miércoles, 6 de mayo de 2009

De ibarretxes y de lópeces


Garaikoetxea, Ardanza, Ibarretxe y … López. Si el presidente de los Estados Unidos de América se apellida Obama y es un negro de origen africano, no alcanzo a comprender como todavía hoy puede haber en el País Vasco quienes sientan un fuerte sarpullido ante el hecho de ver asociado el título de lehendakari con el apellido López. Al fin y al cabo fue Don Diego López de Haro quien convirtió la aldea marítima de Bilbao en villa el 15 de junio de 1300. Cosas de la historia. Una historia que nos explica de forma continua cómo no hay realidad social que permanezca inmutable con el paso del tiempo. Todo en la vida fluye.Y lo hace de tal modo que una parte constitutiva de la realidad, incluso de las que pretenden mantener la apariencia de una gran estabilidad, es el hecho de ser eso, histórica, y por tanto evolutiva y cambiante. De tal modo es así, que cualquier estructura social actual es el resultado, junto con los inevitables condicionamientos naturales, de la interacción de las personas y grupos que la han ido configurando a lo largo del tiempo, con tensiones, con acuerdos y desacuerdos, con interferencias e interacciones sociales, culturales, políticas, etc. Y, para entenderlo no hace falta ir muy lejos. Basta echar una ojeada a cómo en los últimos años nuestra sociedad se ha convertido en una sociedad progresivamente más multicultural y multiracial, como resultado de unos flujos de una envergadura hasta hace poco desconocida, que acompañan a la globalización.

Parto de esta reflexión para aterrizar en el reconocimiento del hecho de que la sociedad vasca actual es como es: desarrollada, multicultural, dinámica y bilingüe, políticamente compleja y con sentimientos de pertenencia desigual entre sus ciudadanos. Es la sociedad construida por los Goikoetxea y los Llorente, por los Goirizelaia y los Gómez, por los Ibarretxe y los López, como resultado de sus relaciones de colaboración y conflicto, de convivencia y explotación, de acuerdos y desacuerdos, de encuentros y desencuentros, distribuidos de forma desigual a lo largo del tiempo. Es la sociedad del PNV y de EA, y de Aralar y de sus apoyos, pero también la sociedad del PSE, del PP, de EB y de UPyD y los suyos. Dicho de otro modo, es una sociedad políticamente dividida, prácticamente por mitades, entre quienes apoyan a partidos nacionalistas y quienes lo hacen a otros partidos. Y no hay, en mi opinión, ninguna razón para suponer que unos quieran más que otros a su país. Simplemente lo quieren de manera diferente.

Desde esta consideración, creo que comete un grave error quien desde una posición política respaldada, en el mejor de los supuestos, por la mitad de la población, pretenda gobernar sin tener en cuenta o directamente en contra de la otra. Esa es la sensación que ha tenido la parte no nacionalista de la población con los planteamientos soberanistas radicales, especialmente en la última legislatura, del ya exlehendakari Ibarretxe. Desde esta misma consideración espero del próximo gobierno de Patxi López una acción política de carácter trasversal, que no vaya en contra de nadie –excepción hecha de los violentos- y que busque la colaboración con los sectores del nacionalismo –que los hay- partidarios también de esa trasversalidad. Ya me gustaría también –y no pierdo la esperanza- que esta retirada a los cuarteles de invierno sirviera al PNV, con Urkullu a la cabeza, para recuperar esa corriente, tan bien representada en su día por su predecesor, Josu Jon Imaz. Ya me gustaría también que el PP modulara a su vez sus posiciones para favorecer aproximaciones creadoras. Reconozco que el discurso de ayer de Ibarretxe no invita demasiado al optimismo, como tampoco invita el hecho de que el portavoz del PNV en el parlamento vasco siga siendo Egibar. Pero, tiempo al tiempo; en la vida todo fluye y las cosas pueden cambiar. No es que yo sea un optimista antropológico, como Zapatero, pero no me gusta dimitir de la esperanza de un feliz encuentro entre los ibarretxes y los lópeces.
Es todo por hoy. Hasta la próxima

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