lunes, 23 de noviembre de 2009

La educación en crisis

Acabo de leer un artículo muy sugerente de Eduardo Punset en el que defiende que, entre todas las actividades sociales, la que experimenta hoy una crisis más profunda es la educación. Llega a afirmar que es la educación “la que menos está respondiendo a las exigencias de las sociedades modernas”. Si esto último fuera cierto -y no dudo de que en gran parte lo es- no habría más remedio que reconocer la necesidad de una profunda transformación de cara al próximo futuro. No en vano pensamos que uno de las objetivos fundamentales de la educación consiste en acompañar a los niños, adolescentes y jóvenes en el desarrollo de su capacidad para vivir como ciudadanos activos, responsables, y participativos en la sociedad de la que forman parte. Si resulta que uno de los rasgos más obvios de la sociedad actual es el cambio continuo y acelerado, una educación que no se adapte a las exigencias de los ritmos de ese cambio es una educación en crisis profunda.

Y el hecho es que nuestra sociedad se va haciendo cada vez más compleja, interdependiente y globalizada. En ella los flujos se multiplican, la percepción de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres se hace más palpable, la convivencia entre culturas diversas plantea nuevos y complejos problemas y muchos de los valores tradicionales han entrado en una profunda crisis, a veces para bien y otras no tanto. Y, por si fuera poco, resulta que la acumulación histórica del conocimiento obliga a plantearse la difícil negociación entre la especialización necesaria y el trabajo de actitudes y competencias generales, absolutamente imprescindibles para el desarrollo de la capacidad para aprender con autonomía, comunicarse y convivir con los demás (personas y grupos).

En este contexto se pregunta Punset cuál será la misión de los sistemas educativos en el futuro. Una pregunta del todo pertinente a la que da, en mi modesta opinión, una respuesta también pertinente aunque parcial, seguramente por poner el énfasis en algo que sin duda es muy importante. Dice textualmente que “ los esfuerzos venideros en materia educativa apuntarán a reformar los corazones de la infancia y la juventud, olvidados por la obsesión exclusiva en los contenidos académicos”. Y no puedo estar más de acuerdo. Sólo que el que haya que potenciar este aspecto no es razón para negar, como el hace (probablemente por enfatizar), la importancia que deberá seguir teniendo como objetivo el ayudar a “pertrechar sus mentes” para abordar con solvencia el análisis riguroso y crítico de la sociedad en que les toca vivir, para hacerlo de una manera más consciente, más participativa y, en definitiva más humana. Inevitablemente eso habrá de hacerse trabajando sobre unos contenidos académicos muy bien seleccionados y que deberán irse adaptando necesariamente a las nuevas circunstancias de un mundo en cambio continuo y a ritmo acelerado.

Más allá de esta reflexión crítica quiero manifestar mi total acuerdo en la importancia de apuntar a la reforma de los corazones de la infancia y la juventud. Y también en que para ello, en nuestra sociedad de hoy, hay que trabajar en dos objetivos: uno “ aprender a gestionar la diversidad de las aulas modernas, a las que ha cambiado profundamente su cariz la globalización”; otro “ fomentar el aprendizaje de las emociones positivas y negativas, que son comunes a todos los individuos y previas a los contenidos académicos, es decir, aprender a gestionar lo que nos es común a todos”. Se trataría, por un lado, de “fomentar la inteligencia social y no sólo la individual, hacer que sirva para concatenar cerebros dispares y distintos, tomando buena nota de sus diferencias étnicas, culturales y sociales”; y, por otro, de “ enseñar a los jóvenes a gestionar la rabia, la pena, la agresividad, la sorpresa, la felicidad, la envidia, el desprecio, la ansiedad, el asco o la sorpresa”.

Está claro que añadir estos objetivos a la tarea de educar, además de los otros que también tiene y que no pueden menospreciarse, convierte la profesión de maestro en una profesión que, según el propio Punset, “lejos de ser liviana, ... tendrá un contenido más profesional y complejo que cualquier otra”.

Desde mi particular dedicación de más de treinta años a la educación quiero aprovechar esta reflexión de hoy, hecha al hilo del artículo de Punset, para alentar los maestros a trabajar con empeño en el logro de estos objetivos, para dejar constancia de mi reconocimiento y aprecio personal a los maestros que he tenido, y también para felicitar a todos los maestros, en particular a quienes han sido alumnos míos, con motivo de la celebración el próximo día 27 del día del maestro.

Con mi felicitación, un abrazo y hasta la próxima


Nota: Para quien tenga interés en leer el artículo de referencia, aquí dejo la dirección en la que puede encontrarlo:

http://www.eduardpunset.es/2225/general/la-crisis-de-fondo-esta-en-la-educacion


viernes, 20 de noviembre de 2009

Pragmatismo, ética y estética

Llevar a cabo de forma plausible cualquier empresa o resolver convenientemente cualquier situación más o menos complicada, de las muchas en que nos vemos implicados a lo largo de nuestra vida, nos plantea con frecuencia un juego dialéctico entre lo práctico, lo ético y lo estético. O, dicho de otro modo, lo que resulta más útil para nuestros intereses materiales, lo que comulga mejor con los principios de la ética, al menos de una ética civil de mínimos, y lo que puede causar mejor imagen de nosotros mismos ante los demás. En situaciones de este tipo, una solución estética, adoptada mirando complacer los gustos de las mayorías, puede no ser práctica y también puede responder a criterios éticos discutibles, incluso si son compartidos por amplias mayorías. Una solución práctica, puramente utilitarista, puede resultar poco estética y estar en franca contradicción con principios éticos fundamentales para la convivencia. Por su parte, una solución ética no siempre casa bien con el utilitarismo y, aunque frecuentemente puede resultar también estética, no siempre encaja bien con los gustos mayoritarios.

Para ilustrar esta reflexión voy a servirme excepcionalmente de algunos acontecimientos deportivos recientes que resultan bien expresivos. En los últimos años la selección española de futbol podría ser un buen ejemplo de cómo abordar la competición deportiva con una razonablemente buena combinación de estos tres ingredientes. Resuelve asiduamente sus partidos ganando (es práctica), lo hace jugando con habilidad y elegancia (es estética) y, salvo excepciones poco habituales, con una forma de hacer en la que apenas tienen cabida la violencia, la marrullería y la trampa (es decir, no se resiente la ética). En contrapartida me vienen a la mente otros momentos del pasado en que esta selección funcionaba con criterios mucho menos estéticos, algo más marrulleros y, curiosamente, también menos prácticos. Esto implica que la primacía del utilitarismo sobre la ética y la estética no siempre garantiza el éxito práctico. Y sin embargo ocurre a menudo que la falta de ética, e incluso de estética, permite obtener resultados que, de una forma u otra pueden considerarse exitosos. Bastaría recordar también algunos episodios deportivos en que selecciones marrulleras y poco estéticas han ganado incluso campeonatos mundiales.

Hace justamente unos días hemos tenido ocasión de ver, en el deporte ,un acontecimiento que puede contribuir a ilustrar esta reflexión. Un futbolista del equipo nacional de Francia se sirve descarada y ostensiblemente de la mano para poder luego dar un pase de gol a un compañero. Este gol sirve a su equipo para clasificarse para jugar el campeonato del mundo y dejar fuera al equipo de Irlanda y ello a pesar de un juego nada brillante ni estético de la selección francesa, superada casi siempre por el equipo rival. Se trata, pues, de una magnífica ilustración de como el sentido de lo útil se ha impuesto claramente tanto a lo ético como a lo estético. Afortunadamente, a la hora de valorar el hecho, son muchos, incluso muchos franceses, los que reprochan la actitud del futbolista tramposo , consideran éticamente lamentable su acción y confiesan que la forma de obtener el éxito práctico por su selección no resiste tampoco una mirada estética. En contrapartida, como ocurre siempre, también existen utilitaristas que consideran que lo importante es la clasificación y no el modo de obtenerla. En definitiva, la vieja cuestión de los medios y los fines.

El ejemplo deportivo es sólo eso, un ejemplo con bastante repercusión informativa, pero con una trascendencia menor que otros muchos que se producen en la vida diaria. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en un hecho también de actualidad en que se ven implicados aspectos humanos y sociopolíticos de mayor calibre. Me refiero a la situación que vive la activista saharaui Aminatu Haidar, expulsada por Marruecos a España, en huelga de hambre en un aeropuerto para reclamar su derecho a volver a su país. Al parecer las autoridades españolas, en aras de un pragmático entendimiento con un gobierno poco respetuoso con los derechos humanos como el marroquí, la retienen en España, resistiendo incluso las presiones de Amnistía Internacional, que les ha pedido insistentemente que no la obliguen a estar en España en contra de su voluntad. Un buen ejemplo de cómo, desafortunadamente, se imponen en nuestra sociedad los criterios pragmáticos de la “real politic” sobre los valores éticos. Incluso yo diría que, también en este caso, sobre los estéticos. Especialmente si hacemos memoria y recordamos cómo en su día el partido en el poder presumía de su cercanía con el frente polisario y sus aspiraciones.

Así parecen ser las cosas. Buenos días y hasta la próxima.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un cóctel agridulce

Alivio, perplejidad e irritación. Son tres componentes del cóctel de sensaciones con el que sospecho que muchos hemos vivido el desenlace del secuestro del pesquero Alakrana en el día de ayer. Al menos es mi cóctel y el que dejan entrever algunos comentarios que me he tomado la molestia de leer en la prensa de hoy. Me explicaré por partes:


Alivio

No creo que haya nadie con tan malas entrañas que no deseara que este secuestro terminara con la liberación de todos los tripulantes y pescadores del Alakrana. Y si hubiere habido algún partidario de soluciones que pusieran en riesgo sus vidas, lo estaría haciendo con tan mala conciencia que ni siquiera se habría atrevido a proponerlo abiertamente. Lo más que se ha podido ver al respecto han sido algunas muy veladas insinuaciones de difícil interpretación. Lo cierto es que la práctica totalidad -al menos eso creo- de quienes hemos seguido con preocupación el secuestro hemos sentido un gran alivio por las propias víctimas del mismo, lo marineros, y por sus familiares y amigos. Al fin y al cabo la pérdida de vidas humanas hubiera sido seguramente lo único irreparable. De ahí que todo el mundo se congratule por ello y creo que sinceramente y no por una cuestión de imagen.


Perplejidad

La perplejidad es el segundo ingrediente del cóctel. Y no tiene que ver con el hecho en sí de que la liberación del pesquero haya sido el resultado del pago de un rescate . Al fin y al cabo es como suelen terminar la mayoría de los secuestros sin víctimas, y ahí está, sin ir más lejos, el precedente del Playa de Bakio. La perplejidad se debe sobre todo al revestimiento informativo con que el gobierno nos ha obsequiado, empezando por el presidente, continuando con la vicepresidenta y terminando con los otros dos ministros implicados (exteriores y defensa) en esa “célula de crisis” un tanto marxiana (con perdón del siempre brillante Groucho).

No puede ser que se presente como un éxito la solución de un secuestro previo pago de una cuantiosa suma (la más alta hasta ahora en el secuestro de un pesquero), es decir con una victoria en toda regla de los secuestradores. Estamos dispuestos a ser generosos con nuestros gobernantes y aceptar que el valor supremo de la vida sirva como justificante. Pero resulta bochornoso que, en lugar de aceptar con humildad que no se ha podido solucionar de otro modo sin riesgo de poner en juego la vida de los pescadores, se pretenda presentarnos la solución como el resultado de una esforzada y maravillosa gestión llevada a cabo por los responsables de la diplomacia, la justicia y el ejército; y todo ello en el marco del más escrupuloso “respeto a la legalidad”. La cuestión al final es mucho más sencilla y no requiere ni tanto esfuerzo ni tanta astucia: los secuestradores han pedido un rescate, se les ha pagado y han liberado el barco. Por si esto fuera poco, en el entreacto se ha enredado el asunto con el apresamiento de dos piratas y la desafotunadísima gestión del mismo, con un peloteo infumable entre la fiscalía y los jueces, entre unos jueces y otros.


Irritación

La irritación deriva del hecho de que, con su actitud al presentar así las cosas, parece que nuestro gobierno, con el presidente a la cabeza, nos toma por imbéciles pensando que sus explicaciones pueden resultar convincentes. Podemos entender y entendemos las grandes dificultades que plantea abordar un secuestro como éste desde la loable decisión de salvaguardar la vida de los secuestrados. Por lo mismo entenderíamos muy bien que nuestro presidente, en lugar de sacar pecho, hubiera salido revestido de humildad, a expresarnos su satisfacción por la salvaguarda de las vidas, e inmediatamente a reconocer que siente la frustración de no haberlo podido hacer sin pagar rescate, deteniendo a los secuestradores y poniéndolos a disposición de la justicia.

De haber sido así el alivio que sentimos, habría mezclado bien con la comprensión y hasta la disculpa. Pero tal y como han ido las cosas, y muy a pesar nuestro, el alivio por la libertad de los secuestrados combina perfectamente, en un cóctel de sabor agridulce, con nuestra perplejidad por las explicaciones y la irritación por pretender que seamos tan imbéciles que comulguemos con ruedas de molino.

Buenos días y hasta la próxima


martes, 17 de noviembre de 2009

Por la cuasi-utopía de una sociedad vasca en convivencia respetuosa

A la vista de la aparición recurrente de actitudes y comportamientos que enrarecen y hacen difícil una sana convivencia entre personas y grupos que, en el País Vasco, conciben y siente de manera muy diferente su propia vasquidad, me viene a la memoria algunas cosas que escribía yo hace unos años, en tanto que profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en una Escuela de Magisterio, como aportación al intento de renovación del Curriculum vasco para la educación obligatoria.

Una de las líneas conductoras de aquella reflexión era la idea de que uno de los objetivos básicos de la educación consiste en “aprender a vivir juntos”. A propósito de este gran objetivo decía lo siguiente:

Aprender a vivir juntos exige tomar conciencia cabal de la existencia de la diversidad: diversidad de sexos, razas, culturas y religiones; diversidad de ideas y de intereses, a menudo en conflicto; diversidad de situaciones económicas y de posibilidades de acceso a la educación y promoción; diversidad en condiciones sanitarias, etc. Profundizar en el análisis de esas desigualdades, en los conflictos que en conexión con ellas se plantean y en las posibles causas históricas o actuales que los generan o los enconan, comenzando por los grupos elementales de pertenencia, entra de lleno en el trabajo propio del área de Ciencias Sociales. Y también le es propio el ocuparse de facilitar a los alumnos el conocimiento de las estructuras organizativas y de las normas de las que los diferentes grupos se han ido dotando para atender a las necesidades e intereses comunes de muy diferentes tipos, dirimir intereses contrapuestos, prevenir posibles conflictos y regular y administrar los existentes.

Una tarea importante a realizar ... consiste en ayudar a los alumnos en su proceso de integración crítica y constructiva en una sociedad vasca de carácter plural y pluricultural, con un pasado histórico largo y complejo, que ha cristalizado en un presente no menos complejo. Una sociedad que, teniendo una raigambre cultural y lingüística propia, está organizada sin embargo en territorios históricos que forman parte de estados y comunidades históricas distintas. Una sociedad en la que, a las tensiones y conflictos propios de cualquier otra, se añaden algunas derivadas de sentimientos identitarios y de pertenencia diferentes entre sus habitantes. En este contexto las Ciencias Sociales deben ayudar a formar ciudadanos que, desde sus propias identidades y respetando las de los demás, sean capaces de solucionar pacífica y democráticamente los conflictos. Y así, a partir de lo mucho común, que sin duda existe, y del reconocimiento de la diversidad como riqueza común, construir un futuro compartido, con rasgos propios pero en relación con los otros, solidario con ellos y abierto al futuro.

Para que así sea hay mucho que trabajar también, desde las CC.SS., en el terreno de las actitudes necesarias para hacerlo posible. Su propia condición de ciencias peculiares, incapaces por un lado de generar certezas absolutas pero, por otro lado, exigentes en la búsqueda de mejores y más rigurosas interpretaciones, facilita el trabajo de dos actitudes fundamentales para la convivencia y para la solución de conflictos. Una muy importante es el antidogmatismo. Si descubrimos que las Ciencias Sociales no nos permiten alcanzar certezas ni verdades absolutas –aun siendo diligentes y rigurosos en la búsqueda-, el dogmatismo y el fanatismo de cualquier índole no tienen cabida. Se hace preciso ser humildes, reconocer que seguramente no estamos en posesión de la verdad, o al menos de toda la verdad. A partir de ahí estamos en mejor disposición para un diálogo constructivo. Pero, por otro lado, sabemos que las Ciencias Sociales pueden aportarnos mejores aproximaciones explicativas en función del rigor con que trabajemos y de la disposición a afinar los análisis en lugar de limitarnos a los trazos gruesos. De ahí la importancia de trabajar en el área la segunda actitud a la que nos referíamos: el rigor y el cultivo de los matices”

Otro de los grandes objetivos que se proponía consistía en “aprender a ser uno mismo” en un mundo diverso y plural. En relación con esta idea vuelvo a subrayar hoy lo que decía ayer: “También tienen las Ciencias Sociales interesantes aportaciones que hacer al servicio de la construcción de cada persona como ser único e irrepetible en relación con los otros. Porque, sin menosprecio del componente biológico, cada individuo va construyendo su personalidad, su modo de ser y de actuar en la relación con los demás, a partir de las influencias de los grupos de pertenencia y de las referencias culturales específicas de los mismos, pero también a partir de las cada vez más numerosas interacciones entre las diferentes culturas, tanto las que tienen lugar en cada ámbito territorial, cada vez más numerosas y complejas, como las que ocasionan los múltiples flujos de todo tipo que caracterizan a una sociedad cada vez más global e interactiva.

Desde esta perspectiva las Ciencias Sociales tienen, en el marco del curriculum vasco, como mínimo, un triple reto. En primer lugar el de ayudar a los alumnos a percibirse a sí mismos como seres individuales con una dignidad igual a la de cada una de las demás personas, sea cual sea su sexo, raza, color, cultura, condición social, etc., y como tales sujetos de derechos individuales inalienables. El segundo el de acompañarlos en el proceso de identificación de los rasgos que los definen como miembros de una sociedad vasca cultural y lingüísticamente plural, en que cada uno se siente más identificado con una o con otra de las lenguas y culturas en presencia, pero en el que se pretende, sin menoscabo de esa identificación afectiva, que cada miembro de la sociedad vasca valore y aprecie ambas como propias en tanto que parte de la riqueza cultural del propio país. Y en tercer lugar acompañarles en el proceso de identificación personal como ciudadanos del mundo que, desde la conciencia de su identidad personal única y la valoración de la propia cultura, sean capaces de preocuparse por conocer y sentirse solidarios con los demás pueblos, especialmente con los más desfavorecidos, víctimas con frecuencia de relaciones desiguales que es importante conocer”.

Con este punto de partida sobra decir que cada día me siento más incómodo, incluso más irritado, con los planteamientos de quienes, desde posiciones contrapuestas, o simplemente diferentes, se atrincheran en sus reductos ideológicos, o puramente afectivos, y pretenden construir una sociedad vasca a su imagen y semejanza, sin tener en cuenta o menospreciando, cuando no agrediendo, a quienes piensan y sienten de forma diferente. Desafortunadamente se observan, en el día a día, actitudes y comportamientos de parte y parte que no ayudan para nada la aceptación de que vivimos en un país plural en el que cada uno piensa como piensa y siente como siente y tiene el derecho a no ser agredido ni descalificado por ello, a ser respetado y a ser valorado. Eso sí, siempre que él mismo no agreda o descalifique a los otros, los respete y los valore como una parte igualmente importante de la sociedad de la que todos forman parte y entre todos deben construir en colaboración. No voy a entrar en detalles más o menos expresivos de un desencuentro fácil de ver para un observador atento. Me temo que cualquier ejemplo que trajera a colación sería interpretado como una ofensa por alguna de las partes. Hasta tal punto llegan las reticencias y la incapacidad para la autocrítica.

Así las cosas, ¿qué podemos hacer quienes creemos en la posibilidad de convivir pacífica y respetuosamente en la pluralidad?. Una de dos o seguimos insistiendo en una dura lucha contracorriente o nos refugiamos definitivamente en un nicho de melancolía. A estas alturas de la película, y ante estas opciones, uno tiene la tentación de la segunda, pero siente la obligación de seguir abogando por la casi-utopía de una sociedad vasca plural en la que prevalezca el respeto frente a la intolerancia.

Buenos días y hasta la próxima.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Cuestión de perspectivas: A propósito del secuestro del Alakrana

Es prácticamente un axioma que cualquier hecho o situación social, por sencillos que parezcan, presentan cierta complejidad y tienen en sí mismos varias caras. Por si esto fuera poco, cuando se convierten en objeto de análisis por parte de diferentes personas, concurren también diferentes enfoques, perspectivas y a menudo intereses a la hora de abordarlos. Y esto precisamente les da nuevo tintes, convirtiéndose de hecho en un factor más de complejidad. Siendo esto así habría que asumir de partida que cualquier intento de simplificar un problema, cualquier visión de parte, cualquier análisis reduccionista, cualquier interpretación unilateral, que intentara obviar su carácter poliédrico, conduciría inevitablemente a una visión incompleta y/o deforme del mismo. Estaríamos, por tanto, ante un mal punto de partida para abordarlo.

En las últimas semanas todos andamos preocupados por un hecho del que los medios de comunicación se hacen eco a diario de manera profusa y del que se ocupan también, por activa y por pasiva, a veces de modo simplista, tertulianos de todo pelaje y condición. Me refiero al secuestro del pesquero Alakrana por piratas somalíes, que retienen con el barco a toda la tripulación bajo amenaza de muerte si no se cumplen sus condiciones.

Si pretendemos hacer un análisis mínimamente riguroso del hecho mismo y de la situación que ha generado tendríamos que considerar como mínimo los siguientes aspectos:

  • El marco en que tienen lugar los hechos

  • Los hechos en sí mismos y sus protagonistas directos

  • Las personas (físicas y jurídicas) implicadas de manera indirecta

  • Las perspectivas ética, jurídica, política, etc. del problema

  • La dimensión internacional del asunto y sus implicaciones

Como puede inferirse de esta simple enumeración, en la que cualquiera que lea estas reflexiones echará en falta otros aspectos que ahora se me escapan, el análisis del problema desborda ampliamente mis posibilidades reales, aunque no debería ocurrirles lo mismo a quienes desde los despachos del poder tienen mucho mejores posibilidades para hacerlo con cierta solvencia. En cualquier caso no me ahorraré el esfuerzo de hacer mi personal aproximación.

1. En primer lugar es preciso subrayar el marco especialmente difícil y problemático en el que se desarrollan los hechos: Somalia. Se trata de un país pobre y convulso en que, en la práctica, no existen un gobierno ni unos poderes públicos con autoridad real y en que señores de la guerra, clanes y grupos mafiosos campan a sus anchas. Todo ello en buena parte como resultado de un pasado complicado al que no es ajena la presencia colonial europea en el siglo XIX y en la primera parte del XX. Como no pretendo aburrir aquí con un relato prolijo me permito remitir, para una visión somera a esta dirección http://es.wikipedia.org/wiki/Somalia . Al margen de las consideraciones históricas quiero señalar que, según los datos de Naciones Unidas la renta per cápita media en el año 2000 era de 240 dólares, es decir 0,60 dólares al día, o lo que es lo mismo 0,40 euros. Un dato suficientemente expresivo de la extrema pobreza en que vive la población somalí. Por si eso fuera poco incluyo un cuadro con algunos datos demográficos también muy indicativos de la realidad social que merece la pena valorar.


SOMALIA

Esperanza de vida al nacer: 49 años (2005-2010)
Esperanza de vida al nacer, hombres: 48 años (2005-2010)
Esperanza de vida al nacer, mujeres: 50 años (2005-2010)
Tasa global de fecundidad: 6,0 hijos por mujer (2005-2010)
Tasa bruta de natalidad: 43 nacimientos por cada 1000 habitantes (2005-2010)
Tasa bruta de mortalidad: 16 muertes por cada 1000 habitantes (2005-2010)
Mujeres en pareja de 15-49 años que usan anticonceptivos: 1 % (1996-2004)
Mortalidad materna: 1.100 cada 100.000 nacidos vivos (2000)
Partos atendidos por personal calificado: 25 % (1996-2004)
Mortalidad en niños menores de 1 año: 133 cada 1.000 nacidos vivos (2004)
Mortalidad en niños menores de 5 año: 225 cada 1.000 nacidos vivos (2004)
Malnutrición infantil: 26 % en menores de 5 años ( 1996-2004)

Fuente: Guía del Mundo· Instituto del Tercer Mundo, Uruguay

No haré comentarios. Que cada uno saque su propias consecuencias. Sólo añadiré que, a la vista de la situación política, económica y social que los datos dejan al menos entrever, no resulta nada sorprendente que haya surgido el problema de la piratería, y que cualquier programa de lucha contra la misma no estará bien enfocado si no tiene en cuenta este contexto.

2. Los hechos de referencia son suficientemente conocidos. Unos piratas somalíes secuestran un barco de pesca con su tripulación y piden a cambio un rescate de carácter económico. Dos de los piratas son detenidos, reclamados por la justicia española y traídos a España. A partir de ese momento su devolución se convierte en un elemento adicional en las reivindicaciones de los piratas. Esto añade una especial complejidad al problema si es que se pretende salvar al menos la apariencia de legalidad. En el rompecabezas se ven comprometidos de mala manera y con evidentes contradicciones los principios de legalidad, justicia y humanitarismo, sin que, por más que se diga, exista margen de maniobra para que todos ellos queden simultáneamente a salvo. Así de claro y así de complejo. Estamos ante un problema para el que cualquier solución admite críticas severas desde alguno de sus flancos.

3. En el problema están implicados de forma distinta varios tipos de protagonistas. Sin pretender detenerme en todos, voy a hacer algunas anotaciones sobre los que soy capaz de detectar como relevantes.

  • En primer lugar me referiré a los rehenes. Unos pescadores que se ganan difícil y peligrosamente su vida desafiando los riesgos que entraña el mar, asumidos por ellos como parte de la profesión, pero que se ven sometidos al riesgo añadido del secuestro y de las amenazas de muerte si este se produce. ¿Cómo no vamos a entender y solidarizarnos con las reclamaciones angustiadas de estos pescadores sometidos a la espera y a la incertidumbre sobre sus propias vidas?

  • En segundo lugar los familiares y amigos de las víctimas para quienes, por encima de cualquier otra consideración lo único realmente importante es recuperar a cualquier precio a sus personas queridas. Todo lo demás resulta para ellos comprensiblemente irrelevante. También merecen todo el respeto y toda la solidaridad.

  • En tercer lugar los piratas en cuya piel me resulta muy difícil meterme. Puedo entender hasta cierto punto que situaciones de necesidad extrema, derivadas de la extrema pobreza, puedan inducir a los piratas de a pié (digámoslo así para referirnos a los ejecutores materiales) al secuestro como forma de sobrevivir. Ocurre, sin embargo, al parecer, que existen en Somalia importantes mafias con contactos internacionales, incluso con grandes despachos de abogados en países occidentales de gran tradición democrática, que viven espléndidamente del negocio millonario del secuestro. Se aprovechan del respeto por la vida y del miedo de los gobierno de los países afectados a verse envueltos en un final de secuestro con víctimas inocentes, para obtener pingües beneficios. Unos beneficios que ponen a buen recaudo con la colaboración de redes de blanqueo de dinero. Ninguno de estos protagonistas merece el menor de los respetos y ese sería seguramente uno de los flancos por los que debería abordarse el problema con todo el rigor y con la máxima dureza.

  • En cuarto lugar es preciso referirse a las personas jurídicas implicadas, especialmente a la justicia y al gobierno de turno. No en vano se ven implicados de hoz y coz en el problema sobre el que reflexionamos: el secuestro del pesquero Alakrana. No en vano ya en un caso anterior, el del Playa de Bakio, el gobierno se vio involucrado en la negociación y en el pago de un rescate a los secuestradores. Precisamente los precedentes resueltos en su favor, en negociaciones de igual a igual con los gobiernos, animan a los piratas a continuar su actividad y seguramente a hacerlo especialmente con barcos de aquellos países que han mostrado antes una posición de debilidad. Es un dato del problema que no puede ser menospreciado a la hora de diseñar estrategias de futuro en la lucha contra la piratería. Si no se hace se corre el riesgo de ignorar estúpida o culpablemente una de las variables del problema. Aunque resulte impopular, hay países que han adoptado líneas de actuación más firme y enviado así un mensaje a los piratas. La complejidad y las implicaciones humanas del problema me impiden juzgar con excesiva severidad ninguna de las opciones.

    Lo que sí me ha resultado especialmente poco presentable ha sido la actuación de la fiscalía (también de la diplomacia y el gobierno español en relación con ella) y de la justicia. Sus idas y venidas con respecto a cómo gestionar el asunto de los piratas retenidos en el marco de la negociación han sido todo un curso de incongruencias y desatinos. Y esto por ser generosos y no hablar del retorcimiento de la legalidad con la que, al parecer, se intenta resolver la situación. ¡Ojalá que, por lo menos, todo acabe con un final feliz, que, en cualquier caso no lo será del todo!

4. Porque aquí entra en juego la cuestión de los valores y principios desde los que enfocar las posibles formas de abordar políticamente el problema. ¿A qué damos prioridad? ¿A evitar a ultranza y a toda costa la pérdida de vidas, y en particular la pérdida de vidas inocentes? ¿Se puede y se debe violentar la legalidad para que eso sea posible? ¿Justifican las expectativas de un bien futuro, considerado mayor, el sacrificio de un bien presente?. En la vida nos encontramos con dilemas que ponen en juego nuestro valores y en que se contraponen con frecuencia lo bueno y lo práctico, lo legal y lo moral, lo ético y lo político, lo justo y lo popular, etc., etc. Reconozco que la cuestión es muy peliaguda, pero precisamente por ello pienso que nuestros políticos deberían planteársela con seriedad si es que quieren diseñar una estrategia de futuro y no responder con improvisaciones a salto de mata ante posibles situaciones futuras semejantes.

5. Me referiré por último brevemente a la dimensión internacional del problema. Porque, como todo el mundo sabe, no estamos ante un problema específico de los barcos pesqueros españoles. Así lo demuestra el hecho de que, como fruto de una decisión internacionalmente acordada, haya barcos de guerra vigilando la zona de máximo riesgo frente a las costas somalíes. Y sin embargo también existe una diferencia clara de enfoques en las posiciones y en las actuaciones de diferentes gobiernos; desde los que como Australia o el Reino Unido han decidido no negociar nunca con los piratas, pasando por los que como Francia han embarcado militares en sus pesqueros para defenderlos utilizando la fuerza, hasta quien, como España, combina la negociación con la autorización a la seguridad privada de utilizar armas antes prohibidas. En todo caso falta una política internacional acordada y con pautas comunes que hiciera que los piratas se sintieran menos fuertes y que no tuvieran la opción de repetir aventuras especialmente con aquellos países que se muestren más débiles y más inclinados a la negociación. Una negociación que, si en el caso actual parece ineludible por humanitaria, no deja ser una cesión de más que dudosa legalidad que puede estimular nuevos secuestros de barcos españoles en el futuro.

Lo dicho. Estamos ante un hecho y ante un problema que, como la mayor parte de los problemas sociales, resulta sumamente complejo y que no se puede ni analizar ni resolver desde la simplificación y la improvisación. Un problema en cuya resolución entran en juego los valores. Por eso, lejos de intentar hacer aquí una descalificación de nadie, quiero apelar a la necesidad de comprometerse en análisis serios de la realidad para, a partir de ahí, diseñar políticas también serias que tengan en cuenta todas las facetas y todos los enfoques posibles del mismo.

Es todo por ahora. Buenas tardes y hasta la próxima.



lunes, 9 de noviembre de 2009

Los banqueros y el trabajo de Dios

¿Quién ha dicho que los banqueros son tiburones sin alma? ¿A quién se le ha ocurrido presentarlos como vampiros, chupadores insaciables de la sangre de aquellos a quienes el sistema convierte en víctimas propiciatorias de su voracidad (o sea, casi todos)? ¿Quiénes osan todavía condenarlos como responsables de todos los males? Sólo la ignorancia y la falta de perspectiva podrían justificar un juicio tan poco fundamentado y tan injusto para estos grandes y nunca bien ponderados benefactores de la humanidad.

Que se lo pregunten si no a Lloyd Blankfein, gran jefe de Goldman Sachs, uno de los grandes bancos norteamericanos. El angelito -y nunca mejor dicho- acaba de reivindicar para si mismo y para el resto de los grandes banqueros la condición de trabajadores de la causa de Dios y de protagonistas no suficientemente valorados de una alta misión social. Según este ilustre personaje, son los banqueros quienes ayudan a las empresas a crecer, porque les ayudan a conseguir capital y a generar riqueza y empleo. En consecuencia todos deberíamos alegrarnos con los buenos resultados de sus bancos, puesto que esto es un indicio de recuperación de la economía.

Reconozco que hasta ahora no me lo había planteado en estos términos, probablemente por una injustificable falta de rigor. Como consecuencia he cometido una tremenda injusticia con estos grandes prohombres de la banca. He sido un desagradecido. ¡Y mira que me insistieron en casa desde niño en aquello de que “ser agradecidos es ser bien nacidos”!. Resulta pues que me miro en el espejo de mi pasado y veo la imagen de un malnacido.

Profundamente afectado por esa imagen y compungido por la injusticia cometida quiero hoy hacer un acto de desagravio, expresar mi más profundo arrepentimiento y dar las gracias a estos infatigables y generosos trabajadores de Dios.

En lo personal quiero expresar mi agradecimiento por haberme permitido en su día la compra de mi casa antes de haber podido ahorrar lo suficiente para hacerlo. No importa que me llegarais a cobrar intereses superiores al 20% anual. Era justo, claro. De alguna manera teníais que obtener los recursos para compensar vuestros cualificados servicios sociales. También podría agradeceros que gestionarais entretanto mis escasos ahorros, a cambio de pagarme un interés. Ridículo, eso sí, pero tampoco vamos a ponernos exigentes con vosotros dada vuestra alta misión social.

Más allá de lo personal, quiero agradecer que vuestro trabajo especulativo nos haya dado a todos nosotros la oportunidad de vivir una crisis económica única. No todo el mundo tiene en su vida la oportunidad de vivir situaciones nuevas de esta envergadura. Tenemos suerte porque además esto nos ha servido para comprobar hasta que punto dependemos de vosotros, trabajadores sociales de Dios. Hasta el absurdo punto de que el sistema haya tenido que acudir al rescate y premiar, con fondos públicos, vuestra irresponsabilidad .

Quiero agradeceros también el hecho de que sigáis cuidandoos, de que sigáis estimulando vuestro trabajo social de servidores cualificados de Dios repartiéndoos entre vosotros primas y bonus de escándalo, mientras infinidad de pequeñas empresas se vienen abajo, el desempleo aumenta y se extienden los efectos de la crisis a capas cada vez más amplias de la población. No importa, siempre quedareis vosotros ahí para sacarnos del atolladero. Y ahora que, con el apoyo público, habéis vuelto a tener beneficios, no vamos a molestarnos porque os premieis por ello. Como dice el citado Lloyd Blankfein, todos tendríamos que estar contentos. Al fin y al cabo es un brote verde, “un signo de recuperación”. Por lo menos la vuestra, si es que alguna vez personalmente habéis dejado de nadar en la abundancia; que lo dudo.

Y ahora, expresado mi agradecimiento, un poco liberado de mi imagen de malnacido, y antes de que me deis la absolución, permitidme una pequeña expansión: “Banqueros del mundo, aplicadísimos trabajadores sociales de Dios: vamos a aceptar que las cosas hayan discurrido de tal modo que os hayais hecho imprescindibles para el funcionamiento del sistema, pero no pretendais encima seguir tomándonos el pelo. Iros a freir espárragos”.

Nada más por hoy. Hasta la próxima.


sábado, 7 de noviembre de 2009

Convivencia entre culturas y lucha contra el fanatismo

Es un hecho que vivimos hoy en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, en que se multiplican los flujos de todo tipo, incluidos por supuesto los demográficos, lo que da lugar a la configuración de sociedades progresivamente más pluriculturales. Esta realidad puede constatarse perfectamente en nuestro propio ámbito a partir de los datos del Padrón del año 2005. En él se constata que la población residente en España alcanzaba en esa fecha la cifra de 44.108.530 , de los cuales 3.730.610 (el 8,5% del total) eran de nacionalidad extranjera. Un porcentaje que, a día de hoy es muy probable que se aproxime al 10%, si es que no lo sobrepasa.

Esta circunstancia plantea en las sociedades receptoras problemas nuevos, cada vez más visibles y llamativos, de convivencia entre culturas y provoca de paso posiciones muy encontradas entre los ciudadanos a la hora de vivirlos, interpretaciones muy variadas de quienes reflexionan sobre ellos, líneas de actuación muy diferentes, e incluso opuestas, de parte de las instituciones y autoridades públicas a la hora de abordar el reto de su tratamiento político.

Aun a riesgo de incurrir en un cierto grado de simplificación al tratar de reducir a modelos los comportamientos humanos, suscribo básicamente la reflexión de M. Fernández Enguita en la que distingue tres formas de respuesta de las sociedades receptoras ante el hecho de la multiculturalidad

  • La primera consistiría en el intento de asimilación pura y dura de las culturas minoritarias o, dicho de otro modo, la imposición pura y dura de la cultura de la sociedad receptora y el menosprecio e incluso la represión de las culturas minoritarias. Algunos teóricos la defienden, muchos ciudadanos la comparten y existen instituciones sociales e incluso gobiernos que la ponen en práctica con más o menos intensidad.

  • La segunda consistiría en la simple tolerancia de las culturas minoritarias a las que se evita reprimir, pero sin hacer ningún esfuerzo por comprenderlas e integrarlas. También hay teóricos que la sostienen y muchos ciudadanos bienintencionados la hacen suya en la práctica consciente o inconscientemente. Las actuaciones políticas alineadas con este modelo, que también las hay, conducen inevitablemente a una guetización en la que aparecen yuxtapuestas diferentes culturas que se ignoran entre sí.

  • La tercera respuesta sería el reconocimiento y el respeto de las culturas minoritarias desde la idea de que son un elemento constitutivo de la identidad de los individuos. Ello implicaría la aceptación inicial de que todas las culturas contienen elementos valiosos y que la diversidad puede ayudar al enriquecimiento colectivo. Todo esto sin obviar que no todas las creencias y prácticas asumidas por las diferentes culturas son igualmente tolerables, que algunas pueden chocar y chocan de hecho frontalmente con derechos humanos y civiles, y que consecuentemente deben ser rechazadas.

De entre los tres modelos de respuesta es ésta última la que, aparte de parecerme la más justa, creo que es la que podría acomodarse mejor a la dinámica propia de los procesos históricos, pero también a los requerimientos de una sociedad progresivamente más permeable y globalizada. Me parece también la más práctica si es que se pretende conseguir un modelo de convivencia y de concordia entre culturas frente a otro de radical y peligrosa confrontación de consecuencias imprevisibles. Claro que este modelo exige de todos unas actitudes bienintencionadas y, si se me apura, hasta un poco ingenuas, orientadas al diálogo intercultural y tendentes al logro de lo que C.I. Bennet denomina “pluralismo integrado” basado en la aceptación de valores y criterios universales.

Recojo para terminar esta reflexión el testimonio de Amin Maalouf, escritor de origen libanés y cultura francesa y residente en el país vecino. Su pensamiento concuerda bien con los planteamientos de la última opción y expresa muy bien las actitudes que exige de los inmigrantes de otras culturas y de los ciudadanos de la sociedad receptora. Dice así:

si acepto a mi país de adopción, si lo considero como mío, si estimo que en adelante forma parte de mi y yo formo parte de él y actúo en consecuencia, entonces tengo derecho a criticar todos sus aspectos; paralelamente, si este país me respeta, si reconoce lo que yo le aporto, si me reconoce, con mis singularidades, como parte de él, entonces tiene derecho a rechazar algunos aspectos de mi cultura que podrían ser incompatibles con su modo de vida o con el espíritu de sus instituciones”

Traigo aquí esta reflexión con el ánimo de poner un contrapunto a dos noticias recientes que, como no podía ser de otro modo, me producen horror:

La primera, que viene de Amnistía Internacional es la siguiente:

Nos tememos que Kobra Babai podría ser lapidada en cualquier momento. Su marido, Rahim Mohammadi, estaba acusado del mismo crimen que ella y fue ejecutado el 5 de octubre. El crimen no es otro que “adulterio estando casados”. La pareja estuvo mucho tiempo sin trabajo y, desesperada, recurrió a la prostitución para ganarse el sustento. Los jueces iraníes sentenciaron al matrimonio a ser apedreados hasta causarles la muerte. Finalmente, Rahim fue ahorcado.

La segunda es de la prensa de hoy y recoge el hecho de que dos marroquíes han apaleado en Socuéllamos a una compatriota por no llevar puesto el velo.

Es evidente que no se puede ser ni tolerante ni comprensivo con estos comportamientos que ocurren con frecuencia en las sociedades y culturas islámicas. Es preciso comprometerse en la lucha contra tales aberraciones. Pero hemos de tener cuidado. No podemos juzgar a la cultura y a la religión islámica en su conjunto por la versión fanática de la misma, por lo mismo que no podemos juzgar al cristianismo y a la cultura cristiana por algunos comportamientos históricos, y algunos también actuales, de algunos cristianos fanáticos. El problema, pienso yo, es el fanatismo, sea cual sea el ropaje ideológico, político o religioso con el que intente disfrazarse.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.


viernes, 6 de noviembre de 2009

Si el señor Francisco levantara la cabeza …..

Justo unos meses antes de su muerte me confesó el señor Francisco que, aunque vivía feliz, pensaba que ya podía morirse tranquilo porque entendía cumplida una de las misiones en las que había comprometido su vida: sacar adelante una familia numerosa en el periodo difícil que media entre la década de los veinte y mediados de los setenta. Dicho con sus palabras: “tenía a todos sus hijos colocados”. O tal vez dijo “establecidos”, no lo recuerdo muy bien. El caso es que, poco tiempo antes, había cumplido con lo que consideraba su última obligación importante para con el más pequeño de sus siete hijos vivos: pagar su banquete de bodas. Y lo hizo con satisfacción y orgullo de padre a pesar de ser un hombre sin apenas patrimonio y de estar viviendo sus últimos años con una modestísima pensión. No me resulta para nada sorprendente. Respondía perfectamente a un sentido peculiar de la justicia según el cual lo que había hecho con los demás hijos no podía dejar de hacerlo con el último independientemente de su situación. Así lo pensaba y así lo hizo, por más que su hijo se empeñara en convencerlo de que las circunstancias eran otras, de que no contaba con ello y de que no se sentiría discriminado si no lo hacía. Todo inútil. Aunque el banquete no fuera de lujo, él se quedó sin una peseta. Si, si, sin una peseta, pero con toda la tranquilidad del mundo y todo su orgullo intacto. Ah, se me olvidaba decirlo. El que se casaba era yo y el señor Francisco era mi padre.

Con este precedente cómo no voy a entender a Félix Millet, expresidente del Palau de la Música y personaje reconocido y premiado en el ámbito de la buena sociedad catalana, en su afán por garantizar a su hija una pomposa celebración de su boda. Frente al caso anterior, hablamos aquí de una celebración que, entre unas cosas y otras, vino a tener un costo superior a los 80.000 euros, es decir en torno a trece millones y medio de las antiguas pesetas (casi dos millones sólo de flores). La asistencia de Consejeros de la Generalitat y de importantes financieros y empresarios catalanes, clara muestra del reconocimiento del personaje, terminaron de garantizar el lustre del acontecimiento.

Hasta aquí nada anormal, especialmente si consideramos las expectativas de la “buena sociedad” para celebraciones de esta índole. El problema reside en que mientras el señor Francisco se gastó hasta la última peseta para pagar los gastos de un modesto banquete, el que ostentaba el cargo de presidente del Palau cargó a la Fundación Orfeó Catalá, según parece desprenderse de los datos de la investigación en curso, 81.156 euros correspondientes a gastos de la boda de su hija. Esto es lo que se llama disparar con pólvora del rey.

Ojo, porque la cosa parece no quedar ahí. Los datos de la investigación apuntan a que los padres del novio le pagaron además alrededor de 40.000 euros, destinados a sufragar la mitad de los gastos de la celebración (ver el diario El Mundo del jueves 5 de noviembre). Una jugada maestra: aseguró a su hija una espléndida celebración de su boda y se embolsó por añadidura más de 6,6 millones de las antiguas pesetas. Claro que esto no es más que pura pacotilla si consideramos que, según se desprende de los datos que van emergiendo, el desfalco de este prohombre a la institución que presidía se mide al parecer en bastantes millones de euros.


Y, llegados a este punto, me pregunto cómo se sentiría el señor Francisco si levantara la cabeza y viera esto….. Presumo la respuesta: si levantara la cabeza, estoy convencido, volvería a reclinarla horrorizado y cerraría otra vez sus ojos para no contemplar tamaña desvergüenza.

Buenos días y mucha paciencia



miércoles, 4 de noviembre de 2009

Partes imperfectas de un todo imperfecto

En mi actual novela de cabecera, uno de los personajes, profesor de física, hace una disquisición de apariencia metafísica sobre las partes y el todo. En ella trata de refutar un lugar común, la idea simplificadora de que el todo es la suma de las partes, para afirmar que es mucho más que eso y poner el acento en el papel que juegan las relaciones entre las partes, de manera que de cómo sean éstas depende la configuración de unos “todos” previsiblemente muy distintos. En esta cuestión, de raigambre aristotélica, abunda también Horacio Krell cuando dice que “un sistema no es la suma de los componentes, y se comporta de un modo distinto por sus relaciones obvias e invisibles....Si las partes armonizan el todo es superior, pero en una pareja desavenida 1 + 1 = 0”. Y, añado yo, entre el todo superior y el todo 0 hay muchos tipos de todos con muy diferentes niveles de aproximación a uno y/o a otro, puesto que en las relaciones existen muchos tipos y grados de armonía o disarmonía. Como consecuencia ningún todo físico, y particularmente ningún todo humano, en el que, aparte de los condicionamientos naturales, entra en juego la voluntad y el libre albedrío, puede ser entendido si no se intenta al menos profundizar en en la cantidad y calidad de las relaciones entre las partes que contribuyen a hacer de él un sistema complejo. Según esto ningún todo puede ser comprendido sin el conocimiento y el análisis de las relaciones de muy diversa índole que tienen lugar entre las partes que lo integran.

Por ello resulta tan difícil hacer un buen análisis de cualquier realidad social. Su comprensión, aparte de estar condicionada por la propia complejidad del objeto, depende también de la actitud intelectual y emocional con que el analista se acerca a su estudio. No hay más que ver las controversias surgidas y los juicios de valor tan opuestos emitidos sobre una misma realidad social, histórica o actual, por investigadores que han intentado acercarse a ella con pretensiones de rigor e imparcialidad.

Así son las cosas cuando hablamos de realidades sociales complejas. Pero así son también cuando el objeto de reflexión es un sólo ser humano, todo un sistema físico complejo, pero también todo un sistema complejo de ideas, valores, relaciones pasadas y presentes, interacciones con personas e instituciones diversas. Todos éstos, y otros muchos más, han ido configurando la personalidad de cada uno de nosotros, con armonías y disonancias, con consistencias e inconsistencias, con virtudes y defectos, con coherencias y contradicciones. Todos ellos nos han configurado a todos y cada uno como seres poliédricos, más o menos laberínticos y difícilmente reductibles a modelos. No hay más que ver también las diferentes visiones que de una misma persona tienen los que le rodean e incluso las diferentes imágenes que de una misma persona pueden ofrecer dos biografías de un mismo personaje hechas por autores distintos con pretensión de objetividad.

La cuestión adquiere matices especiales cuando es uno mismo el que se convierte en objeto de su propia reflexión, cuando uno intenta comprenderse a sí mismo y desentrañar la maraña de ideas, de motivaciones, de acontecimientos y de relaciones personales e institucionales que le han hecho a lo largo de su vida ser como ha sido, actuar como ha actuado, relacionarse como se ha relacionado y, en definitiva, vivir como ha vivido. No resulta fácil, ni probablemente demasiado cómodo, este ejercicio de introspección. Y sin embargo puede resultar de suma utilidad para desarmar nuestro discurso y nuestros juicios sobre los demás de una excesiva dureza y agresividad. A poco que intentemos ser honestos en el ejercicio, encontraremos en nosotros mismos un todo con algunos rasgos positivos y bastantes imperfecciones, construido sobre ideas e intenciones a veces encomiables y otras veces no del todo confesables. Descubriremos que no siempre hemos sabido o querido establecer relaciones satisfactorias con los otros por muy diferentes motivos, privándonos con ello de la posibilidad de contribuir nuestro enriquecimiento personal y probablemente también al suyo; que no siempre hemos sido del todo comprensivos y justos en algunas relaciones. Tropezaremos de paso con el hecho de que a menudo hemos sido bastante torpes en la gestión de nuestros asuntos y nuestras relaciones. Y todo ello a pesar de que las personas que nos quieren nos consideren los más honestos, los más listos y los más coherentes. Al fin y al cabo somos un todo imperfecto, hecho de partes imperfectas que se relacionan entre sí de forma imperfecta. Y a pesar de todo nos queremos, o al menos nos perdonamos un poco.

Me vale esta reflexión para seguir manteniendo la idea de la importancia de los matices a la hora de abordar el análisis de una realidad tan compleja como la realidad social y también, por tanto, a la hora de hacer crítica de la misma.

Buenas tardes y hasta la próxima