viernes, 17 de julio de 2009

Preguntas con motivo de la violación múltiple de una menor

La noticia me ha conmovido, o por mejor decir me ha horrorizado. Un adulto y cinco menores violan uno tras otro a una niña-adolescente. Una vecina que lo ve tarda cinco horas en denunciarlo a la policía. Lo especial del caso es que los violadores non han utilizado esta vez la fuerza bruta, sino el chantaje moral hacia una niña que, por serlo, tiene miedo a que sus padres vean una grabación que le han hecho y que amenazan hacerles llegar.

Una vez leído en la prensa digital el contenido de la noticia, me he tomado la molestia de leer también algunos comentarios hechos al pie por internautas anónimos. Casi todos traducen conmoción, algunos claman venganza y muchos exigen un cambio radical en la ley del menor para que las tropelías cometidas por menores no sean castigadas con lenidad o incluso queden impunes. No faltan tampoco los que ponen el acento en la permisividad excesiva de los padres en la educación de los hijos, cuando no directamente en la dimisión de su irrenunciable compromiso para ponerlo en manos del sistema educativo; como si con ellos no fuera la cosa. Un grupo bastante numeroso estima que la base de estos comportamientos está sobre todo en la pérdida de algunos valores tradicionales como el respeto a la autoridad y la vinculación de sexo y afectividad, por citar sólo algunos. No faltan tampoco los que responsabilizan al gobierno por la promoción de leyes más consideradas con los derechos de los verdugos que compasivas con las víctimas. Por último, hay también bastantes que culpan a los medios de comunicación por la proliferación de programas en los que se ofrecen a los menores modelos poco edificantes: búsqueda del éxito por caminos fáciles, violencia verbal y física, sexo trivializado, etc. etc.

Hasta aquí lo extraído de los escritos de otros. En lo que a mi respecta, aparte del espanto por lo ocurrido, cuando se trata de interpretar los hechos y buscar atribuciones causales, como casi siempre, tengo más dudas y preguntas que respuestas y tiendo a pensar en una combinación compleja de casi todas esas causas, sin que resulte fácil calificarlas por orden de importancia.

Desde luego, aunque puedo entender la rabia de un padre o una madre en casos como el que nos ocupa, no creo para nada en la venganza, por más que algunos la justifiquen alegando que, si la ley deja impune al delincuente, algo habrá que hacer para que "no se vaya de rositas". Si no fuera suficiente el sentido ético para excluirla como herramienta, bastaría recurrir al sentido práctico. Venganza sobre venganza la sociedad caminaría ineludiblemente a su autodestrucción.

Hecha esta exclusión radical, creo que hay un largo camino por recorrer para intentar evitar que casos como este se repitan. Y creo que para hacerlo habría que actuar de forma combinada sobre todas las causas que, también de forma combinada, parecen estar contribuyendo a que tengan lugar episodios tan lamentables. Para ser fiel a mis propias inseguridades al respecto me limitaré a hacer algunas preguntas, que de algún modo llevan implíctas algunas sugerencias:

1. ¿Hasta que punto en el ámbito de la educación familiar se ha encontrado el equilibrio entre la formación para la libertad y la responsabilidad, por un lado, y la necesidad que los menores tienen de acompañamiento, de corrección y de límites, por otro?.

2. ¿Hasta que punto algunos padres, en su afán por proteger a sus hijos y darles comodidades, que ellos en algunos casos no han tenido, les han acostumbrado a tener con tal facilidad todo lo que desean, que luego les resulta frustrante renunciar a ello, aunque lo que deseen hayan de tomarlo por la fuerza?.

3. ¿Hasta qué punto en nuestra sociedad hemos sido capaces también de conciliar las exigencias de una sociedad escrupulosamente garantista y respetuosa con los derechos de todos, con el justo castigo del delito y la protección de las víctimas reales y potenciales?

4. ¿Hasta qué punto es posible que los complejos derivados del hecho de venir de una sociedad autoritaria no está en la base de un movimiento pendular, que de forma un tanto demagógica, ha inclinado la balanza hacia una legislación particularmente benévola con algunos delitos?

5. ¿Hasta que punto vivimos en una sociedad que ofrece a los menores modelos de comportamiento poco edificantes, orientados al éxito fácil y rápido, a la obtención del placer inmediato, o a la trivialización del sexo (incluso en edades cada vez más tempranas), como si en él no estuviera implicado ningún tipo de componente emocional o afectivo, o como si no requiriera, en consecuencia, un cierto grado de madurez?

6. ¿Hasta que punto los medios de comunicación no estimulan consciente o inconscientemente la imaginación de los menores, con sus innumerables programas dedicados al chismorreo, a los montajes de personajes de medio pelo, y al emcumbramiento de otros cuyos méritos se reducen al exhibicionismo de sus aventuras amatorias?

La cuestión es compleja. Las preguntas son muchas y de no demasiado fácil respuesta. Y sin embargo -o quizás por ello- es preciso que la sociedad se plantee, a diferentes niveles, una profunda reflexión con el fin de intentar que episodios como el aquí comentado se repitan una y otra vez.

Es todo por mi parte. Buenos días y buen ánimo.

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