martes, 29 de septiembre de 2009

…….. Y enseguida la de arena


Me congratulaba yo en mi reflexión de ayer con el talante moderado del discurso de Urkullu en el Alderdi Eguna del domingo pasado, en un contexto habitualmente indicado para los maximalismos y hasta propicio para cualquier género de intemperancia. Y lo hacía porque creo sinceramente que, en un marco democrático, cabe perfectamente la defensa firme de los planteamientos nacionalistas, incluidos los independentistas, siempre que se persigan sin violencia, sin victimismos y sin una desmedida agresividad verbal. Esa misma agresividad verbal que desafortunadamente tiñe la relación de la mayoría de nuestros políticos (esos que no nos merecemos) en el día a día y que convierte a los rivales en enemigos despreciables, esencialmente malintencionados y responsables de todos los males.

Pues bien, por primera vez en años, el discurso del presidente del PNV, sin renunciar a sus convicciones profundas, había adoptado un tono templado, muy del gusto de quienes creemos que no tiene más razón el que más grita (o el que más insulta) y pensamos que el respeto a los otros, incluidos los rivales, puede ayudar a buscar puntos de encuentro y, desde luego, facilita mucho la convivencia.

Por cierto, tengo un amigo en Valladolid que, cuando me oye hablar en estos términos, me acusa, entre bromas y veras, de padecer el síndrome de Estocolmo con el nacionalismo vasco. Me temo que, si se ha asomado a mi entrada de ayer, o si lee estas mismas líneas se va a ratificar en ello por más que yo le diga –con todo el respeto para quienes se sienten nacionalistas, sean vascos, catalanes, gallegos, españoles o ucranianos- que no me gustan en general los nacionalismos y menos los nacionalismos excluyentes de cualquier género. Suelen tener en común una tendencia muy arraigada a usar las banderas para andar a banderazos, a la confrontación más que al acuerdo, a las posturas paranoicas y defensivas más que a la confianza y a la colaboración.

Por eso, sin retractarme del elogio de ayer, me siento libre con mayor motivo para la discrepancia y la crítica de hoy. Me refiero a las declaraciones más recientes de Urkullu, sólo un día después del discurso del Alderdi Eguna en las que viene a decir que el PP y el PSOE pretenden, “como tras el 23 F”, lapidar o laminar a los nacionalismos. Me parece excesiva la “mención a la bicha”. Está claro que la situación actual de la democracia española , pese a algunos males que sin duda la aquejan, nada tiene que ver con la situación de democracia vigilada y amenazada de 1981 y que, tras el golpe del 23 F, derivó en 1982 hacia la regulación y reordenación del proceso autonómico que representó la LOAPA (Ley orgánica de armonización del proceso autonómico). Por eso la comparación no es de recibo y lo que tiene que aceptar el PNV y, desde luego su presidente, es que no todo el mundo en el País Vasco tiene su concepción de país y que los partidos que a día de hoy sustentan la acción del Gobierno Vasco tienen la misma legitimidad para orientar la acción política que tuvo durante mucho tiempo el PNV en los gobiernos nacionalistas. Ni más, ni menos. Eso si, como todos los partidos en el poder pueden ser objeto de crítica. Claro que sin necesidad de traer al presente los fantasmas del pasado.

Por eso digo que, después de una de cal, el amigo Urkullu ha tardado muy poco en dar la de arena. Y me temo que lo ha hecho –y esto es una especulación que me parece más que razonable- ante la necesidad de contentar a miembros de su partido pertenecientes al sector más agresivamente nacionalista del mismo. Lo lamento mucho; sobre todo porque, leídas en conjunto, las declaraciones de Urkullu tienen cosas interesantes y merecen ser analizadas con tranquilidad, incluso si se discrepa de ellas. Sólo que su desafortunada alusión al 23F ha polarizado de tal manera la atención de la prensa, que el resto pasa completamente desapercibido. Lo dicho: una de cal y otra de arena.


Nada más por ahora. Agur eta ondo ibilli.

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