lunes, 28 de septiembre de 2009

Bienvenido el discurso templado de Urkullu

Tradicionalmente el Alderdi Eguna –día del partido- que cada año celebra por estas fechas el PNV, suele ser un día de encuentro y exaltación del nacionalismo, en el que, entre la moderación y el maximalismo suele inclinarse la balanza por el lado de éste. Tampoco es tan extraño si vemos lo que sucedió recientemente con el PSOE en Rodiezmo o lo que ocurrió ayer mismo con el PP en Dos Hermanas. Se trata por lo común de celebraciones para el autobombo (“hay que ver lo que valemos y que guapos somos”) y son el marco habitual de propuestas maximalistas, hechas frecuentemente con aire desafiante y destemplado, sin concesión alguna para los partidos rivales que “son, por supuesto, un desastre, la encarnación del mal y el origen de todas las frustraciones ciudadanas“. Así de simplista y así de estúpido.

Por eso, un año más se esperaba con atención la celebración del Alderdi Eguna de este año, para ver por qué aguas navegaba el discurso del Presidente del PNV, ahora que su figura no aparece velada por el Ibarretxe tonante de sus últimos años de Lehendakari. Y hay que reconocer que éste discurso, sin obviar la crítica al PSOE y al PP (los partidos de gobierno) y la reivindicación de la ikurriña y de la patria vasca, consustancial al nacionalismo, ha sido incomparablemente más suave y mucho más matizado y conciliador. Se corresponde más que otros anteriores con el Urkullu que yo conozco, más templado de lo que parecía inferirse de discursos anteriores. Merece la pena destacarse, sobre todo por ser un discurso pronunciado en una fiesta de exaltación, un marco escasamente propicio para la templanza.

A mi, la verdad, me gusta que así sea, aunque supongo que habrá dejado preocupados a algunos nacionalistas. Lo que me sorprende (o quizás no tanto) es que algún comentarista político, con afición al espectáculo, eche en falta los “ocurrentes” exabructos de Arzallus o las últimas intemperancias de Ibarretxe en las pasadas celebraciones del Alderdi Eguna. En fin, allá cada uno con sus pulgas.

Agur y hasta otra

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