómodo con un clero y unos obispos considerados afines que con otros que pudieran mostrarse distantes o en ocasiones molestos. Es así por la misma razón por la que cualquier partido con poder político, prefiere tener medios de comunicación complacientes y se siente molesto con los críticos. No es de extrañar por ello que Urkullu, desde su interés de partido, acuse a la jerarquía española de querer influir, con Munilla, en la política vasca, mientras elogia a Uriarte por intentar influir en el Vaticano proponiendo para el nombramiento un perfil de obispo que el PNV considera más afín. Pero esa es otra historia. No olvidemos que forma parte de las tentaciones del poder y que Franco reclamó para sí y consiguió en su momento el derecho de presentación de obispos.

Lo peor del asunto es que, como resultado, la iglesia institucional se ve inmersa, hoy como ayer, en las luchas de unos y otros por apropiarse de la idea y del apoyo de un dios a su medida, de rostro desfigurado por las debilidades y las ambiciones humanas, a veces encerrado por el poder en las iglesias para que no moleste y otras tomado como pretexto para la la conquista, la preservación o el aumento del poder. Se trata de un dios interesadamente recreado que nada tiene que ver con ese dios que, como decía hace unos días en este mismo blog, soy capaz de imaginar.

Es todo por hoy. Buenas noches y hasta la próxima

lunes, 14 de diciembre de 2009

De Cicerón a Mencken. Dos versiones de la conciencia

Hace unos días, recordando a Galbraith, prestigioso economista cuyas lecturas han contribuído a configurar algunos aspectos de mi forma de pensar, recogía una cita que éste hacía de Henry Louis Mencken. Afirma Mencken, de manera un tanto cínica, que “la conciencia es la voz interior que nos advierte de que alguien puede estar mirando”. Se trata de una formulación provocadora con la que, en principio, no estoy de acuerdo. Aunque, si se piensa bien, tiene su aquél. Más tarde volveré sobre ella.

A la propuesta de Mencken se opone radicalmente la clásica de un romano circunspecto como Cicerón, para quien su conciencia tenía, dicho con sus palabras, “más peso que la opinión de todo el mundo”. Para Cicerón la conciencia nace de lo más profundo de sí mismo, de los valores que han ido creciendo en él a lo largo de su vida. Y por ello se convierte en instrumento definitivo para orientar los juicios y la conducta personal. Lo que piensen los demás importa poco. Es cosa suya. Lo importante es la coherencia de los propios actos con aquello en lo que uno cree, con aquello que uno valora, independientemente de si se actúa en privado o expuesto a las miradas de otros.

Probablemente no sería muy aventurado suponer que un porcentaje muy alto de gente, entre los que yo me cuento, mira con buenos ojos esta visión ciceroniana de la conciencia, asentada entre otros en los principios de coherencia y autenticidad, bajo el signo de una moral autónoma. Y sin embargo me resulta difícil imaginar que pueda haber un solo ser humano, con algún recorrido, -ni siquiera el propio Cicerón- que alguna vez, a lo largo de su vida, no haya actuado mirando de reojo a la concurrencia, que no se haya comportado en alguna ocasión en público de manera diferente a como lo hubiera hecho en privado. Confieso mi delito y acepto mi culpa. Yo también lo he hecho en ocasiones. Porque, como decía otro clásico romano, Terencio, “humanus sum et nihil humanum a me alienum puto” (soy humano y como tal, nada de lo que es humano me resulta ajeno). Y humano es, sin duda, intentar dar, ante los demás, una buena imagen de uno mismo. ¿Y quién asegura que, en este intento, no haya habido personas a quienes, teniendo una conciencia personal bastante laxa, la posibilidad de ser observadas y reprobadas socialmente (versión menckeniana de la conciencia) les ha impulsado a un comportamiento mejor del que hubieran adoptado siguiendo los dictados de su conciencia personal en la versión ciceroniana?. ¿Acaso alguien duda de que muchos de los delitos que se cometen tienen que ver con el hecho de que los delincuentes – pensemos por ejemplo en la corrupción política- han podido actuar a salvo de miradas ajenas? ¿Acaso se puede dudar de que algunos otros delitos no se han cometido porque los potenciales delincuentes se han sentido observados?

Claro que, dicho esto, tengo que añadir que, en cuestiones de conciencia, no me siento para nada menckeniano. Creo con Cicerón en la conciencia como un impulso interno que oriente la conducta, como resultado de una formación bien orientada. Y, por supuesto, me fío más en general de las personas que actúan en conciencia, versión ciceroniana, que de los que hacen lo correcto sólo porque son observados. Pero, a falta pan buenas son tortas. Y si alguien, a quien su conciencia en versión ciceroniana no le impediría un comportamiento delictivo o socialmente reprobable, se comporta mejor cuando es observado, demos la bienvenida a la versión menckeniana de la conciencia. Eso sí, seamos también prevenidos con sus portadores. Nos la pueden dar con queso a la vuelta de la esquina.

Feliz semana y hasta la próxima


sábado, 12 de diciembre de 2009

De nuevo el debate sobre el aborto

El 25 de marzo de este mismo año hacía yo una entrada en este blog con el título Reflexiones en torno al aborto. En ella daba cuenta de algunas convicciones personales al respecto, pero sobre todo de mis muchas dudas. Al hacerlo trataba de tener en cuenta tanto las aportaciones de la ciencia como las consideraciones éticas. Para ser coherente con el reconocimiento de mis muchas dudas, ni pretendía entonces, ni pretendo ahora convencer a nadie de nada. Las cuestiones de conciencia -y esta lo es- merecen ser abordadas con el máximo respeto. Y me refiero tanto al respeto de las conciencias y las convicciones personales como al respeto al rigor intelectual, el rigor que merece el tratamiento de un tema tan sensible y tan complejo.

Lo digo porque acabo de leer un artículo de Mª Teresa Laespada, parlamentaria del PSOE y secretaria de Libertades Públicas y derechos de Ciudadanía del mismo en el que, junto a algunas ideas que suscribo, me he encontrado con algunos razonamientos que parecen pensados más para tratar de apuntalar una posición adoptada de antemano que para llegar a ella a través de una fundamentación rigurosa.

Por referirme primero a los acuerdos, comparto la idea de que en el pasado -no ya tan reciente-, muchos embarazos no deseados fueron resultado de una política oscurantista y represiva en el ámbito del sexo, que se traducía en la falta de cualquier educación sexual, en la dificultad e incluso imposibilidad de utilizar métodos anticonceptivos que no fueran los conocidos como “naturales” (aunque algunos tuvieran poco de tales) y, como consecuencia, en embarazos no deseados que, para más “inri”, dejaban señalados con el dedo a sus protagonistas., especialmente a la mujer, si no estaba cristianamente casada. A esto se añadía que, mientras las embarazadas con recursos podían permitirse optar por el aborto en el extranjero, las que no disponían de los mismos una de dos, o seguían adelante con un embarazo no deseado, soportando incluso la afrenta social, o se sometían a abortos clandestinos en condiciones de más que dudosa seguridad, asumiendo de paso el riesgo de ser sometidas a juicio y condenadas.

Comparto también la idea de que la ley del aborto todavía vigente -y que también lo estaba bajo gobiernos del PP, sin que éste propusiera ningún cambio- permitía en la práctica que cualquier mujer con un embarazo no deseado pudiera abortar acogiéndose al supuesto de posible daño para la salud mental o física de la madre, un cajón de sastre que parece que ha venido cobijando a más del 95% de los abortos practicados legalmente.

Estoy igualmente de acuerdo en que no se puede confundir pecado con delito, siendo como es el primero una cuestión de moral asociada a la religión y el segundo una transgresión de la legislación civil. Así que, desde la aceptación de que tanto los obispos, como los creyentes de a pie, en pie de igualdad con el resto de los ciudadanos, tienen derecho a expresar sus opiniones, es a la autoridad civil, democráticamente elegida y representada por el Parlamento, a quien compete legislar al respecto desde los principios de una ética civil orientada a la protección y defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos.

Hasta aquí los acuerdos. Ahora bien, no puedo por menos que discrepar profundamente con algunos de los argumentos que se utilizan en el artículo de referencia para avalar el proyecto actual. Sorprende para empezar que utilice como argumento el derecho de la mujer a no ser madre. Nada que decir a ese derecho, faltaría más. Lo que no entiendo es que, a día de hoy, se pueda utilizar el recurso al aborto como herramienta para garantizar ese derecho. Afortunadamente vivimos en una sociedad en que la educación sexual, o al menos la información básica al respecto, ha dejado de ser tabú en las aulas y ha dejado o está dejando de serlo en gran parte de las familias. Por si fuera poco vivimos en un país en que se puede adquirir preservativos en farmacias, en supermercados y hasta en los bares. Y, por si no fuera suficiente, se puede acudir libremente a la píldora del día después. Existen además asociaciones que facilitan asesoramiento a adolescentes y jóvenes que deseen información. ¿Se entiende acaso que todo este conjunto de posibilidades no es suficiente para permitir que una mujer haga uso de ese derecho? Sinceramente, a estas alturas de la película, no me lo creo.

Un segundo desacuerdo se refiere a la insinuación de que, puesto que en nuestra sociedad se están produciendo muchos abortos, hay que adaptar la legislación a la realidad social legalizándolo y estableciendo las condiciones bajo las cuales ha de hacerse para que tenga lugar en las mejores condiciones. Llevando este argumento a lo que seguramente la propia señora Laespada consideraría un absurdo, podríamos decir también que, puesto que la corrupción política se ha convertido en un comportamiento bastante instalado entre muchos políticos de distinto signo, ¿por que no acomodarse a la realidad social y establecer una ley que legalice la corrupción y establezca los términos en que ésta ha de ser llevada a efecto?. Absurdo ¿no?. Desde luego. Pero, como argumento, ni más ni menos absurdo que el que propone la legalización del aborto porque es un hecho real y frecuente en nuestra sociedad. Y no digo que no haya que legislar, sólo digo que un asunto tan delicado merece mejores argumentos.

El tercer desacuerdo, en el que me parece necesario poner el acento , tiene que ver con la aparente seguridad con que la autora se refiere como inspiradores de la ley a los principios de ética civil, apoyada en el progreso científico, que “ha establecido y elaborado algunos consensos mínimos sobre la vida en el seno materno”. No creo que esté tan claro que exista ese consenso en los principios de ética civil, ni desde luego existe el consenso científico, que la autora supone, sobre el comienzo de la vida humana. ´No abundaré aquí en el intento de argumentarlo. Ya lo hice en su día en la entrada del blog a la que me refería al principio. A ella me remito. Otra cosa es que los legisladores estimen que, incluso sin consenso, sea preciso legislar al respecto. Lo que no se debe hacer es dar por cierto lo que no está claro que lo sea. Ni es riguroso, ni es ético.

Buenos días y hasta la próxima.

viernes, 11 de diciembre de 2009

A propósito del comunicado de la sección Magreb de Al Qaeda

Voy a tomar como pretexto para esta reflexión un extracto del comunicado de Al Qaeda en el que reivindicaba recientemente el secuestro de tres cooperantes españoles en Mauritania. Su lectura, aparte de resultar ilustrativa en sí misma invita a pensar un poco sobre él para ir a continuación un poco más allá.

El comunicado dice, entre otras cosas, lo siguiente:

Nos enfrentamos a vuestros ataques para ayudar a nuestros prisioneros torturados en vuestras cárceles...... les decimos a los cruzados y a todo aquel de vosotros que no cejaremos en nuestro empeño de combatiros y mataros …. en el nombre del Dios único, el que les da la victoria a sus siervos y soldados”.

En un momento en que los cruzados continúan con su guerra total contra el islam y los musulmanes en todas las partes del mundo, con la masacre de inocentes y la ocupación de nuestras tierras, con el pisoteo de lo más sagrado que tenemos y el apoyo a sus protegidos, que cometen injusticias todos los días, nuestros muyahidin continúan, gracias a Dios, con su lucha contra esta alianza satánica y combatiendo a todos los que participan en ella y a todos los que nos matan en todas partes en defensa de nuestra nación islámica”.

La retórica utilizada tiene mucho en común con la empleada, con más o menos fundamento, por cualquiera que, a continuación, se propone agredir de forma violenta a quien considera su rival o su enemigo. El esquema es muy parecido independientemente del contexto en el que la rivalidad o la enemistad tenga lugar. Primero me declaro víctima de la “perversidad” de mi enemigo para convencerme a mi mismo y para intentar hacer ver a los demás que mi prevista respuesta será justa, por muy dura que pueda llegar a parecer.

Ahora bien, si además encuentro una idea fuerte, que me sirva como banderín de enganche para convencer a otros y sumar adeptos a mi causa, tanto mejor. Si detrás de la idea existe además un lider carismático que la soporta mejor aún. Y si esta idea llega a ser percibida como una verdad suprema, única e incontestable por presentarse avalada por la autoridad divina, al afán de venganza inducido por el victimismo, al romanticismo susceptible de ser generado por la defensa de una idea, y a la posible atracción carismática de un líder, viene a añadirse la seguridad en la posesión de la verdad que caracteriza a los fanatísmos de cualquier género, esos fanatismos de distinto signo que han sido responsables de las mayores atrocidades a lo largo de la historia.

Por eso, al hacer un juicio severo del planteamiento que subyace en ese comunicado, lleno de victimismo – no entraré ahora a dilucidar sobre sus posibles fundamentos- y de apelaciones retóricas a la divinidad para justificar el secuestro y la muerte de los “infieles”, no me limitaré a expresar la desazón y el rechazo frontal que me provoca este hecho concreto, que son ciertamente muy grandes. Quiero hacer extensiva mi aversión más radical a cualquier tipo de fanatismo de los muchos que a lo largo de la historia han existido y, desafortunadamente, siguen existiendo.

Por eso me despido hoy con un brindis por la duda y por la tolerancia.



jueves, 10 de diciembre de 2009

Bravo por Sarkozy y Brown

En un artículo firmado en común en 'The Wall Street Journal', los primeros ministros de Francia y el Reino Unido han manifestado que "sencillamente no es aceptable" que, cuando se producen las crisis, los contribuyentes sean los paganos mientras que cuando se recupera la economía se beneficien únicamente los accionistas y empleados de los bancos.

Los dos dirigentes han calificado de "prioritario" aplicar un impuesto extraordinario a las primas bancarias "dado que las primas correspondientes al año 2009 se han elevado gracias al apoyo gubernamental al sistema bancario". Afirman asimismo que se ha descubierto “que una red global enorme y opaca, basada en productos complejos, cálculos a corto plazo y remuneraciones con demasiada frecuencia excesivas, ha creado riesgos que muy poca gente entendía". Y proponen, en consecuencia, un cambio en la normativa europea para evitar estos desaguisados.

Actuando de forma coherente con estas ideas el Reino Unido acaba de dar un paso importante para poner coto a la desvergüenza con que los directivos de la banca se han asignado retribuciones escandalosas en forma de primas y bonos. Me refiero al recién aprobado impuesto conocido como “supertasa”, que grabará a los bancos con un 50% del dinero que destinen a primas de sus empleados.

Los dirigentes de los bancos ya han comenzado a poner el grito en el cielo, dando muestras una vez más de un comportamiento cínico, arrogante e insolidario. Después de incurrir en unas prácticas intolerables con las que obtenían primas escandalosas, mientras ponían en riesgo la economía mundial y de paso el empleo de millones de trabajadores; después de hacer endeudarse a los gobiernos para salir en su ayuda y evitar el colapso general, encantados de haberse conocido, pretenden seguir premiándose a sí mismos de forma descarada y sin control, como si aquí no hubiera ocurrido nada.

Por eso no puedo menos que alegrarme de que dos primeros ministros de distinto signo político como Brown y Sarkozy sean capaces de ponerse de acuerdo para intentar poner coto a estos vampiros de cuello blanco. Bravo por ellos.

Buenos días y hasta la próxima.



martes, 8 de diciembre de 2009

J.K. Galbraith: viejas citas, admiración permanente

Si tuviera que destacar unas pocas lecturas entre el conjunto de las realizadas a lo largo de mi vida hay una que ocuparía entre ellas un lugar destacado. Se trata de “La era de la incertidumbre”, una obra escrita por John Kenneth Galbraith. Aunque es de mediados de los setenta, sigue teniendo vigencia. Su origen está en una serie de divulgación económica para televisión que le encargó la BBC. Quizás por ello añade cercanía y claridad a la ya habitual frescura, profundidad y agudeza de los análisis económicos característicos de este autor estadounidense de origen canadiense (Ontario 1908 – Cambridge, Massachusetts 2006), profesor de Harvard y gran amigo y colaborador del presidente Kennedy. (Una breve información adicional sobre su vida y obra puede encontrarse en

http://es.wikipedia.org/wiki/John_Kenneth_Galbraith ).

Después de tenerlo bastantes años olvidado en las estanterías de mi cuarto de trabajo, he vuelto a repasar algunos de sus capítulos más interesantes y me he ido tropezando con algunas frases que subrayé hace años en sucesivas lecturas. Lo curioso es que he encontrado, sin sorpresa alguna, que la mayoría siguen teniendo la misma actualidad y el mismo interés que me hizo destacarlas en su día. Es más reconozco en algunas de ellas una clara contribución a la formación de mi propio pensamiento. Como expresión de ese reconocimiento me voy a permitir recoger en esta entrada una selección que me apetece compartir. Es ésta:

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Cuando las cosas son simples hay que evitar el hacerlas complicadas; hay otras maneras de demostrar la sutileza mental”


No puedo estar más de acuerdo aunque asumo que no siempre resulta fácil hacerlo para quienes no tenemos la sutileza y la brillantez de Galbraith. Por otro lado la frase del autor me ha hecho pensar en otra que podría añadirse y que, sin duda, también corresponde con su pensamiento. No en vano sería la correlativa de la anterior: “Cuando las cosas son complejas hay que evitar análisis simples: sólo pueden entenderse si se tiene en cuenta su complejidad”.

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La gente tiende siempre a defender lo que tiene y a justificar lo que quiere tener. Y su tendencia es considerar justas las ideas que sirven a tal objeto. Las ideas pueden ser superiores al interés creado, pero, muy a menudo, son también fruto de este interés”


Una verdad de ayer, de hoy y seguramente de mañana. ¿Quién no intenta buscar alguna teoría que justifique sus comportamientos por criticables que parezcan?

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Los privilegiados están dispuestos a correr el riesgo de la destrucción total, antes de renunciar a cualquier parte material de sus ventajas”


Si alguien intenta buscar excepciones concretas comprobará lo difícil que resulta encontrarlas. Y, aun si las encuentra, habrá podido comprobar el carácter de excepción que confirma la regla.

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En pocas cosas de la vida hay un abismo tan grande como el que media entre una seca y antiséptica declaración política, hecha por un hombre elocuente en una tranquila oficina, y lo que ocurre a la gente cuando aquélla se pone en práctica”


Quede constancia que Galbraith sabía muy bien de que hablaba, por economista y por político. Y tampoco hace falta ser un lince para pensar en cómo determinadas decisiones de política económica pueden afectar y afectan hoy a las vidas de multitud de ciudadanos.

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Yo opino que si el hombre está lo bastante preocupado por ganar dinero, su comportamiento reflejará esta preocupación, y será aproximadamente el mismo en cualquier tiempo o lugar. Por sentido moral, por precaución o por conciencia -Mencken dijo una vez que la conciencia es”la voz interior que nos advierte de que alguien puede estar mirando”-, la mayoría permanecerá lógicamente dentro de la ley. Pero una minoría bastante estable se verá impulsada a traspasar la frontera de la bellaquería declarada”


A la vista de los comportamientos de muchos de nuestros políticos y de las prácticas de la banca que han desembocado en la crisis actual, creo que Galbraith resulta un tanto benévolo. Los que traspasan la frontera son seguramente más de los que él apunta. Y me temo, siguiendo a Mencken, que a muchos de los que no lo hacen no se lo impide la conciencia moral, sino la sospecha de que alguien puede estar mirando y pillarlos con las manos en la masa.

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En 1933, la Gran Depresión era la mayor fuente de angustia. El presidente Hoover no era tonto... pero no supo enfrentarse directamente con el desastre económico de su tiempo. Reiteradamente dijo a los ciudadanos que la crisis había terminado; pero éstos sabían que no era así”


¿A qué me suena esto? …... Sin comentarios.


Roosevelt, en su discurso inaugural y en la legislación de los cien primeros días de su mandato, no dejó lugar a dudas. Dedicaría todas sus energías a remediar la miseria económica de aquellos días. La preocupación de la gente era su preocupación. Haría cuanto pudiese hacer. No prometía más”


También sobra cualquier comentario. Basta comparar.


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Y hasta aquí mi particular homenaje a Jonh Kenneth Galbraith, un hombre clarividente y comprometido con su tiempo.

Buenos días y hasta la próxima


lunes, 7 de diciembre de 2009

Políticos cesantes y el undécimo mandamiento

Aznar, Arzallus, Ibarretxe. Tres personas distintas y una misma transgresión verdadera. Me refiero a la transgresión del considerado por muchos el undécimo mandamiento, el que prescribe “no molestar”; un mandamiento de aplicación preferente a quienes, habiendo detentado un cargo importante, terminan su ejercicio y han de buscar acomodo al margen de su anterior reducto de poder. No alcanzo a imaginarme las razones, pero a algunos se les hace extremadamente difícil asumir que su tiempo ya pasó.

A nadie sorprende ya la irrefrenable tendencia del expresidente Aznar a impartir doctrina sobre lo que es bueno o malo para España o sobre los posibles defectos de gestión de sus sucesores en el gobierno o en su partido. Lo hace a menudo, con voz engolada, desde su particular tribuna de Faes, o con un pretencioso y afectado inglés (no sé si de Texas o de Quintanilla de Onésimo) en bien remuneradas conferencias en alguna universidad americana. No voy a negarle, ni a él ni a nadie, su derecho a expresar libremente sus opiniones -faltaría más-, pero no estaría mal que, por respeto con sus sucesores en el gobierno y en el partido, intentara mantener un tono prudente, que les facilitara el ejercicio desde su particular manera de entenderlo. Asumiría así con dignidad que su tiempo ya pasó y que sus sucesores están ahí porque quien tenía la posibilidad de decidirlo así lo ha querido.

A nadie sorprende tampoco la incontenible tendencia de Xabier Arzallus a torpedear a sus sucesores en la dirección del PNV. Lo hizo de manera insolente y airada con su relevo inmediato, Josu Jon Imaz, representate de una línea del partido abierta al entendimiento con los partidos de ámbito estatal, a quien, con la inestimable colaboración de su fiel escudero Egibar. ni por un momento dejó de poner palos en la rueda. Pero es que tampoco se lo pone fácil al actual presidente del PNV, Iñigo Urkullu, a pesar del afán de éste por adoptar posturas tendentes a la conciliación entre las diferentes sensibilidades del partido. Arzallus, como Aznar, son, en mi opinión, una buena muestra de falta de elegancia y deportividad . Son también unos habituales transgresores de este peculiar undécimo mandamiento.

Por si esto fuera poco reaparece ahora con ímpetu, en la escena política vasca, el exlehendakari Ibarretxe. A pesar de sus manifestaciones posteriores a la elecciones en las que parecía aceptar el final de su tiempo político, su reciente aparición en una conferencia insistiendo en la idea central de su última legislatura como lehendakari (el derecho a decidir) y en la idea de que ningún partido que no sea el PNV puede ostentar el liderazgo del pueblo vasco, permite sospechar que la cosa no está tan clara y que se puede convertir, si no lo es ya, en un transgresor cualificado del citado mandamiento. Y en este caso me voy a permitir sugerir alguna posible razón que podrían avalar lo que no deja de ser un poco más que una intuición.

Como me gusta tener información de primera mano sobre el pensamiento y las propuestas de diferentes protagonistas de nuestra vida política, y como además dispongo de tiempo suficiente para hacerlo, suelo seguir algunos blogs, y entre otros lo hago asiduamente con el de I.Urkullu. Pues bien, después de leer en él el contenido de una entrada en la que el autor hacía una interesante propuesta para la estabilidad institucional para la legislatura, hice yo una entrada en el mío en la que la comentaba en términos elogiosos (ver la entrada del 11 de Julio de 2009, titulada “Sobre la propuesta de estabilidad del PNV”: http://pacogomez45.blogspot.com/2009/07/proposito-de-la-propuesta-de.html ). No conforme con eso tuve la ocurrencia, no sé si feliz, de incluir lo fundamental de esta entrada en el blog de Urkullu como comentario a la suya. Para ser honesto no quise excluir una referencia crítica del original a los planteamientos intransigentemente soberanistas de Ibarretxe que, en mi opinión, habían hecho imposible un gobierno de coalicción o un pacto de legislatura de carácter trasversal entre el PNV y el PSOE. Los comentarios posteriores del blog, muchos de ellos bastante agresivos con el mío a propósito de esta referencia, me permitieron comprobar la adhesión incondicional, casi religiosa, que muchos militantes o simpatizantes del PNV tienen para con Ibarretxe. Así son las cosas y así hay que reconocerlas. Por eso entiendo la posible tentación de volver al protagonismo. Por eso entiendo también que su reaparición en el escenario político, junto con la presencia de Egibar y la actuación subterránea de Arzallus, pueden hacer más difícil cualquier intento de la dirección actual del PNV por propiciar el diálogo entre partidos nacionalistas y no nacionalistas, por buscar acuerdos de carácter trasversal y, como consecuencia, por desdramatizar la vida política vasca. Por eso mismo pienso que, como Aznar y como Arzallus, también Ibarretxe debiera recordar y cumplir el undécimo mandamiento: no molestar.

Feliz semana




viernes, 4 de diciembre de 2009

El Dios que yo imagino

La polémica actual sobre la presencia o no del crucifijo y otros símbolos religiosos en las escuelas, que para mi tiene una importancia relativa, me inspira una reflexión de mayor calado. Quienes hemos sobrepasado cumplidamente los sesenta hemos tenido la oportunidad de ser testigos de la evolución de la forma de presencia de la religión en la sociedad, en los modos al uso de vivirla por los ciudadanos y en la forma de relación entre lo religioso y lo civil, entre la iglesia oficial y el poder político. Fuimos testigos y víctimas de una época con unos planteamientos religiosos opresivos hechos por una iglesia oficial en franca connivencia con el poder civil surgido de la victoria en una guerra civil bendecida como “cruzada”. Nada se escapaba entonces a la influencia cultural de lo religioso. Cada momento de la vida era filtrado por alguna vivencia, por alguna experiencia, consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, de lo religioso. Y todo eso de la mano de un dios que nos dibujaban poderoso y justiciero, que pedía resignación a los pobres y premiaba las “caridades” de los ricos. Un dios que, traducido por sus ministros, parecía más preocupado por el sexo que por las injusticias sociales, más por garantizarse una clientela resignada de misa y rosario que por la reivindicación de los derechos individuales y colectivos.

Por fortuna, vivimos luego otros tiempos en que el impulso dado desde el Vaticano por un hombre bueno, Juan XXIII, fue diluyendo esa imagen severa del dios poderoso para dibujar otra más preocupada por los problemas de la gente, más bondadosa y más risueña, inspiradora de una acción comprometida en la lucha por las causas de la solidaridad, la libertad y la justicia. Una parte importante de la jerarquía católica española de la época, con Tarancón como figura destacada, y grupos significados de cristianos contribuyeron a perfilar esa imagen renovada de un dios comprometido con esas causas, infinitamente más bondadoso y compasivo, mucho más implicado en la defensa de los débiles y menos comprometido con el poder. Lamentablemente, no parece que el impulso de este cambio haya persistido hasta hoy. Por el contrario parece que vuelve a presentarse ante nosotros la imagen oficial de un dios conservador demasiado preocupado por cuestiones que, sin ser despreciables, no son las más importantes.

Paralelamente estamos observando en la actualidad la imagen intolerante y fanática que ofrece de dios el sector más radical del islamismo en su pretendida lucha contra los “infieles”. Una imagen más de un dios que se manifiesta cruel e intolerante y que busca dominar y controlar las mentes y las vidas de sus fieles. No es de extrañar que estas imágenes resulten cuando menos poco atractivas para una gran mayoría de personas. Tampoco a mi me gustan. No puedo imaginar y creer en un dios así.

El dios que yo imagino no es un dios convencional, secuestrado e interpretado a su gusto por instituciones de poder. Esas instituciones históricas y actuales que han reclamado en el pasado o reclaman hoy para sí la propiedad de un dios verdadero y auténtico frente al dios o los dioses de otras religiones que reclaman también para sí la representación de dioses igualmente auténticos, verdaderos y excluyentes. Teniendo como tengo infinidad de dudas -que no confío demasiado en poder resolver-, estoy sin embargo convencido de que, si hay un dios, ha de ser el mismo para todos, europeos, asiáticos y africanos, budistas, musulmanes y cristianos. Me lo imagino como el inspirador de lo mejor que late en el corazón del ser humano, de las ideas y de los valores que orientan su acción y la de los grupos de pertenencia hacia la promoción de la libertad, la justicia y la solidaridad; no importa si se declaran budistas, musulmanes o cristianos. Es más, aun a riesgo de que alguien se pregunte si desvarío, creo infinitamente más en el dios ignorado o negado por un agnóstico o un ateo confesos, cuando estos se comprometen en la lucha por la justicia, que en el dios, demasiado místico y a menudo blando, al que se venera o se reza en las pagodas, en las mezquitas o en las iglesias cristianas. Si Dios existe, no estoy para nada seguro de que esos sean los lugares en los que se siente más cómodo.

No creo para nada en el dios de las guerras de religión, ni en el dios en cuyo nombre se quemaba a los herejes en la hoguera, ni en el de la espada y la cruz de los conquistadores, ni en el de las cruzadas, ni en el de la yihad islámica. No creo en un dios adicto a la ampulosidad y al boato, a las formalidades y los ritos vacíos, ni en un dios de espiritualidades blandas y anodinas que no lleven al compromiso. No me gusta la idea de un dios de grandes dogmas y de verdades absolutas. Puedo, sin embargo, imaginarme un dios que inspira a los que se empeñan en la lucha por la libertad, por la paz en la justicia y por la solidaridad entre las personas y los pueblos. Y también un dios compasivo que compense algún día de algún modo, aquí o allá, a las víctimas de la injusticia, de la insolidaridad y de la intolerancia.

Buenas noches y hasta la próxima


jueves, 3 de diciembre de 2009

Por el respeto a la Constitución

Afortunadamente tenemos el privilegio, que no es universal, de vivir en un país con una constitución democrática. Quienes hemos vivido una parte no pequeña de nuestra vida los años de la dictadura sabemos, o deberíamos saber y tener bien presente en la memoria, el valor de un hecho como éste, incluso si pensáramos que la constitución actual no es la mejor de las posibles y que no es capaz de satisfacer al cien por cien nuestras aspiraciones. Entre otras cosas porque las aspiraciones individuales y de grupo de todos los ciudadanos no son idénticas y no siempre resulta posible conciliarlas. Precisamente por eso cualquier constitución democrática, incluída la española, prevé los mecanismos que podrían conducir a su modificación si se diera un consenso suficiente al respecto. Y, precisamente por eso, aunque no se pueda pretender que todo el mundo la ame apasionadamente, sí que es exigible que se le reconozcan sus méritos, se la acate, se la respete y se la defienda contra cualquier intento de pasarla por encima.

Viene esto a cuento de que, estando como estamos a tres días de la celebración del día de la constitución, uno no deja de sentir cierta perplejidad ante las manifestaciones de algunos de nuestros políticos que, en mi opinión, son expresivas no ya de una falta de entusiasmo por ésta constitución -que eso no es exigible-, sino de una falta del respeto y del acatamiento debido a una norma básica que reconoce y defiende nuestros derechos fundamentales y que estructura y regula la convivencia entre ciudadanos y las relaciones interterritoriales. Aceptando como aceptamos que puede mejorarse, el respeto y el acatamiento no están para nada reñidos con la aspiración a que pueda mejorarse en el futuro.

Para ser más concreto voy a referirme a las manifestaciones, que aparecen en la prensa de hoy, de dos políticos bien distintos: uno es el presidente del PNV de Álava, Iñaki Gerenabarrena, y otro el presidente del gobierno Rodríguez Zapatero. Al criticar la prevista presencia de Patxi López, actual lehendakari del gobierno vasco, en los actos de celebración del día de la constitución, dice Iñaki Gerenabarrena que “se equivoca de arriba a abajo al festejar una constitución en la que la mayoría de los vascos no se siente cómoda”. Y añade que “va a hacer un gesto político en contra de la opinión de la mayoría social y política de este país” (el País Vasco se entiende). Unas manifestaciones que responden bastante bien a una tendencia desmedida -muy común por otro lado en nuestra sociedad- a realizar afirmaciones categóricas con base en los sentimientos y deseos personales más que en datos objetivos. Porque ¿con qué fundamento objetivo puede afirmar que el presidente de un gobierno, que lo es en función de la relación de fuerzas salida de las urnas, hace un gesto político en contra de la opinión de la mayoría social y política? ¿Con qué parámetros, al margen de los resultados de las urnas, puede medirse mejor lo que son mayorías sociales y políticas? Por la misma regla de tres debería Gerenabarrena asumir también que cuando su partido, estando en el poder, se ausentaba de las celebraciones, hacía también un gesto en contra de la mayoría social. Y sin embargo creo que su actuación era legítima, tan legítima como la del lehendakari actual. Legítima sí, pero probablemente poco cortés y seguramente un tanto injusta , sobre todo si tenemos en cuenta que de la constitución actual surgió el desarrollo de la autonomía vasca que ha permitido al PNV encabezar el gobierno durante las tres últimas décadas.

La otra manifestación a la que aludía más arriba le pertenece al presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, que respondiendo a una pregunta en el Parlamento expresó ayer su deseo de que el pronunciamiento del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto Catalán confirme la constitucionalidad del mismo. Humanamente entiendo su deseo, teniendo en cuenta su arriesgado compromiso de partida de dar por bueno sin más lo que saliera del Parlamento de Cataluña, pero debe entender que la manifestación pública de su deseo tiene visos de ser una presión más, de las muchas que se vienen ejerciendo sobre un tribunal que no está para complacer deseos de parte, sino para juzgar de la constitucionalidad o no de un texto legal como es el Estatuto. Por eso lo políticamente correcto -y él es hoy el político español de más rango- es que desee que el Tribunal Constitucional resuelva de la forma más escrupulosa y neutral posible sobre el texto en cuestión. Eso es honrar y respetar la constitución. Una condición necesaria para exigir a todos los demás, de él para abajo, que la respeten también. Y dicho esto, quiero dejar constancia de que sería bueno que el Estatuto fuera declarado constitucional, si es que efectivamente lo es, pero no porque se estén produciendo presiones tremendas al tribunal desde diferentes ángulos.

Buenos días y hasta la próxima