viernes, 12 de marzo de 2010

Delibes

Ha muerto pero sigue vivo. Sigue vivo en sus libros, y sigue vivo especialmente en el corazón de quienes hemos disfrutado y seguimos disfrutando de su literatura. Sigue vivo en quienes aprendimos a amar esa literatura leyendo El camino y acompañando en su aventuras infantiles a Daniel “el Mochuelo” y Roque “el Moñigo”. Y también en los que, sin ser cazadores, fuimos de caza con Lorenzo, el bedel cazador, en sus fines de semana cinegéticos. Y en los que conocimos a Nini y a “el Ratero” en su vida marginal, dentro de una Castilla marginal y en el contexto de una España marginal de posguerra. Y en los que, leyendo Los santos inocentes, reconocimos en la humillación sumisa de Paco “el Bajo” los restos del caciquismo rural de la época, y sufrimos con Azarías la muerte de su “milana” por una rabieta del amo. Y también en los corazones de los pucelanos que reconocimos parajes familiares de Valladolid y su provincia, acompañando a Cipriano Salcedo en su peripecia histórica de El Hereje, en un siglo XVI castigado por la intolerancia religiosa.

Pero no sólo vive en las novelas y sus lectores. Sigue vivo también en su discurso de entrada en la Real Academia, abierta e inteligentemente ecologista,. Y de manera especial en el sentimiento agradecido de quienes, en pleno franquismo, tuvimos el privilegio de respirar el aire fresco, libre y comprometico, que, pese a las dificultades del momento, supo imprimir al Norte de Castilla en la época que lo dirigió.

A los que, aun llevando mucho tiempo fuera, seguimos queriendo a Castilla, como la quiso siempre Delibes, nos duele particularmente la muerte física de este castellano cabal, tan sencillo y tan genial al mismo tiempo. Y digo la muerte física, porque la otra nunca podrá tocarlo.

Para sus familiares y amigos mis condolencias. Y para Germán, uno de sus hijos, con el que tuve ocasión de compartir momentos en la Universidad y en Monte la Reina, un abrazo muy fuerte.

Buenos días y hasta la próxima

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