lunes, 21 de septiembre de 2009

Estrategia frente a improvisaciones y ocurrencias


Partiré en esta reflexión del hecho, difícilmente objetable, de que un factor decisivo de la crisis económica que venimos padeciendo –por cierto que no todos por igual- han sido las prácticas intolerables con que un buen número de ladrones de guante blanco nos han obsequiado, manejando con una codicia sin límites los resortes del sistema financiero internacional. Tendré en cuenta también la debilidad estructural de algunas de las bases de la economía española en las épocas de presupuestos generales del estado con superávits; esa “época dorada” en que nuestros políticos presumían de la fortaleza de nuestra economía. Me referiré expresamente a un par de ellas especialmente relevantes: la hipertrofia del sector de la construcción, estimulada por la inversión especulativa en el ladrillo, y el importante peso relativo de la actividad económica relacionada con el turismo. Y esto por citar sólo algunos de los factores internos de vulnerabilidad de nuestra economía.

Está claro, pues, que estamos ante algunos factores que han afectado de manera parecida a todas las economías y otros que han contribuido a agravar la crisis de la economía española. La responsabilidad de la presencia de los primeros tendrían nuestros gobiernos que repartírsela con los gobiernos de los demás países por no haber regulado y vigilado de forma mucho más rigurosa los comportamientos codiciosos e irresponsables de los gestores de los grandes y no tan grandes bancos. Y, por lo que afecta a los segundos, los específicos de la economía española, el actual gobierno tiene sus propias responsabilidades, seguramente compartidas con gobiernos anteriores que no fueron capaces o no quisieron ver los riesgos estructurales de nuestra economía para poder corregirlos y/o paliarlos. Quedaba mejor y daba más votos la autocomplacencia y el autobombo: “¡Joder que buenos somos, que hemos superado a Italia y estamos a punto de hacerlo con Francia!”

Claro que, así las cosas, resultaba difícil aceptar que éramos vulnerables ante la crisis, y que lo éramos en mayor medida que otros países de nuestro entorno económico y político. Y sobre estas premisas se asienta –cuando aflora la crisis- el rosario de afirmaciones, ocurrencias y actuaciones de nuestro gobierno actual –y especialmente de su presidente- desenganchadas de cualquier sistema estratégico coherente para enfrentarse a la crisis. Una falta de estrategia que algunos denunciaron de forma temprana y que otros, que ahora le ven las orejas al lobo, no supieron o no quisieron ver por su alineamiento acrítico o interesado con el gobierno. Claro que las estadísticas del paro, los pronósticos oscuros de la OCDE y el endeudamiento público galopante, que amenaza con impedir o retrasar cualquier conato de recuperación, parece que van terminado por ganar crédito frente a los desmentidos al uso de nuestro optimista antropológico.

Curiosamente son ahora algunos de aquellos a los que con más apasionamiento he visto defender la actuación de nuestro presidente hasta hace muy poco, los que empiezan a considerarlo insolvente y a clamar por un gobierno de consenso entre el PSOE y el PP encabezado por alguien como Almunia, Bono, ¡o incluso Felipe González!, con mejor capacidad que Zapatero para liderar algo semejante (hoy he escuchado con asombro a alguno de ellos esta propuesta). Y que conste que personalmente creo que sería muy conveniente, y tal vez incluso necesario. Los alemanes lo han hecho, aunque haya sido por una cuestión de aritmética electoral, y parece que no les está yendo nada mal.

Lo que desde luego ni ha sido ni es de recibo es el tratamiento que nuestro gobierno ha venido haciendo de la crisis desde la aparición de los primeros indicios hasta el momento crítico por el que andamos todavía navegando, con un rumbo incierto, cuando ya los Estados Unidos y buena parte de los países europeos están saliendo de la recesión.

Para empezar empezó por negarse la crisis y por llamar antipatriotas a quienes osaban mentar a la bicha. “No estamos en crisis -se decía- se trata de una lenta desaceleración”. Más tarde, cuando empezó a acelerarse el paro se cambió el discurso y se empezó a aceptar que “es verdad que estamos entrando en un periodo de crisis, como los demás países, pero nuestra economía es fuerte y la vamos a superar bien, porque estamos mejor preparados que nunca; en todo caso, los que hablan de recesión mienten o exageran y su comportamiento sigue siendo antipatriota”. Luego los datos vinieron a confirmar que estábamos entrando en recesión y , como ya no era posible negar la evidencia, se puso el acento en el mal de todos y en la responsabilidad de los factores externos. Reconocido el hecho, se tomaron las medidas acordadas internacionalmente para hacer frente a la crisis financiera y se empezaron a poner algunos parches para actuar sobre los factores internos, aunque sin enmarcarlos una estrategia global bien definida; o al menos esa es la impresión que tenemos. Sobre todo porque algunas medidas y los argumentos que se proponen para apoyarlas son de ida y vuelta. Como un ejemplo más que ilustrativo nos referiremos a las medidas de carácter fiscal, especialmente de actualidad a día de hoy.

En efecto, quienes hicimos nuestra declaración de la renta del pasado ejercicio pudimos deducirnos los ya célebres 400 euros, como resultado de una decisión de gobierno que se suponía útil para hacer frente a la crisis: “Puesto que el consumo ha disminuido y con él la actividad, dejemos más dinero en manos de los ciudadanos para que consuman más, la actividad aumente, disminuya el paro o aumente menos y, con ello, aumente también la recaudación a través de los impuestos indirectos y, de paso, que no se incrementen los gastos sociales” (Tiene su lógica. E incluso, desde esta perspectiva se llega a afirmar que bajar impuestos es también de izquierdas).

Pero claro, ahora estamos de vuelta. La crisis sigue ahí, el paro aumenta, los gastos sociales se disparan (y lo seguirán haciendo si el paro no se contiene) y para hacerlos frente se llega a la conclusión que lo que hay que hacer es subir los impuestos para hacerlos frente (fuera la deducción de los 400 euros; ahora lo que es de izquierdas es aumentar los impuestos). Pero, con ello se corre el riesgo de invertir el círculo virtuoso del supuesto anterior: Si se detrae más dinero a los ciudadanos, consumirán menos, la actividad disminuirá y aumentará el paro, y con él los gastos sociales. De paso disminuirá la recaudación de impuestos indirectos y aumentará el déficit.

No soy un experto para valorar con rigor hacia donde nos lleva cada una de las opciones o las diferentes combinaciones posibles, pero lo que sí me permito opinar es que el camino adecuado para una salida de la crisis no puede ser el resultado de ocurrencias e improvisaciones, más o menos demagógicas, para salir del paso, sino en el diseño de una estrategia coherente, bien definida y bien explicada, y si es posible consensuada entre los partidos, de forma que una vez conocida, podamos creérnosla y , si es necesario, asumir los sacrificios que nos exija a cada uno. Lo que no es de recibo es asumir que inexorablemente caminemos hacia un 20 por ciento de parados. Y parece ser que estamos en el camino.

Nada más por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.Justificar a ambos lados

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