Hay cosas que, por más que se repitan a menudo, no dejan de sorprenderme. Cada cierto tiempo aparecen en los medios de comunicación referencias al hecho de que los partidos políticos, al parecer sin excepción, envían a sus cenáculos instrucciones sobre como argumentar las bondades de las propuestas y la actuación del propio partido y cómo contraargumentar los posibles ataques de los partidos rivales. Los llaman “argumentarios” y representan para mi la máxima expresión de un síntoma francamente preocupante de la enajenación de la voluntad y el pensamiento de los militantes a la que tienden nuestros partidos.
Confieso que la detección temprana de esta tendencia sofocante, que pretende cercenar de forma radical las discrepancias internas en el seno de los partidos y de convertir a los militantes en fieles seguidores de una religión de partido, -incluso entre partidos que abominan expresa o tácitamente de la religión-, fue y sigue siendo una razón fundamental para mi renuncia militante a cualquier militancia partidista; una militancia que a menudo resulta ser más pragmática que ideológica. No me gustan los dogmatismos de ningún género. No me gustan los mesianismos. Me cargan los liderazgos incontestables que pierden el sentido de la realidad y que no toleran la crítica. No soporto a los que jamás reconocen haberse equivocado.
Desde esta perspectiva se entenderá la desazón que me produce el hecho de la existencia de esos argumentarios. Y no digamos ya el contenido de los mismos: una serie insoportable de simplificaciones y reduccionismos, de enfoques unidireccionales, de generalizaciones abusivas, de descalificaciones retóricas del adversario y de sofismas infumables. Pura estupidez en píldoras que, por falta de matices, resulta insultante, o debería hacerlo, para cualquiera que reivindique para sí el derecho y la capacidad de pensar por sí mismo.
Argumentarios. He aquí una de las manifestaciones prepotentes de la debilidad real de nuestros partidos, tan inmaduros que son incapaces de aceptar la crítica interna, de reconocer la capacidad de sus militantes para pensar por sí mismos y para defender con autonomía sus ideas. Triste pero real. ¿Qué le vamos a hacer?.
Nada más por hoy. Buenos días y hasta la próxima.
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