sábado, 6 de marzo de 2010

El absentismo laboral como fraude social

Entre las muchas ventajas que me depara mi situación actual de jubilado la que más he valorado desde el primer momento ha sido la libertad que me proporciona para organizar el tiempo a mi libre albedrío. Resulta impagable el placer de decidir libremente la hora de levantarme cada día, incluso si, como es el caso, me levanto relativamente temprano y casi todos los días a la misma hora. Resulta agradable poner organizar mi tiempo reservando un amplio espacio para mis aficiones más satisfactorias: la lectura y la escritura. Con la ventaja adicional de que, si un día las dejo de lado por cualquier otro estímulo circunstancial, no pasa nada. Resulta también especialmente estimulante poder dedicar algún tiempo a recuperar y cultivar viejas y buenas relaciones del pasado erosionadas por el paso del tiempo y por la distancia, o dejadas de lado por las exigencias de una vida llena de avatares personales y condicionada por itinerarios profesionales divergentes.

Podría enumerar algunas otras razones que, a una persona viva y con aficiones, le depara la jubilación y que, en lo personal, me hacen sentir particularmente bien. Pero no es éste el objetivo de mi reflexión de hoy. Al contrario. Lo que trato de decir es que cada tiempo tiene su afán y que, en mi opinión, la capacidad para disfrutar hoy de la libertad para organizar y disfrutar el ocio está muy relacionada y es, en alguna medida, proporcional a la seriedad y el rigor con el que he intentado cumplir con las exigencias fundamentales de una larga vida laboral. Y una de esas exigencias es el no eludir con engaños el compromiso con la empresa o la institución en la que trabajas y no defraudar fraudulentamente a tus compañeros de trabajo o a las personas que, en el mismo, puedan depender de tí. Y es justamente esta exigencia la que se quebranta cuando, mediante fraude más o menos camuflado, se convierte en intermitente, cuando no en ocasional, la presencia en el trabajo.

Ya sé que existen enfermedades y accidentes y que algunas personas pueden tener una especial mala suerte. Por eso procuro poner sordina a mi tentación de presumir de no haber cogido ninguna baja en toda una larga vida laboral. Sé que para eso hay que tener bastante suerte. Pero quiero suponer que también algo más: por ejemplo un plus de compromiso y de sentido de la responsabilidad. Ese plus que ayuda a superar de pie algunos episodios leves en los que muchos tienden a ver una situación pintiparada para tomarse una semanita de vacaciones pagadas.

No es de extrañar que, en una situación de crisis como la actual, en que la competencia resulta clave para que cualquier empresa se sitúe en el mercado, salgan a la luz algunas estadísticas relativas al absentismo laboral que resultan especialmente desmedidas. No parece que ese absentismo, que se convierte en un sumando añadido a los costes de producción, pueda resultar un buen aliado para el mantenimiento de los puestos de trabajo de una empresa en medio de un mercado contraído en el que es preciso competir.

Ésta es sin duda una razón de tipo práctico que tal vez pueda convencer a algunos listillos de los peligros del absentismo. No sería bueno, sin embargo, olvidar la que debería ser la razón ética, la que dice que, si queremos ser exigentes en reclamar los derechos que nos son debidos, debemos ser al menos tan exigentes en cumplir lo más rigurosamente posible con nuestras obligaciones. Eso incluye asumir que un absentismo injustificado aparte de ser un fraude a la institución -que se puede traducir en efectos indeseados para uno mismo- resulta ser también un fraude para los propios compañeros cuyo puesto de trabajo se contribuye a poner en riesgo.

Buenos días y hasta la próxima

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