miércoles, 24 de marzo de 2010

Mayor Oreja ¿Resbalón lingüístico o juicio de intenciones?

Afirma Mayor Oreja de forma solemne e impostada-como él suele hacerlo- que Zapatero y ETA “no son adversarios sino aliados potenciales” porque el primero busca “debilitar” a España y la segunda “destruirla”. La afirmación de que son aliados potenciales la argumenta asegurando que en este momento de debilidad a ETA y sus adláteres les interesa reiniciar una negociación con el gobierno que les permita un respiro y les garantice la posibilidad de participar en las próximas citas electorales, obtener representación en las instituciones, asegurarse con ello una fuente de ingresos y obtener alguna ventaja política como resultado de la negociación. Y, por lo que se refiere a Zapatero, el deterioro progresivo de su imagen y de las expectativas electorales del PSOE que reflejan las encuestas, le haría proclive a buscar un golpe de efecto haciendo un nuevo intento de recuperar imagen, ganar las siguientes elecciones y pasar a la historia asociando su nombre al final del terrorismo en España.

Aun aceptando que pudiera darse esta coincidencia de intereses de orden táctico, que llevara a un nuevo intento de negociación con ETA, del que Mayor Oreja afirma tener indicios y no pruebas, resultaría excesivo atribuir a ambos la condición de “potenciales aliados”. Un aliado es aquel que se asocia con otro para perseguir un objetivo común acordando para ello una estrategia de actuación. No es un enemigo, sino un socio con el que se trabaja en un proyecto compartido. Y en este sentido, por más que se esfuerce Mayor Oreja en afirmarlo con toda solemnidad, ni siquiera quienes tenemos serias dudas sobre las cualidades y la capacidad de Zapatero como gobernante podemos estar de acuerdo con una afirmación tan fuera de lugar y tan falta de matices. Seguramente se puede decir del presidente que no duda en mentir o enmascarar la verdad cuando le conviene, que utiliza como pocos la demagogia, que a menudo esconde la cabeza debajo del ala ante los problemas y que es incapaz de tomar decisiones que, siendo necesarias e incluso urgentes, puedan deteriorar la imagen redentora que se ha creado de si mismo y que ha terminado por creerse. De ahí a afirmar que es un potencial aliado de ETA porque ha intentado negociar con ella buscando el fin de la violencia terrorista o porque pueda volver a intentarlo en el futuro, media un abismo. Con el mismo argumento se podría haber afirmado lo mismo de Felipe González y de Aznar cuando lo intentaron en su día sin que nadie tuviera la ocurrencia de considerarlos aliados de ETA. Particularmente no tengo la menor duda de que cada uno en su momento lo intentó con la mejor intención y considerando a ETA no como un potencial aliado, sino como un enemigo al que se pretende neutralizar o convencer de su estrategia equivocada.

Claro que lo que me resulta más difícil de digerir del discurso de Mayor Oreja es el juicio de intenciones que hace cuando afirma que Zapatero “busca debilitar a España”. Tal vez podría discutirse si la actuación política del presidente y sus gobiernos a lo largo de los últimos años ha producido un debilitamiento objetivo del país -y en algunos aspectos parece que sí- pero de ahí a atribuir a Zapatero la voluntad de buscar el debilitamiento media un abismo. Una cosa son los resultados de una gestión, que puede ser buena o equivocada en orden a conseguir unos objetivos deseables, y otra muy diferente que se juzguen las intenciones por los resultados. Es como sí, a la vista del resultado de la eliminatoria de octavos de la Champions pretendieramos atribuir al Real Madrid la condición de aliado del Olympic de Lyon porque con su actitud sobre el campo y con el empleo de una estrategia equivocada, colaboró con él en su eliminación. Está claro que los resultados no siempre coinciden con las intenciones por mucho empeño que se ponga en ellas. Y yo no tengo duda de que las intenciones de nuestros presidentes eran buenas cuando intentaron terminar con el terrorismo mediante el diálogo, incluso si, como ocurrió en la práctica, los resultados no fueron los buscados. Por eso, a pesar de todas mis reservas sobre la actitud y la capacidad de Zapatero para liderar este país en una situación como la actual, no creo que sea de recibo la ligereza con la que Mayor se permite su juicio de intenciones. Porque parece que de eso se trata, y no de un resbalón lingüístico, a la vista de posteriores declaraciones.

Buenos días y hasta la próxima




viernes, 12 de marzo de 2010

Delibes

Ha muerto pero sigue vivo. Sigue vivo en sus libros, y sigue vivo especialmente en el corazón de quienes hemos disfrutado y seguimos disfrutando de su literatura. Sigue vivo en quienes aprendimos a amar esa literatura leyendo El camino y acompañando en su aventuras infantiles a Daniel “el Mochuelo” y Roque “el Moñigo”. Y también en los que, sin ser cazadores, fuimos de caza con Lorenzo, el bedel cazador, en sus fines de semana cinegéticos. Y en los que conocimos a Nini y a “el Ratero” en su vida marginal, dentro de una Castilla marginal y en el contexto de una España marginal de posguerra. Y en los que, leyendo Los santos inocentes, reconocimos en la humillación sumisa de Paco “el Bajo” los restos del caciquismo rural de la época, y sufrimos con Azarías la muerte de su “milana” por una rabieta del amo. Y también en los corazones de los pucelanos que reconocimos parajes familiares de Valladolid y su provincia, acompañando a Cipriano Salcedo en su peripecia histórica de El Hereje, en un siglo XVI castigado por la intolerancia religiosa.

Pero no sólo vive en las novelas y sus lectores. Sigue vivo también en su discurso de entrada en la Real Academia, abierta e inteligentemente ecologista,. Y de manera especial en el sentimiento agradecido de quienes, en pleno franquismo, tuvimos el privilegio de respirar el aire fresco, libre y comprometico, que, pese a las dificultades del momento, supo imprimir al Norte de Castilla en la época que lo dirigió.

A los que, aun llevando mucho tiempo fuera, seguimos queriendo a Castilla, como la quiso siempre Delibes, nos duele particularmente la muerte física de este castellano cabal, tan sencillo y tan genial al mismo tiempo. Y digo la muerte física, porque la otra nunca podrá tocarlo.

Para sus familiares y amigos mis condolencias. Y para Germán, uno de sus hijos, con el que tuve ocasión de compartir momentos en la Universidad y en Monte la Reina, un abrazo muy fuerte.

Buenos días y hasta la próxima

sábado, 6 de marzo de 2010

El absentismo laboral como fraude social

Entre las muchas ventajas que me depara mi situación actual de jubilado la que más he valorado desde el primer momento ha sido la libertad que me proporciona para organizar el tiempo a mi libre albedrío. Resulta impagable el placer de decidir libremente la hora de levantarme cada día, incluso si, como es el caso, me levanto relativamente temprano y casi todos los días a la misma hora. Resulta agradable poner organizar mi tiempo reservando un amplio espacio para mis aficiones más satisfactorias: la lectura y la escritura. Con la ventaja adicional de que, si un día las dejo de lado por cualquier otro estímulo circunstancial, no pasa nada. Resulta también especialmente estimulante poder dedicar algún tiempo a recuperar y cultivar viejas y buenas relaciones del pasado erosionadas por el paso del tiempo y por la distancia, o dejadas de lado por las exigencias de una vida llena de avatares personales y condicionada por itinerarios profesionales divergentes.

Podría enumerar algunas otras razones que, a una persona viva y con aficiones, le depara la jubilación y que, en lo personal, me hacen sentir particularmente bien. Pero no es éste el objetivo de mi reflexión de hoy. Al contrario. Lo que trato de decir es que cada tiempo tiene su afán y que, en mi opinión, la capacidad para disfrutar hoy de la libertad para organizar y disfrutar el ocio está muy relacionada y es, en alguna medida, proporcional a la seriedad y el rigor con el que he intentado cumplir con las exigencias fundamentales de una larga vida laboral. Y una de esas exigencias es el no eludir con engaños el compromiso con la empresa o la institución en la que trabajas y no defraudar fraudulentamente a tus compañeros de trabajo o a las personas que, en el mismo, puedan depender de tí. Y es justamente esta exigencia la que se quebranta cuando, mediante fraude más o menos camuflado, se convierte en intermitente, cuando no en ocasional, la presencia en el trabajo.

Ya sé que existen enfermedades y accidentes y que algunas personas pueden tener una especial mala suerte. Por eso procuro poner sordina a mi tentación de presumir de no haber cogido ninguna baja en toda una larga vida laboral. Sé que para eso hay que tener bastante suerte. Pero quiero suponer que también algo más: por ejemplo un plus de compromiso y de sentido de la responsabilidad. Ese plus que ayuda a superar de pie algunos episodios leves en los que muchos tienden a ver una situación pintiparada para tomarse una semanita de vacaciones pagadas.

No es de extrañar que, en una situación de crisis como la actual, en que la competencia resulta clave para que cualquier empresa se sitúe en el mercado, salgan a la luz algunas estadísticas relativas al absentismo laboral que resultan especialmente desmedidas. No parece que ese absentismo, que se convierte en un sumando añadido a los costes de producción, pueda resultar un buen aliado para el mantenimiento de los puestos de trabajo de una empresa en medio de un mercado contraído en el que es preciso competir.

Ésta es sin duda una razón de tipo práctico que tal vez pueda convencer a algunos listillos de los peligros del absentismo. No sería bueno, sin embargo, olvidar la que debería ser la razón ética, la que dice que, si queremos ser exigentes en reclamar los derechos que nos son debidos, debemos ser al menos tan exigentes en cumplir lo más rigurosamente posible con nuestras obligaciones. Eso incluye asumir que un absentismo injustificado aparte de ser un fraude a la institución -que se puede traducir en efectos indeseados para uno mismo- resulta ser también un fraude para los propios compañeros cuyo puesto de trabajo se contribuye a poner en riesgo.

Buenos días y hasta la próxima

martes, 23 de febrero de 2010

Argumentarios de partido o monumento a la simplificación

Hay cosas que, por más que se repitan a menudo, no dejan de sorprenderme. Cada cierto tiempo aparecen en los medios de comunicación referencias al hecho de que los partidos políticos, al parecer sin excepción, envían a sus cenáculos instrucciones sobre como argumentar las bondades de las propuestas y la actuación del propio partido y cómo contraargumentar los posibles ataques de los partidos rivales. Los llaman “argumentarios” y representan para mi la máxima expresión de un síntoma francamente preocupante de la enajenación de la voluntad y el pensamiento de los militantes a la que tienden nuestros partidos.

Confieso que la detección temprana de esta tendencia sofocante, que pretende cercenar de forma radical las discrepancias internas en el seno de los partidos y de convertir a los militantes en fieles seguidores de una religión de partido, -incluso entre partidos que abominan expresa o tácitamente de la religión-, fue y sigue siendo una razón fundamental para mi renuncia militante a cualquier militancia partidista; una militancia que a menudo resulta ser más pragmática que ideológica. No me gustan los dogmatismos de ningún género. No me gustan los mesianismos. Me cargan los liderazgos incontestables que pierden el sentido de la realidad y que no toleran la crítica. No soporto a los que jamás reconocen haberse equivocado.

Desde esta perspectiva se entenderá la desazón que me produce el hecho de la existencia de esos argumentarios. Y no digamos ya el contenido de los mismos: una serie insoportable de simplificaciones y reduccionismos, de enfoques unidireccionales, de generalizaciones abusivas, de descalificaciones retóricas del adversario y de sofismas infumables. Pura estupidez en píldoras que, por falta de matices, resulta insultante, o debería hacerlo, para cualquiera que reivindique para sí el derecho y la capacidad de pensar por sí mismo.

Argumentarios. He aquí una de las manifestaciones prepotentes de la debilidad real de nuestros partidos, tan inmaduros que son incapaces de aceptar la crítica interna, de reconocer la capacidad de sus militantes para pensar por sí mismos y para defender con autonomía sus ideas. Triste pero real. ¿Qué le vamos a hacer?.

Nada más por hoy. Buenos días y hasta la próxima.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Grito de dolor y de esperanza

Entre dolor y angustia, sin futuro, numerosas parados, sin empleo, temen el porvenir, al que yo veo en la gama de grises, gris oscuro. Saben de largo que vivir es duro y encontrar un trabajo es su deseo. Más de esperanza es parco su acarreo, y se dan de cabeza contra un muro.

Los que gobiernan dicen que se esmeran en adoptar medidas que, aplicadas, alentar su esperanza bien pudieran. ¡Ojalá que las cosas así fueran! ¡Ojalá que por fin vengan bien dadas! ¡Quiera Dios que se cumpla lo que esperan!.

Buenos días y hasta la próxima

martes, 9 de febrero de 2010

Un rincón para Mr. Hyde


-->
Desde hace aproximadamente un año vengo haciendo algunos comentarios en este blog que titulé en su día "Por la cultura de los matices". Abrí el blog impulsado por la desazón que me produce desde hace tiempo la tendencia muy extendida , incluso entre gente aparentemente sesuda, a hacer afirmaciones categóricas sobre cuestiones que no las permiten, a simplificar cuestiones complejas, a categorizar lo anecdótico, a hacer valoraciones sobre personas e instituciones basandose en prejuicios ideológicos, políticos, religiosos, o de caulquier otro tipo, más que en el análisis de datos y comportamiento objetivos.
Sigo pensando que, para facilitar la comprensión, la tolerancia, el acuerdo y el pacto entre las personas y los grupos, es muy importante desterrar esos comportamientos y por eso es mi intención seguir manteniendo el blog. Pero, a medida que el tiempo ha ido pasando, me he ido dando cuenta de que no todas las entradas incorporadas en él acaban de ajustarse plenamente a la filosofía con la que nació. Me temo que determinados acontecimientos que han oscurecido el acontecer político y económico a lo largo del año, han generado en mí ciertas dosis de irritación que me han impedido distanciarme de las emociones lo suficiente como para eludir algunos juicios airados.

Siendo así, como me encuentro un poco escindido entre mi vocación de rigor y de mesura y las innumerables ocasiones que nos ofrece el día a día para el enfado, he decidido abrir un nuevo blog para dejar entrar en él las reflexiones que, por su mayor acidez, podrían resultar poco coherentes insertas en éste, que se define por su vocación de hacer reflexiones más matizadas. Así pues, a partir de ahora me desdoblaré y, dejando a Dr. Jekill seguir cultivando los matices en este blog, abriré la puerta a Mr. Hyde para que sea él quien escriba sus notas en el que abrí ayer con el título: Notas desde mi rincón. Espero no volverme loco en el intento.
Buenos días y hasta la próxima

lunes, 8 de febrero de 2010

A vueltas con las pensiones

He aquí una noticia sobre pensiones difundida recientísimamente por Europa Press:

El consejo de administración de BBVA ha decidido congelar tanto las aportaciones al plan de pensiones como el salario de presidente, Francisco González, que percibió un salario total de 5,32 millones de euros (un 0,5 menos que el año anterior).

No habrá más aportaciones a la pensión de González, que se queda en 79 millones de euros, según consta en la información remitida a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) con motivo de la convocatoria de la junta general de accionistas del 12 de marzo.

La decisión se produce después de la polémica generada por la salida del banco de José Ignacio Goirigolzarri, ex consejero delegado, que dejó el cargo en septiembre y que se embolsó 50 millones de euros de pensión.

En el caso del actual presidente, tras la aportación de siete millones de euros en 2009 (inferior en un 30% a la de 2008) el banco ya no hará más aportaciones, dado que el 19 de octubre del pasado año González ya cumplió 65 años, "motivo por el cual el grupo no considera lógico seguir realizando dotaciones a su plan de pensiones una vez superada su edad legal de jubilación". El dinero lo recibirá cuando deje el cargo.

Y digo yo: Pobre Francisco González. ¿Cómo tiene el BBVA la falta de sensibilidad con su presidente para reducirle su salario de este año en un 0,5 por cien? ¿Cómo se puede cometer semejante agresión a los ingresos de este prohombre haciendo que su salario anual se vea reducido en 0,0266 millones de euros o, lo que es lo mismo, 4.426 pesetas?. Esta tremenda desconsideración va a suponer para él que tendrá que conformarse con cobrar al año tan sólo 885 millones de las antiguas pesetas. ¡Pobrecito!. Pero eso no es todo, aparte de eso este pobre hombre, que ha cumplido ya los 65 años, aunque seguirá trabajando, se encuentra con la desagradable sorpresa de que el banco ha aportado a su plan de pensiones solamente 79 millones de euros. ¡Qué tremenda injusticia!.

Hablando en serio. Estando como estamos atravesando una crisis económica generada en gran parte por las malas prácticas del sistema financiero, de las que son responsables estos grandes prebostes de la banca, ¿no es ya excesivo que se hayan beneficiado personalmente en el pasado de todo tipo de compensaciones en forma de primas y bonos, de difícil justificación a la vista de los resultados?. ¿No es suficiente premio para ellos el que, pese a esas malas prácticas cuyos efectos estamos padeciendo todos, no hayan tenido que pasar por los tribunales y devolver el dinero que de manera tan inmerecida y espúrea se han llevado? ¿Tenemos que seguir soportando los ciudadanos de a pié que, después de que los poderes públicos han tenido que salir al rescate de la banca utilizando el dinero de todos, estos banqueros, que siguen restringiendo el crédito a la economía productiva y obstaculizando con ello la salida de la crisis, sigan manteniendo estos desmedidos privilegios? ¿Tendremos además que seguir aguantándolo en un momento en que se discute la viabilidad a medio plazo de un sistema de pensiones que apenas garantiza la supervivencia de algunas familias?.

Claro que, en el terreno de las pensiones, no son los banqueros los únicos privilegiados en relación con los trabajadores, digamos, normales. Resulta que también nuestros políticos, esos mismos que, a la vista de las dudas sobre el futuro del sistema, proponen medidas de choque para que no se venga abajo (retraso de la jubilación y ampliación del número de años trabajados para calcular la cuota) se han creado ellos, por consenso -ese que no son capaces de alcanzar para cosas importantes para los ciudadanos- su propio “corralito” (pocos años de trabajo para garantizarse la pensión máxima). Menos mal que, entre ellos, de vez en cuando emerge alguno que pone en cuestión ese “corralito” y llama la atención sobre lo impresentable que resulta mantener la situación de privilegio, mientras se está pensando en apretar el cinturón de los demás. Un aplauso, pues, para la sensibilidad y el sentido común del que ha hecho gala Rosa Díez presentando en el Congreso una proposición para revisar el privilegiado sistema de pensiones de los parlamentarios, una medida que considera ineludible en pleno debate sobre la jubilación de todos los españoles. Eso es coherencia. Y seguramente planteamientos de este tipo son, entre otras cosas, los que hacen hoy de Rosa Díez la política que aparece como más valorada en todas las encuestas.

Que cunda el ejemplo. Un saludo y hasta la próxima.



sábado, 6 de febrero de 2010

Gobernar exige decisiones difíciles

La verdad es que a estas alturas de la película resulta difícil saber dónde estamos, hacia dónde caminamos y qué posibilidades tenemos de alcanzar un destino confortable. Todo lo que ha ocurrido en nuestra economía a lo largo de las dos últimas semanas, y sobre todo de la última, no ha hecho otra cosa que sembrar de dudas e incertidumbres el próximo futuro. A los malos augurios hechos por los expertos en la cumbre de Davos, se han sumado los datos objetivamente preocupantes del aumento imparable del paro, el endeudamiento público y la confirmación de que, en el último trimestre del pasado año, seguíamos todavía en recesión; algo que ya no ocurre en los países de nuestro entorno. No se si esto es de por sí suficiente para explicar otro dato añadido que no se puede pasar por alto: que el ibex 35, que hace dos semanas estaba instalado por encima de los 12.000 puntos, se encontraba, al final de la sesión de ayer en torno a los 10.100, lo que supone un descenso espectacular del orden del 16%. Es muy probable que a la influencia de los datos objetivos se hayan sumado algunos movimientos especulativos, pero sería estúpido pretender menospreciar la importancia de esos malos datos como factores clave. Los especuladores son personas físicas o jurídicas que suelen actuar con la más condenable de las inmoralidades, pero resulta que manejan como nadie los datos objetivos y las expectativas positivas o negativas que estos generan.

El problema seguiría siendo serio incluso si tuviéramos la certeza de tener un gobierno clarividente en el análisis de la situación, riguroso y consecuente en la propuesta de estrategias para abordar los problemas y decidido a asumir, con fortaleza y sin mirar a la galería, las medidas que la situación exige. Si así fuera, tendríamos al menos la confianza que produce la sensación de tener claro el punto de partida, trazado un horizonte y pergeñado un camino bien orientado para alcanzarlo. Si así fuera es probable que, en torno al proyecto, pudiéramos todos aceptar poner nuestro granito de arena, nuestra parte correspondiente de esfuerzo y sacrificio para hacerlo viable.

Pero claro, hasta hace un par de años vivíamos en una etapa de euforia y expansión económica -aunque, por lo que se ha visto, sobre bases llamativamente frágiles- en la que, como suele ocurrir cuando las cosas van bien, resultaba fácil y cómodo gobernar, incluso intentar hacerlo con la sonrisa puesta, tratando de complacer a todo el mundo, a veces con largueza desmedida, sin pensar en posibles efectos indeseados de cara al futuro. Cuando la situación cambia, el presente se complica y el futuro se vuelve hosco resulta tremendamente difícil aceptarlo y se empieza por intentar enmascarar o negar los hechos. Luego, cuando se muestra evidentes y ya no se pueden camuflar, resulta que se ha perdido un tiempo precioso para tomar conciencia de la crisis y para intentar hacerla frente desde el principio, desde sus raíces.

Por si fuera poco, unos gobernantes que han insistido por activa y por pasiva en la fortaleza de nuestra economía, que han hecho del gasto una vocación y que han ahogado en concesiones no siempre bien justificadas cualquier conato de contestación social o autonómica, no parecen tener ni la actitud ni la fortaleza de ánimo suficientes para fajarse en hacer frente a una situación de crisis. Una situación que exige firmeza para tomar decisiones, algunas de las cuales pueden resultar impopulares o molestar a determinados sectores de la población, e incluso a organizaciones a las que se ha intentado siempre complacer y con las que puede ser necesario enfrentarse. Me gustaría creer que no es así, pero las constantes idas y venidas de nuestros gobernantes les restan credibilidad. Así lo avala el hecho de que dan un paso adelante remitiendo a la Unión Europea un plan para estabilizar la economía y ponerla en condiciones de avanzar, y luego dos pasos atrás en el momento que vislumbran la amenaza de tener que defender sus propuestras frente a la resistencia de los sindicatos. No es de recibo. Porque, o no han pensado y construído con rigor el plan, en cuyo caso es absurdo proponerlo, o lo habían pensado bien y lo estimaban adecuado a la situación, en cuyo caso lo absurdo es revisarlo a las primeras de cambio.

Tampoco resulta mucho más alentador el último intento del gobierno que, al parecer, ahora lo fía todo a la concertación social. Un intento que, por otro lado no es nuevo y cuyos precedentes no invitan precisamente al optimismo (el último de hace unos meses se saldó con un sonoro fracaso). Pero en fin, supongamos que, dadas las circunstancias, los sindicatos y las organizaciones patronales vayan esta vez con más urgencias y mejor predisposición. En todo caso, lo que resulta decepcionante es que el documento que presenta el gobierno sea tan etéreo, tan literario y poco concreto como lo describen quienes han hecho ya una primera lectura del mismo. También resulta discutible que, de entrada, el gobierno asuma que todo lo que se decida ha de ser consensuado. Por más que la propia falta de concreción permita que unos y otros no encuentren en la propuesta nada que los soliviante, si analizamos friamente las manifestaciones de las organizaciones empresariales y los sindicatos en cuestiones fundamentales sobre las que habrán de tomarse decisiones, no resulta difícil pronosticar que los acuerdos importantes van a ser más bien escasos. Y entonces ¿qué hacer?, ¿no tomar medidas?, ¿esperar una varita mágica que venga a solucionar nuestros problemas?.

Y esto por no hablar del enorme retraso con que se hace el intento y del el error añadido de no intentar por todos los medios implicar a la oposición en el mismo. Supongo que el gobierno teme (y confieso que yo también) que la oposición se niegue a participar, mantenga una actitud oportunista y lo fíe todo al desgaste del gobierno para suplantarle en el poder. Estaría en su debe y los ciudadanos podrían tomar nota. En el debe del gobierno está el no haberlo intentado antes y el no intentarlo ahora. También los ciudadanos pueden tomar nota.

En fin, para no terminar abandonado al pesimismo y la melancolía, quiero expresar mi deseo más ferviente de que el intento termine por salir bien en contra de mis temores. Brindo por ello.

Buenos días y hasta la próxima



viernes, 5 de febrero de 2010

El valor político de la humildad y la autocrítica

Mientras echaba una ojeada a la prensa diaria, he leído y me han llamado mucho la atención algunas afirmaciones de Barack Obama en el llamado Desayuno de Oración, celebrado ayer en la capital de los Estados Unidos con la presencia de Rodríguez Zapatero. Y lo han hecho de una manera muy positiva porque expresan, al menos formalmente, una actitud humilde y autocrítica de la que no estaría mal que tomaran buena nota otros políticos,incluido nuestro presidente. Porque, si la humildad y la autocrítica son claves para que cualquier persona pueda mejorar su manera de ser y de actuar en la vida, resultan especialmente necesarias para quienes, en el ejercicio del poder, suelen estar rodeados de corifeos y halagadores que acaban por hacerles perder el sentido de la realidad, y por hacerles creerse los mejores, los más sabios y los más expertos en cualquier materia. No hay más que recordar, aunque sea en una versión libre, las palabras de Leire Pajín para referirse a la coincidencia de la presidencia de Obama en Estados Unidos con la presidencia de Zapatero en la Unión Europea: nada menos que “el resultado de una maravillosa conjunción planetaria”.

Dice Obama que siente que “algo está en quiebra en Washington” porque “los que estamos en Washington no estamos sirviendo al pueblo como se merece”. Lo leo y trato de recordar si alguna vez he oído a nuestros políticos hacer un reconocimiento semejante. Pero no lo consigo. Y sin embargo me vienen a la mente un montón de ocasiones en que, incluso contra toda evidencia, alardean de hacer las cosas bien. Creo sinceramente que, en su fuero interno, saben y reconocen sus equivocaciones, pero entienden que el reconocimiento público de las mismas les debilitaría ante la opinión y, en un ataque continuado de estúpido endiosamiento, son incapaces de aceptar una realidad tan humana como el error (errare humanum est), de pedir disculpas por él y de rectificar en lo que proceda.

A la vista de los comportamientos que podemos observar en la vida política, caracterizada por una lucha encarnizada de nuestros partidos políticos por el poder, parece que unos y otros pensaran que de sacar a la luz sus miserias ya se ocupan suficientemente los partidos rivales (el enemigo) como para, “motu propio”, hacer aflorar otras, aunque sea con la finalidad de disculparse por ellas y de rectificar. Se trata de una manifestación más de la escasísima capacidad para entender algo tan simple como que unos y otros han de estar al servicio del bien común de la ciudadanía. Se trata asimismo de una insoportable tendencia desde el poder (“puesto que todo lo hacemos bien”) a no dar acogida a propuestas interesantes de la oposición, una tendencia sólo comparable con la incapacidad de la oposición para aplaudir y apoyar iniciativas y propuestas del gobierno (“que todo lo hace mal”) susceptibles de ser apoyadas o, cundo menos, negociadas y matizadas.

El propio Obama reconoce esta tendencia de los partidos. Y se lamenta por ello cuando dice que, “a veces parece que somos incapaces de tener un debate serio y civil”. También se lamenta de que en la actualidad estamos asistiendo a una “erosión del civismo”. Apreciación que a mí me parece bastante atinada, aunque no estaría de más un análisis profundo de las posibles causas de esta erosión. Probablemente tropezaríamos con el mal ejemplo que percibimos en los profesionales de la política, en su incapacidad para dialogar civilizadamente y para llegar a acuerdos razonables en aras del bien común. Probablemente también nos daríamos de bruces con las abundantes corruptelas protagonizadas por quienes han recibido de los ciudadanos la confianza para ocuparse de los asuntos públicos. No hace falta irse muy lejos en el tiempo para recordar abundantes casos en nuestro país. Aunque no parece que tengamos la exclusiva. Recientemente los tribunales ingleses han dictado sentencia y obligado a parlamentarios de todos los partidos a devolver importantes cantidades de dinero que, de manera indecente e ilegal, habían cargado al presupuesto del parlamento.

Triste pero cierto. Muchos de los comportamientos que observamos y criticamos, entre la rabia y la tristeza, a nuestros políticos, tienen su propia versión en otros países. Pero mal de muchos ….. tanto peor. Claro que al menos el presidente de los Estados Unidos intenta rectificar y los diputados ingleses van a devolver religiosamente el dinero público destinado a fines privados de su exclusivo interés. Algo es algo. Ya me gustaría que, puesto que somos parecidos en el error, nos parezcamos también en la capacidad para reconocerlo y rectificar.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.

jueves, 4 de febrero de 2010

Entre la zozobra y la esperanza ante la crisis

Una de las cosas que aprendí de niño, en el ámbito familiar, es que hay que procurar no gastar lo que no se tiene. Una filosofía que, desde la precariedad de una economía doméstica basada en una pequeña explotación agrícola -sometida siempre a los vaivenes de la evolución de las cosechas- se intentaba llevar a la práctica de la forma más rigurosa posible. Por eso, cuando una mala cosecha volatilizaba una parte sustancial de los ingreso previstos, todos los miembros de la familia eramos conscientes de que se avecinaba una reducción también sustancial de los gastos, empezando por los superfluos -muy escasos- y siguiendo por otros que no lo eran tanto. Aprendí enseguida que, en tal situación, tendría que conformarme sin un juguete con el que soñaba. También aprendí que, en años como ese, sólo podría renovar mi vestuario aceptando, de mejor o peor grado, heredar los pantalones o el abrigo que se le habían quedado cortos a un hermano mayor. El presupuesto familiar debía de ajustarse a las exigencias del momento. Como mucho se asumía aplazar el pago en la compra de un bien necesario, aunque para poder hacerlo era preciso haberse ganado antes la confianza de un comerciante conocido que asumía el riesgo del aplazamiento. Lo que se intentaba por todos los medios, hasta donde la situación lo permitía, era insistir en la necesidad de aprender, en aprovechar las oportunidades de formación, para intentar “labrarse un futuro mejor”.

Más tarde aprendí que un buen funcionamiento económico no demandaba una tan desmedida rigidez y que era posible un endeudamiento razonable para invertir en un negocio con buenas perspectivas o para anticipar el uso o el consumo de algunos productos de elevado costo (una casa, unos electrodomésticos, un coche, etc.) Eso sí, siempre que se hiciera de forma prudente, contando con las garantías que te pudiera proporcionar la propia situación patrimonial o laboral. También aprendí que no era bueno crearse nuevas “necesidades” que pudieran tirar de los gastos por encima de los posibles ingresos. En realidad se trata de unos aprendizajes sencillos, casi triviales, que desafortunadamente parecen no haber hecho nuestros políticos.

Digo esto porque no quisieron o no fueron capaces de aplicar esta sencilla pero práctica filosofía en los momentos de bonanza, ni parecen querer o ser capaces de hacerlo tampoco en el marco de la crisis que ahora padecemos. Cuando en el pasado todo parecía marchar sobre ruedas, unos ejercicios con superavits podrían haber permitido aplicar los resultados a financiar la reestructuración de una economía demasiado polarizada en la construcción, a diversificar dependencias y a dedicar mayor énfasis y dotaciones para investigación, desarrollo e innovación. No fue así, sino todo lo contrario. Soberbiamente encaramados en la posición de nuevos ricos, y dispuestos a comprar el afecto y la complacencia inmediatos de unos y otros, nuestros gobernantes, no han tenido reparo en aumentar y consolidar gastos corrientes, en incrementar el número de funcionarios y cargos de confianza bien pagados y no siempre justificados, en complacer y amansar con generosas dádivas a unos sindicatos paniuaguados con más liberados que afiliados, a financiar sin el control exigible a ONGs de dudosa utilidad social, a ganarse apoyos electorales entre artistas, reales o presuntos, mediante generosas subvenciones y prebendas. Eso por no hablar de la suntuosidad de los viajes y desplazamientos de nuestros “políticos-pavo real”, a menudo sin una utilidad práctica que los justifique (coches oficiales de lujo, hoteles de cinco estrellas, dietas escandalosas), etc., etc..

Hoy, cuando la disminución sustancial de los ingresos fiscales, unida al aumento acelerado de los gastos sociales, han llevado al país a un déficit de más del 11 por ciento, y cuando hemos llegado a una cifra de más de cuatro millones de parados, no parece que nuestro gobierno tenga claro que ahí tiene uno de los nichos en los que puede encontrar campo para una sustanciosa reducción de los gastos y, consecuentemente, del déficit. En lugar de tomar el toro por los cuernos y asumir la cuota de sacrificio necesaria y el coste político anejo, opta por compensar su inacción acudiendo a aumentar el déficit y la deuda. Da lugar con ello a un efecto indeseado: la disminución de la confianza en la economía española de los posibles prestamistas, encareciendo las primas de riesgo y agrandando los intereses y la duración de la hipoteca que habremos de pagar inexorablemente todos nosotros.

Si se quiere evitar que así sea es preciso tener el coraje de tomar esas medidas de ahorro a corto plazo y destinar lo ahorrado por esa vía al estímulo de la economía productiva y a la generación de empleo. Y, si hay que endeudarse, hágase para generar trabajo y riqueza; y de paso también aumentar el consumo y la recaudación fiscal derivada. Sólo así es asumible la ampliación temporal de la deuda. Lo contrario sólo conduce al desastre.

Curiosamente un gobierno como el actual, que primero negó sistemáticamente la crisis y que ha seguido empeñándose luego en menospreciar su posible impacto sobre nuestro país, se encuentra ahora agobiado por los malos augurios y las llamadas de atención de los organismos internacionales, que amenazan con acentuar la desconfianza en nuestra economía. Y tiene razones para ello. Acabo de echar una ojeada a la marcha de la bolsa en la sesión de hoy y, cuando son las seis de la tarde, compruebo que ha bajado casi un 6% en la jornada; un extraordinario batacazo, y un claro síntoma de desconfianza. Seguramente también una manifestación más de la egoísta insolidaridad de los inversores.

Así las cosas parece que, por fin, y ante los requerimientos de la Unión Europea, nuestros gobernantes han entendido que no les queda más remedio que intentar levantar el ala, sacar la cabeza de debajo, y proponer un plan de estabilización de la economía orientado a reducir el déficit y el endeudamiento y a poner nuestra economía en situación de abordar una previsiblemente lenta salida de la crisis. Curiosamente un gobierno como el actual, tan cortoplacista él, y a la vez tan autoproclamado defensor de los derechos sociales de los débiles, pone ahora el acento en dos medidas poco sociales, orientadas a la reducción del déficit a medio plazo con base en una actuación restrictiva sobre las jubilaciones y las pensiones: retrasar de forma progresiva la edad de jubilación en dos años y contabilizar 25 años en lugar de los 15 últimos para determinar la cuantía de las pensiones. No voy a entrar a valorar ahora hasta que punto estas propuestas -que unos miembros del gobierno hacen, otros matizan y otros niegan en un ejercicio lamentable de descoordinación- afectarán a los pensionistas en un futuro más o menos próximo. Estoy convencido de que se trata de un problema que habrá que abordar, aunque también lo estoy de que no es “el problema”. Lo sería si no hubiera un enorme ejército de desempleados esperando encontrar un puesto de trabajo; pero mientras padezcamos los niveles de desempleo actuales ¿qué ventajas se derivan para los desempleados del hecho de que se prolongue la edad de jubilación de los que tienen trabajo? ¿No resulta además incongruente con el despilfarro de dinero público que ha supuesto en un pasado bien reciente la política de acuerdos con grandes empresas para facilitar la jubilación anticipada de trabajadores de menos de 55 años?.

No quiero ser pesimista, entre otras cosas por ser fiel a una práctica que normalmente me ha ido bien en la vida. No hay que ser demasiado optimista en los momentos buenos (te podría hacer tomar decisiones demasiado alegres y arriesgadas), ni demasiado pesimista en los malos (te podría hacer caer en la melancolía y paralizar las actuaciones necesarias para superarlos). Sigo pues, pese a todo, teniendo fe en que mejores tiempos son posibles. Pero para que así sea necesitamos que nuestros gobernantes, que parecen haber perdido por fin sus alas de pavo real, dejen ahora de parecer boxeadores sonados y se fajen en la adopción de las medidas necesarias, incluso si algunas pueden ser poco populares y generar resistencias. Que lo hagan ya, que las expliquen y que pidan a todos los ciudadanos la colaboración y los sacrificios necesarios, a cada uno según sus posibilidades. Si no son capaces de hacerlo, que lo digan y que dejen hacer a otros. De lo contrario todos saldremos perjudicados.

Y digo yo, volviendo al punto de partida y aun a riesgo de simplificar un poco, que no estaría de más que, sean quienes sean, tengan presentes algunas de las lecciones básicas que muchos aprendimos de la economía doméstica.

Es todo por hoy. Desde una razonable preocupación por el futuro, buenas tardes y hasta la próxima.







martes, 2 de febrero de 2010

El principio de realidad como clave para un sueño

Las reciente publicación de algunos datos preocupantes sobre la situación de la economía española (paro por encima del 20% de la población activa y déficit público superior al 10%), junto con la consiguiente desconfianza manifestada en Davos sobre la fiabilidad de la misma, ha conseguido, al parecer, despertar a nuestro presidente del ensueño fantástico de seguir pertenenciendo a la “Champion`s Ligue” de la economía (Zapatero dixit). El humo que cegaba sus ojos en los albores de la crisis y que le inspiraba fantasías y eufemismos negacionistas o disfraces de desaceleración, ni siquiera se diluyó por completo ante el vendaval de la crisis financiera y de la paralización del sector hipertrofiado de la construcción. Han tenido que cerrar miles y miles de empresas y aprobarse otros tantos expedientes de regulación de empleo, -con el consiente aumento del paro y de los gastos sociales y la reducción paralela de los ingresos fiscales- para que, por fin, nuestros gobernantes tomen conciencia de que semejante deterioro, de prolongarse en el tiempo, conduce inevitablemente al desastre.

La situación exigía y exige de nuestros políticos (desde luego del gobierno, pero también de la oposición, en la parte que le toca) una actitud y un comportamiento infinitamente más serio, más realista y responsable del que desafortunadamente han venido adoptando. El gobierno de turno debería haber sido mucho más riguroso, humilde y sincero en el diagnóstico. Reconocer desde el principio la crisis hubiera sido el primer paso necesario para, a partir de ahí, tomar algunas medidas tempranas de emergencia y diseñar un plan estratégico a medio plazo para enfrentarse al problema. No se hizo. Al contrario, después de negarla por activa y por pasiva, después de tachar de antipatriotas a quienes osaban mentar a la bicha, cuando los datos hicieron innegable la crisis, se buscó el analgésico de afirmar que nuestro país estaba mejor preparado que otros para hacer frente a la situación. Veníamos de unos años de superavit en las cuentas del estado y nuestros gobernantes no quisieron o no supieron reconocer y tener en cuenta la fragilidad de las bases que sustentaban el modelo. Y así, en lugar de poner el acento en la adopción de medidas tempranas orientadas a contener el gasto y mejorar la estructura productiva, se optó por seguir aumentando y consolidando irresponsablemente los gastos corrientes a la par que se incrementaban los gastos sociales como consecuencia de la crisis. Es como si se presumiera que, por una inercia mágica, todo fuera a volver a su cauce de forma espontánea. Pero las cosas no funcionan así y de los errores y empecinamientos del pasado se deriva la agudización de los problemas del presente.

Caído del caballo en la cumbre de Davos, ante la constatación de la desconfianza y los malos augurios para la economía española percibidos en las interpelaciones de esa cumbre, nuestro presidente se ve en la necesidad de enfrentarse, por fin, con la urgencia de tomar medidas severas para la contención del gasto y la recuperación de la confianza; algo que hubiera sido menos complicado si se hubiera planteado al comienzo de la crisis, antes de que los gastos sociales se hubieran disparado como lo han hecho en estos últimos tiempos.

Claro que nuestros gobernantes, preocupados sobre todo por la obtención y conservación del poder, se han mostrado siempre más preocupados de granjearse demagógicamente la simpatía y el voto de los ciudadanos diciéndoles siempre de forma irresponsable lo que quieren oir, que de hacer frente al marrón de dar malas noticias, de reconocer que las cosas en un momento dado no van bien, y de pedir a los ciudadanos que arrimen el hombro para llevar adelante un plan coherente con objeto mejorarlas. Para hacerlo así desde el poder es preciso ante todo ser sinceros con los ciudadanos, darles, cuando sea preciso, las malas noticias, ofrecerles planes creíbles para salirles al paso y pedirles su aportación y su sacrificio, si es necesario. La credibilidad no se gana con mentiras piadosas o con medias verdades, sino con la veracidad en la información y con la solvencia, el rigor y la honestidad en el ejercicio. Lo demás es puro camelo y, más tarde o más temprano, termina por quedar en evidencia.

No quiero terminar esta reflexión sin dedicarle también un párrafo al principal partido de la oposición cuya actitud de denuncia de la lentitud, la inoperancia o las inconsistencias del gobierno en la forma de proceder ante la crisis, produce a menudo la sensación de que se comtempla ésta más como un pretexto para reemplazar en el poder al partido en el gobierno que como un problema colectivo que es preciso intentar resolver cuanto antes y del modo mejor posible, incluso si para ello es preciso sacrificar intereses de partido y pactar con el gobierno en beneficio de la ciudadanía. Lamentablemente no tengo ninguna confianza en que esto llegue a producirse, entre otras cosas porque el PP no parece desearlo (la crisis podría llevarle al gobierno) y porque tampoco parece que el partido en el gobierno esté dispuesto a pedir humildemente ayuda y menos a hacer las inevitables transacciones que exige cualquier pacto. Ya dijo el presidente que la ideología le impedía llegar a acuerdos con el PP.

No sé, pero tal vez mereciera la pena que el dios de la ideología no le impidiera a nuestro presidente pensar en los trabajadores, socialistas o no, que se quedarán sin empleo si él no tiene en cuenta el principio de realidad. Tal vez los unos y los otros deberían mostrar una mejor disposición al acuerdo y al pacto para intentar alimentar, desde el principio de realidad, la esperanza de muchos ciudadanos de que el sueño en un futuro mejor no sea sólo eso, un sueño.

Brindo por eso. Buenas tardes y hasta la próxima.

jueves, 28 de enero de 2010

La mortificación como dolor vacío

Hay cosas que, por mucho que lo intente, nunca llegaré a entender. Una de ellas es que haya quien pueda considerar como un mérito, como algo positivo, el causarse daño a sí mismo de manera directa y voluntaria. Si observo o leo que alguien se ha hecho daño a sí mismo o ha permitido voluntariamente que otros se lo hagan pienso, creo que con toda la lógica del mundo, o que asume un daño controlado y temporal para obtener un bien mayor, como puede ser la recuperación de una lesión o la superación de una enferemedad (terapias más o menos agresivas en medicina y cirugía), o que algo en su mente no funciona del todo bien. El propio recorrido vital de cada uno de nosotros nos ofrece ya de por sí un muestrario suficiente de dolores físicos y padecimientos morales, como para que de manera consciente, voluntaria y gratuita sumemos otros a la lista.

Esta reflexión viene a cuento de lo mucho que me sorprende una noticia que recogen hoy algunos medios de comunicación. En ella se dice que, según información recogida del libro sobre Juan Pablo II, escrito por monseñor Sladowir Oder (postulador de la causa de beatificación) y por el periodista Saverio Gaeta, el citado papa se sometía con frecuencia a mortificaciones físicas de distintos tipos, tanto en su época de arzobispo de Cracovia, como posteriormente, durante su ejercicio del papado. Curiosamente el libro se titula Por qué es santo y propone las mortificaciones a que se sometía como uno de los méritos que avalarían esa santidad. Sinceramente no entiendo qué puede aportar como testimonio de la bondad de una persona el hecho de dormir en el suelo teniendo a su disposición una magnífica cama; a no ser que lo haga para cedérsela a alguien que no la tiene y necesita descanso. Tampoco me merece mayor reconocimiento un ayuno riguroso si no se hace para ceder la comida a uno que, en determinadas circunstancias, lo necesita más. Y, desde luego, no me parece en absoluto meritoria la autoflagelación física (tampoco la otra).

En realidad, me resulta completamente desfasado y fuera de lugar ese intento secular de la Iglesia Institucional por aumentar la nómina de santos a los que venerar. Podría entenderlo si de lo que se tratara fuerade proponer modelos a los que imitar por su desprendimiento y generosidad, por su esfuerzo y dedicación al servicio de los demás, por el recto ejercicio de su profesión, por su defensa de los débiles y desfavorecidos, por su lucha por los valores de la justicia, la paz y la libertad de las personas. Pero de ninguna manera por la mortificación estéril del propio cuerpo que, por lo demás y si no recuerdo mal mis viejas lecciones de catecismo, entraría en contradicción con el quinto mandamiento, según el cual comete pecado quien de cualquier forma atenta contra su propia vida o se la quita y, en sentido amplio, quien de manera gratuita causa daño físico a otros o a sí mismo.

Con todos los respetos, me parece un mérito mayor el de aquellos que, sin desearlo, se ven en la tesitura de tener que soportar el dolor físico y el sufrimiento moral que le trae la vida y lo hacen con dignidad, tratando de ahorrar sufrimientos a los que les rodean y les ayudan y robando al dolor una sonrisa para compensarlos por ello. Me parece más digno de reconocimiento el sacrificio desinteresado de quienes son capaces de hacer suyo en parte el sufrimiento de los otros y sacrifican una parte de su tiempo y de su bienestar al intento de aliviarles y mitigar su dolor. Eso tiene sentido. Por el contrario, el dolor por el dolor, la mortificación por la mortificación, me parece, con todos los respetos, un absurdo, un vacío repleto de vacío.

Buenas tardes y hasta la próxima



¿“Subida” de las pensiones o cuadratura del círculo?

Quiero empezar por decir que no soy un quejica. Me siento razonablemente satisfecho de vivir como he vivido en mi larga etapa laboral. Afortunadamente en la actualidad soy perceptor de una pensión que me permite vivir con comodidad y disfrutar de una libertad impagable. Por fortuna no me he creado grandes necesidades y no tengo envidia de quienes sí lo han hecho, incluso si han terminado por satisfacerlas. Seguramente seguirán creándose otras que no satisfarán. Aunque tal vez añadiría algún pequeño matiz, estoy básicamente de acuerdo con la idea de que la clave de la felicidad no está en tener muchas cosas, sino en no desear demasiadas. Eso sí, sin dejar que esta filosofía se convierta en germen de una actitud indolente y perezosa ante la vida.


Esta disposición de ánimo y mi situación de pensionista relativamente privilegiado me impidió analizar con detalle una comunicación que hace unos días me envió la Secretaría de Estado de la Seguridad Social, en la que se me informaba de la “revalorización” de mi pensión para el año en curso. Como ya sabía por los medios de comunicación que la subida sería del uno por cien ni siquiera presté atención a verificar en cuánto iba a mejorar mi economía. Sabía que serían solamente unos “eurillos”, así que para qué hacer cuentas.

Unos días más tarde, la lectura de un comentario de prensa sobre la “subida” de las pensiones, en el que se daba cuenta de que, en la práctica, los pensionistas cobrarían este año menos que el pasado, me indujo a verificar si se trataba de algo más que una especulación maliciosa para criticar al gobierno. Pues no. De los datos de la citada comunicación, contrastados con los del pasado año, se desprendía que mi percepción para el año en curso sería inferior en 3,8 euros al mes. Una disminución, por cierto, nada relevante y que, dado el bajo índice de inflación del pasado año, no va a deteriorar demasiado mi capacidad adquisitiva.

Dada mi situación relativamente privilegiada no voy a quejarme por este ligerísimo deterioro de mi situación económica personal. Ya digo que no soy un quejica. Lo que no es de recibo, ni siquiera en el plano formal, es que en una comunicación oficial se informe a los pensionistas de la subida de sus pensiones, diciéndoles en la misma que van a cobrar al mes una cantidad que resulta objetivamente inferior a la que cobraban el año anterior. Es la cuadratura del círculo. Una cuadratura que, por lo que se ve, han sido capaces de descubrir nuestros gobernantes. ¿Será un efecto más del optimismo antropológico de nuestro presidente?.

Claro que ese optimismo no les sirve de nada a los muchos pensionistas que, en la sección de cartas al director de distintos periódicos, expresan hoy su perplejidad ante el hecho. Algunos de ellos perciben pensiones relativamente modestas y cualquier disminución de sus percepciones, por pequeña que esta sea, tiene un efecto de deterioro de mayor nivel, especialmente si consideramos que los precios de algunos productos básicos de la cesta de la compra han crecido bastante más que la inflación general. Y eso afecta sobremanera a la economía de las familias con menos ingresos.

Analizado en detalle el hecho parece que tiene su explicación en un aumento de las retenciones, asociada a la eliminación de los 400 euros de deducción que nuestros gobernantes introdujeron, de manera “generosa” y “desinteresada” en precampaña electoral y que ahora, una vez “cumplido el objetivo” se retiran a todo el mundo, sean cuales sean sus ingresos.

Por ello, desde una actitud comprensiva en lo personal, y asumiendo también que en época de vacas flacas cada ciudadano debe aportar su parte alicuota de responsabilidad y sacrificio, no me quejaré por el hecho de que personalmente voy a cobrar unos “eurillos” de menos. Pero sí me quejo de que lo hagan otros con menos ingresos y que, para mas “inri” tengan que soportar que se les haga comulgar con ruedas de molino y se les anuncie en una rocambolesca comunicación que se van a subir las pensiones, pero que van a cobrar al mes menos que el año anterior. Lo dicho, la cuadratura del círculo, descubierta y adornada literariamente por unos expertos manipuladores del lenguaje.

Junto con mi cabreo, un saludo y hasta la próxima.

miércoles, 27 de enero de 2010

Realismo y compromiso frente a la crisis

Como cada día, también esta mañana me ha despertado la radio. Y lo ha hecho la cadena SER en la voz, no identificada por mí, de uno de los participantes en la tertulia de las ocho. Se lamentaba éste de lo mal que nos trata el FMI en sus vaticinios pesimistas sobre la marcha de la economía española. Nada nuevo. Estamos acostumbrados a las quejas y desmentidos de distintos miembros del gobierno, o de sus apoyos, cada vez que cualquier organismo hace un análisis crítico o un pronóstico poco favorable sobre la evolución económica de nuestro país. Ya lo venimos viendo desde que pronosticaban la crisis y nuestro gobierno la negaba de manera sistemática. De manera también sistemática los hechos venían a confirmar los pronósticos sin que nuestros gobernantes se ruborizaran. Pero para eso están las hemerotecas. Y, para comparar, los datos incontestables de la crisis que vivimos.

Ahora, cuando las economías de algunos países como China o la India han empezado a crecer a un ritmo acelerado, cuando algunos países de nuestro entorno han cerrado su etapa recesiva y los expertos del FMI pronostican un crecimiento suave para ellos en 2010, resulta que afirman de paso que España seguirá en recesión. Algo muy grave, porque significa que el paro seguirá creciendo en un país en el que alcanza ya el 20 por ciento. Y lo que es peor: el gasto público seguirá aumentando, y con él el endeudamiento, en un país que ya está seriamente endeudado. No es de extrañar que, desde el foro económico mundial de Davos, actualmente reunido, Nouriel Roubini, considerado uno de los gurús mas reputados del Foro, que predijo en su día la crisis financiera, haya afirmado que la marcha de la economía española se ha convertido para la eurozona en un peligro potencial mayor que el que está suponiendo ya la marcha de la economía griega. Mientras tanto, hoy un ministro y mañana otro, siguen hablándonos de “brotes verdes” y de signos de esperanza. Y lo podemos entender, aunque sólo sea como un intento bienintencionado de recuperar la confianza de los ciudadanos y de evitar un desánimo que pudiera resultar paralizante.

Lo que no podemos entender es esa especie de indolencia, esa aparente incapacidad para coger el toro por los cuernos y afrontar la crisis sin demagogias, sin andar diciendo sistemáticamente a la gente lo que quiere oír, y tomando decisiones coherentes, incluso si son impopulares a corto plazo. Lo que no podemos entender es que, a estas alturas de la película nuestros gobernantes y la oposición en la parte que la toca, no hayan sido capaces de asumir el compromiso de llegar a acuerdos que sobrepasen los intereses de partido y remangarse juntos para hacer frente a una crisis que, lamentablemente, está poniendo en serio riesgo el futuro a corto y medio plazo de millones de personas.

Curiosamente el mismo “tertuliano” de referencia, haciendo un salto lógico de difícil explicación, y aprovechando que se ha extrenado o está a punto de hacerlo Invictus, una película que reivindica la figura de Mandela en la evolución de un estado racista a un estado de convivencia democrática multirracial, decía no entender el “maltrato” del FMI a un país como España cuya transición democrática, basada en mirar hacia adelante sin rencor, fue según algunos tertimonios relevantes, un modelo de referencia para el propio Mandela. Por cierto, que no veo el sentido de la relación que se pretende establecer entre una y otra cosa. Pero, puesto que el autor la utilizaba, y puesto que me ha servido a mí como pretexto para esta entrada, voy a permitirme decir algo al respecto, que sí tiene relación.

Lo mismo que ahora, en la época de la transición el país atravesaba una profunda crisis económica, con unos índices de inflación y de paro abrumadores. Había que hacer frente además a una cambio político difícil en medio de resistencias tremendas de sectores reaccionarios y de las lógicas exigencias de partidos y sindicatos ilegalizados y perseguidos por el franquismo. Y, por si fuera poco, había que hacerlo en un clima especialmente tensionado por la violencia terrorista de ETA y de los Grapos. ¿Por qué fue posible salir del atolladero? Entre otras cosas porque los gobernantes de la época, con Suárez a la cabeza (hay que reconocerle su indudable mérito) fueron capaces de trazar un plan y de fajarse para cumplirlo sin demagogia. Y también porque los partidos políticos y los sindicatos, encabezados por personajes de una talla política y de una capacidad para el diálogo y el acuerdo que hoy echamos de menos, fueron capaces de pactar política y económicamente (recordar los Pactos de la Moncloa) para , dejando de lado cada uno su programa de máximos, establecer un marco de acción compartido, a gestionar por el gobierno y a vigilar por los demás. Sólo así pudo hacerse la transición y sólo así pudo hacerse frente a la crisis económica.

Y sin embargo, ¿qué hacen hoy nuestros políticos en el poder o en la oposición que se parezca en algo a lo que fueron capaces de hacer nuestros políticos de aquellos días? Lamentablemente nada o casi nada. Ellos y todos los que se lo permitimos deben/debemos asumir la responsabilidad de lo que nos está ocurriendo. Demandémoselo, y demandemonoslo en la parte que nos toca, en lugar de buscar explicaciones en una imaginaria inquina de los organismos que dan cuenta de nuestra situación. Es posible que los pronósticos del FMI no se confirmen al 100 por cien, pero me temo que se aproximan más a la realidad que la visión a la defensiva de nuestro gobierno.

Y bien que lo siento. Buenas tardes y hasta la próxima.




martes, 26 de enero de 2010

Un mix de inconsistencia y demagogia

Recojo a continuación un extracto de la agencia Colpisa según la cual la Universidad de Sevilla ha tenido a bien rectificar la tontería demagógica a la que se hacía referencia en la anterior entrada. Es el siguiente:

Sevilla, 25 ene. (COLPISA, Cecilia Cuerdo).

Las ‘chuletas’ deberán seguir en la clandestinidad. La Universidad de Sevilla ha decidido dar marcha atrás y ha anulado la normativa que permitía a los alumnos que fueran pillados ‘in fraganti’ copiando continuar con su examen. El Consejo de Gobierno de la Hispalense, no obstante, mantiene que el artículo en cuestión “no daba derecho a copiar” e insiste en que se ha malinterpretado la propuesta.

Fue el propio rector de la Universidad, Joaquín Luque, quien tuvo que salir al paso de una polémica que ha alcanzado dimensiones nacionales y reafirmar públicamente el compromiso del centro con “la recompensa al mérito y el esfuerzo y la reprobación de conductas fraudulentas”. “Si cabe la menor duda sobre eso, estamos obligados a suspender la aplicación de la norma y a revisar la redacción para que no quepan esos malos entendidos”, apostilló. …....

El rector de la Universidad de Sevilla …... explicó que la decisión de anular dicho artículo normativo se ha tomado tras un intenso debate de casi cuatro horas de duración, y que se ha vuelto a aplicar el viejo reglamento, según el cual si un estudiante es pillado copiando no tendrá derecho a terminar el examen, aunque la decisión quedará en manos del criterio del profesor......

La pregunta que me hago es la siguiente: ¿Por qué el mismo organismo que acuerda una medida porque le parece positiva para garantizar supuestos derechos del alumnado, decide al poco tiempo, sin que medie una experiencia que la valide o la muestre inadecuada, mandarla al cesto de los papeles? Porque, si no era buena ¿por qué la tomaron?. Y, si estimaban que era positiva, ¿por qué no someterla a experimentación?. Quede claro que, como ya he dejado dicho con anterioridad, la medida me parecía totalmente absurda. Es como sí a un delincuente al que se sorprende con el arma en la mano en la comisión de un delito, en lugar de detenerle para evitarlo y castigar su intento, se le pidiera amablemente la entrega de su arma y se le dejara luego seguir circulando libremente.

Con todos los respetos para el organismo de la Universidad de Sevilla que ha tomado la decisión de ida y vuelta de la normativa de referencia, me temo que, tanto en la adopción de la medida como en la rectificación de la misma, ha actuado con una enorme ligereza y con una dosis a partes iguales de inconsistencia y demagogia. Primero (quizás para labrarse una imagen falsamente progresista ante los alumnos) se dan facilidades para la trampa y para la defensa de los tramposos, con sacrificio de la autoridad del profesor (pura demagogia). Luego, ante la avalancha de críticas que han aparecido en los medios de comunicación, se renuncia con prontitud a defender ese supuesto derecho de los alumnos con el que se pretendía justificar la medida. La marcha atrás no es, pues, una rectificación sabia de una actuación que la práctica demuestra equivocada. Responde más bien a una lamentable falta de criterio, al menos tan evidente como la mostrada en la adopción de la medida. Primero se intenta complacer demagógicamente a los alumnos, especialmente a los mediocres, y luego se rectifica de forma igualmente demagógica para dar satisfacción a los medios, ante la incapacidad para soportar la crítica. Aunque la rectificación me parece oportuna, me temo que, en este caso, no estamos ante una rectificación de sabios, sino ante una rectificación demagógica de una medida igualmente demagógica, aparte de absurda.

Lo dicho. Que dios nos libre de los demagogos. Se mueven como las veletas.

Un saludo y hasta la próxima.


miércoles, 20 de enero de 2010

¿Derechos del estudiante o demagogia barata?

La justificada atención preferente que los medios de comunicación dedican estos días a la tragedia de los haitianos ha minimizado el interés por cualquier otra noticia. Entre otras cosas ha hecho que se diluyera un poco la atención prestada a un artículo de la normativa aprobada recientemente por la Universidad de Sevilla. En la parte correspondiente a la 'Normativa Reguladora de la Evaluación y Calificación de las Asignaturas', aprobada recientemente por el consejo de gobierno de dicha Universidad, se establece que los profesores que sorprendan a un alumno copiando no podrán, como era costumbre, retirarles el ejercicio, expulsarlos del aula y suspenderlos. Lo que deben hacer, según el artículo 20, que regula las incidencias en los exámeneses, es dejarlos terminar la prueba e informar por escrito del caso a una comisión compuesta por tres profesores y tres estudiantes, que será la que decida si el alumno ha copiado.

En efecto, el punto 20.2 señala que "los estudiantes involucrados en las incidencias podrán completar el examen en su totalidad" y sólo podrán ser expulsados del aula "en el caso de conductas que interfieran el normal desarrollo del examen por parte de los demás estudiantes". Eso sí, el punto 20.3 reconoce a los profesores vigilantes del examen el derecho a "retener, sin destruirlo, cualquier objeto material involucrado en una incidencia", por ejemplo una chuleta, que deberá ser entregada a la comisión de docencia junto con el informe por escrito del profesor. En palabras del portavoz de la Universidad, José Álvarez, se trata de "una medida garantista, para evitar la arbitrariedad de un profesor ante una mera sospecha de que un alumno está copiando"

O sea que, si un profesor sorprende a un alumno con una “chuleta”, no tiene porque ser mal pensado y suponer que la haya preparado para copiar o que la esté utilizando para hacerlo. Habrá que suponer que puede haberla preparado por puro entretenimiento y que acaso la haya sacado por disfrutar de la emoción del momento. ¿Cómo sancionarle por eso?. Basta con retirarle su “chuleta”, y, si luego la comisión de alumnos y profesores (paritaria eso sí, que somos muy demócratas) estima que no ha copiado, aquí paz y después gloria. Me queda la duda sobre qué hacer con el alumno que ha escrito la chuleta en sus manos o en sus muñecas. ¿Cortárselas para disponer de ellas como prueba? ¿Que el profesor lleve una cámara y pida al alumno que haga un posado en toda regla, mostrando ostensiblemente su chuleta cutánea?.

Me suena todo a broma. Como alumno que fui durante muchos años, siempre tuve claro que copiar era un fraude y que , si alguien intentaba hacerlo, sacando ventaja de ello, asumía en contrapartida el riesgo de ser “pillado” y sancionado. Y esto incluso si era sorprendido tempranamente y todavía no había “cometido el delito” de copiar. Como profesor que ha ejercido durante 35 años en la enseñanza universitaria nunca he sido un obseso de la vigilancia, ni se me ha ocurrido presumir de que los alumnos no me hayan engañado (en todo caso también ellos se engañan y tratan de engañar a la sociedad). Además estoy básicamente de acuerdo con nuestro ministro de educación, Sr. Gabilondo, en la idea del interés de “buscar formas de examen (y de evaluación en general) que no dependan tanto de asuntos memorísticos ni de copiar o no copiar". Se trataría de formas más centradas en en la realización de actividades y trabajos, incluso tareas propiamente de examen, que permitan una evaluación más afinada y continua (por ahí va Bolonia). Pero de ahí a asumir el planteamiento demagógico que, en mi opinión, subyace a la normativa de referencia media un abismo.

Creo sinceramente que, bajo el disfraz de un garantismo de nuevo cuño, estamos ante un eslabón más de una cadena muy larga de manifestaciones de un pensamiento blando, basado en la sistemática reivindicación de derechos supuestos o reales, pero que deja de lado, o trata de manera muy suave la cuestión de los deberes y responsabilidades que acompañan a los derechos. Porque, digámoslo claro, uno tiene derecho a su intimidad siempre que no cometa un delito aprovechándose de ella. Uno tiene derecho a la libertad de expresión siempre que no injurie o calumnie a otros. Uno tiene derecho a seguir haciendo un examen, siempre que no se salte una regla de sentido común que todo el mundo entiende: que cuando uno se examina lo hace para dar cuenta de sus conocimientos y no para demostrar lo bien que copia.

Planteamientos como el de la universidad de Sevilla en la cuestión del “copieteo” en los exámenes no creo que estén contribuyendo para nada a la formación de personas socialmente responsables. Tampoco creo que supongan ningún tipo de avance en la conquista de derechos ciudadanos. Creo más bien que estamos ante una manifestación de demagogia barata.

Dios nos libre de los demagogos. Buenos días y hasta la próxima


viernes, 15 de enero de 2010

Compasión y apoyo para Haití

Escribo esta entrada profundamente impactado, ¿cómo no?, por las imágenes de destrucción y muerte provocadas por el terremoto que ha afectado de forma implacable a un país tan en precario como Haití. Las imágenes de muerte y desolación, de incredulidad y desesperación que llegan en estos días a nuestras casas, apenas pueden verse levemente mitigadas por la imagen de un niño, rescatado con vida, abrazándose indefenso al cuello del bombero que lo acaba de rescatar. Conmovedora imagen que alimenta un pequeño resquicio de esperanza en medio de una insufrible amargura.

Cuando algo tan terrible sucede, cuando las fuerzas de la naturaleza se desatan y convierten a los hombres en víctimas directas o en observadores impotentes de su poder destructivo, uno siente muy viva la sensación de fragilidad de cada una de nuestras vidas. Unas vidas a veces con apariencias de seguridad, pero sujetas en el día a día, entre otras cosas, a mil y una contingencias del azar. Lamentablemente, antes que el puro azar en forma de terremoto, el acontecer histórico, condicionado en parte por el azar, pero también por la acción voluntaria y planificada de los hombres y los grupos, había castigado injustamente a los haitinaos con un recorrido dramático de colonización, esclavismo, tiranía y miseria. Dolor sobre dolor, pobreza sobre pobreza, muerte sobre muerte.

Ante situaciones como éstas, en las que los desfavorecidos de la tierra se ven además afectados por los estragos de la naturaleza, algunos no creyentes, defensores a ultranza de la primacía del azar, tienden a reivindicar a un dios en el que no creen, aunque sólo sea para echarle la culpa de todo. Por su parte, los creyentes que lo son a pies juntillas se consuelan con la referencia a una vida eterna que compense los padecimientos de esta vida. Pero los que tenemos como compañera de viaje la duda permanente vemos en ello un motivo más para dudar. ¿Cómo puede un dios, que imaginamos amoroso y compasivo, permitir que episodios como éste afecten de manera tan cruel a los más desfavorecidos? Y, como siempre, nos quedamos suspendidos en el aire, sin hacer pie, asumiendo nuestra incapacidad radical para entenderlo todo.

Frente a tamaña perplejidad, sólo la contemplación de la onda de solidaridad que surge, en episodios como éste, de lo mejor de los corazones de los hombres sostiene en nosotros un resquicio de fe en la trascendencia del ser humano. Claro que, más allá de cualquier creencia o increencia lo importante hoy es la empatía y la solidaridad con los haitianos; y con ellas la generosidad para, cada uno desde sus posibilidades, hacer o aportar algo para paliar su desgracia. Hay muchas formas posibles de hacerlo.

Pues eso. Un saludo y hasta la próxima.

jueves, 7 de enero de 2010

Puestos a comulgar, mejor con Bono

Como ya tengo insinuado en otras entradas no soy ateo, ni tampoco agnóstico. Sé muy bien que la ciencia encuentra hoy explicaciones a fenómenos que en el pasado se intentaban explicar de manera recurrente por la intervención divina. Y sé también que otros fenómenos hoy inexplicados encontrarán también explicación mañana. Pero la misma maravillosa capacidad de los grandes científicos para preguntarse, dudar y buscar explicaciones a las cuestiones más complejas me acerca más a la creencia en lo divino que lo que tiende a alejarme la querencia de la iglesia oficial a constreñir con certezas y dogmas la infinita inquietud del ser humano. Es precisamente ese espacio siempre indefinido, abierto a lo desconocido y a la duda, lo que me permite, junto a las manifestaciones heroicas de bondad, de generosidad y de altruismo que a menudo se manifiestan entre los seres humanos, abrir la puerta a la creencia, a la idea de que algo trascendente ha de latir por debajo y darles impulso. Me resulta difícil pensar en el puro azar como su generador único. Claro que me resulta mucho más difícil disculpar las conocidas condenas históricas de la Iglesia Católica a los Galileos de turno, tratando de embridar a la ciencia con verdades absolutas de obligado reconocimiento.

Esta perspectiva peculiar y heterodoxa de la fe es la que está por debajo de la reflexión que me propongo hacer aquí sobre la propuesta, la decisión, o lo que sea, de la Conferencia Episcopal Española de negar la comunión a José Bono, bajo el pretexto de su voto positivo a la nueva ley de regulación del aborto. Quién haya leído entradas anteriores de este blog, en que he reflexionado sobre el tema, ya conoce mi posición moderadamente crítica sobre algunos aspectos de la ley y menos moderadamente sobre algunos argumentos al uso para defenderlos (me ahorro repetirlo aquí). Pero de ahí a arrojar a las tinieblas exteriores a los diputados que, confesándose católicos, han avalado la ley con su voto, media un abismo de intolerancia. Claro que, para ser sinceros, si yo fuera Bono, no me costaría demasiado renunciar a compartir la mesa (comulgar) con Rouco y sus adláteres. No me produce ningún placer compartir mesa con personajes tan seguros, tan poseedores de la verdad, tan obstinados en imponerla, y tan severos como jueces de los demás. ¡Cuán lejos están del Jesús del que se reclaman herederos! Ese Jesús que fue acusado en su día de compasivo con los pecadores y que se mostró severo con la dureza de los jueces demasiado severos.

Tal vez no haya pasado inadvertido que he utilizado aquí una peculiar acepción de comulgar asociándola a la idea de compartir mesa. Es en la que creo frente a la acepción teófaga clásica. Comerse a Dios me resulta un exceso insoportable. Compartir la mesa, después de compartir ideas, preocupaciones, proyectos y afanes me parece más razonable. Creo que eso debió ser lo que hizo Jesús con los suyos en la última cena y lo que les sugirió que siguieran haciendo. Luego lo han revestido y lo han transformado en dogma. Allá ellos. Ya tengo dicho que no creo en el dios de los dogmas. Y me temo, por supuesto, que para los Roucos de turno yo, como Bono, tampoco debo ser digno de comulgar. La verdad es que no suelo hacerlo a menudo, pero confieso que, si la ocasión se presenta, tampoco me privo de compartir el pan con aquellas personas que comparto inquietudes y proyectos. Y, por supuesto, me costaría mucho menos compartir mesa con Bono que con sus grandes inquisidores. Es más, lo haría encantado.

Es todo por hoy. Buenos días y hasta la próxima.

miércoles, 6 de enero de 2010

Entre la nostalgia y la esperanza

Afortunadamente quedan todavía algunos veteranos políticos, como José Bono, que intentan poner un poco de sensatez y de cordura en el funcionamiento de nuestro sistema político; un sistema en el que predominan de una forma exagerada los intereses de partido por encima de los intereses generales. Esta circunstancia, de por sí deplorable, se ve agravada por un hecho que resulta particularmente deprimente: cada vez de manera más manifiesta la élite de nuestros políticos está reclutada entre aquellos cuyo mérito principal ha sido una militancia temprana y una fidelidad al grupo rayana con el servilismo. No puede ser de otra forma en unos partidos en que la discrepancia se considera una traición y convierte inevitablemente a los discrepantes en candidatos al ostracismo, cuando no a la expulsión. ¿Cómo no va a ser así si la posibilidad de medro político depende más de la mirada de los dirigentes del partido, que deciden unas listas electorales cerradas y bloqueadas, que de la consideración que a los ciudadanos les merezca la categoría personal y la actuación de cada candidato?. Se entiende así que los electos de cada partido estén más atentos a seguir religiosamente las instrucciones y las consignas de quienes los han puesto en sus listas, y de quienes depende que vuelvan a figurar en las mismas, que de estar atentos a defender los intereses genuinos de sus representados, cuando éstos no son del todo coincidentes con aquéllos.

Hace unos días, en una conversación de café con una juez de pensamiento progresista, coincidíamos los dos en sentir una cierta nostalgia por aquellos tiempos de la transición y por las primeras legislaturas de la democracia en las que nuestros políticos, o al menos una parte muy significativa de los mismos, eran personas que procedían de otros campos de actividad en los que se habían ganado reconocimiento y prestigio. Para ellos la dedicación a la política fue más un servicio que un recurso y, por ello, pudieron sentirse más libres, aun militando en partidos, para pensar por sí mismos, para disentir dentro del partido, para fraguar pactos con otros partidos y, en definitiva, para estar más atentos a las necesidades del momento y a las preocupaciones de los ciudadanos que a los intereses partidarios.

Ello fue así, a pesar de que entonces también las listas electorales eran como ahora cerradas y bloqueadas, porque los partidos no tenían apenas recorrido, porque los que habían sido militantes de algunos de ellos en la clandestinidad lo habían sido en circunstancias difíciles y asumiendo riesgos sin garantía de obtener prebendas. Ello fue así también porque los partidos emergentes necesitaban presentar candidatos con una trayectoria anterior que los hiciera reconocibles y fiables ante el electorado. Entonces necesitaban figuras de prestigio que los prestigiasen, que les dieran lustre, para intentar ganarse así la confianza de los ciudadanos. Hoy son los partidos, ya instalados en el poder, ya en la oposición, los que dan a conocer o no, promocionan o no, a sus posibles candidatos según el grado de adhesión a los líderes, la antigüedad y disciplina en la militancia y, a niveles más altos, la imagen mediática y la capacidad para la seducción de las masas. Tenemos como resultado que muchos de los líderes actuales de los partidos son personajes cuya única actividad profesional conocida es la de su militancia fiel al partido desde edades tempranas. Algunos de ellos tienen la política como única profesión reconocible y su dependencia de la fidelidad acrítica, casi fanática, al partido -no a los ciudadanos que lo eligen- es total. Así ha de ser si es que quieren medrar políticamente.

Por eso resulta refrescante que un veterano político, como José Bono, actual presidente del Congreso de los Diputados, se manifieste partidario de una reforma de la Ley Electoral “no para castigar a los nacionalistas o para beneficiar a los comunistas, sino para acercar a los electores y elegidos”. Precisamente para este fin afirma que “sería conveniente que las cúpulas de los partidos redujeran el poder que tienen en materia electoral”. Y lo justifica diciendo que “el día en que los políticos sepamos que nuestras actas dependen más de los electores que de las cúpulas de los partidos, habremos dado un paso importante para prestigiar la llamada clase política”.

Aunque Bono no llegue a concluirlo y se limite a hablar de un sistema que potencie distritos uninominales (en lo que quedaría de manifiesto el grado de reconocimiento de los ciudadanos a personas concretas), parece que la conclusión más lógica nos llevaría a la presentación de listas abiertas en las que se pudiera votar a personas concretas independientemente del partido que las proponga y del lugar de la lista en el que los partidos las coloquen. Ya se cuidarían así los partidos de ofrecernos candidatos que pudieran merecer la confianza y el reconocimiento de los electores. Pero claro, parece que esto no termina de gustar a los muchos políticos de medio pelo que pululan por nuestras instituciones y que contemplan en la dedicación política la mejor fuente a su alcance para el medro económico y social. Con este panorama ¿cómo extrañarnos de la proliferación de políticos corruptos?. ¿Cómo extrañarnos de que muchos se dediquen a enriquecerse personalmente utilizando sus cargos públicos en beneficio propio en lugar de considerarlos un servicio a la ciudadanía?.

No es seguro que un cambio en la legislación electoral vaya a librarnos de la existencia de políticos mediocres y corruptos, pero podría contribuir a disminuir su número y daría a los ciudadanos mejores oportunidades de mandarlos a su casa: con nombres y apellidos. No es que tenga mucha confianza en que así sea, pero estamos al comienzo de un nuevo año y no quiero ni refugiarme en la nostalgia ni poner límites estrechos a la esperanza.

Feliz año nuevo