Acabo de leer la carta abierta que Montserrat Nebrera ha dirigido a Mariano Rajoy en la que se despide de su militancia en el PP y tiene a la vez la decencia y el buen gusto de comunicar que pone a su disposición el escaño que obtuvo formando parte de sus listas. Un ejemplo éste de honestidad para todos aquellos que, incluso imputados por delitos graves en la gestión política y expulsados de sus partidos, se aferran al escaño de forma indecente, aunque escandalosamente legal en un sistema electoral con listas cerradas y bloqueadas.
Ya el hecho en sí llama la atención por lo decente y por lo inusual, pero lo que quiero resaltar sobre todo son las razones que la interesada esgrime para justificar su renuncia a la militancia en el partido. Unas razones que coinciden básicamente con las que yo me he venido dando a mi mismo desde los comienzos de la transición democrática para resistir cualquier tentación de militancia en un partido político independientemente de sus siglas. A veces son tan parecidos en sus comportamientos que no sorprende el acierto con el que critican los vicios del contrario. Los conocen muy bien porque son también sus propios vicios.
Para dar cuenta de la argumentación de Montserrat Nebrera sin traicionarla con interpretaciones personales, recojo textualmente una parte que me parece sustancial de su discurso:
“Me voy con la tristeza de saber que me equivoqué al pensar que era posible la reforma del sistema desde un partido político, por más que comparta gran parte de sus ideas primigenias; ahora comprendo que son demasiados los intereses que gravitan sobre las estructuras para impedirlo. Ignoro si ésos son también tus intereses; en todo caso, no son los míos. He aprendido lo que hay que hacer para "ser alguien" dentro de un partido, pero nadie que me importe entendería que me quedase donde tan pequeño objetivo determinase mi acción política”.
Difícilmente podría explicar yo mejor mis propias sensaciones cuando observo con decepción algunos comportamientos ramplones y estrechos de miras de nuestros partidos, incapaces de poner el interés colectivo por encima de sus intereses partidarios, incapaces también de buscar puntos de encuentro con el otro incluso en situaciones tan dramáticas como la actual. Claro. No vaya a ser que, por más que sea conveniente para el país, tenga repercusiones negativas en sus expectativas electorales. Al fin y al cabo eso parece ser lo que cuenta. Y no es extraño; sobre todo si tenemos en cuenta que, en el funcionamiento actual, nuestros partidos se han convertido para muchos en un campo abonado para el medro personal, para el tráfico de influencias y para un enriquecimiento impensable para muchos de ellos en otros ámbitos más exigentes.
Ya sé que también en los partidos hay muchos militantes y cargos públicos honestos con un comportamiento sacrificado, que desde sus propias ideas, entienden su trabajo como una profesión de servicio a los intereses colectivos. Pero junto a ellos proliferan, como la mala hierba, esos profesionales interesados de la política, que no han hecho otra cosa en su vida que prosperar en los partidos actuando de manera servil y acrítica con los mandos, provocando de paso el ensimismamiento, el narcisismo y el endiosamiento de los mismos. Y, de paso, su incapacidad para aceptar, pero ni siquiera para tolerar, la más mínima desafección interna. Precisamente por eso las Nebreras de turno se sienten profundamente incómodas cuando perciben desde dentro lo que pasa. Y, seguramente también por eso, muchas personas decentes, con capacidad y talento para realizar buenas aportaciones a los intereses colectivos, ni se plantean incorporarse a la acción política. Así de crudo y así de triste.
Desde la tristeza porque así sea, buenos días y hasta la próxima
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