miércoles, 14 de octubre de 2009

La gota equivocada


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Me refiero a la gota que colma el vaso. Hablamos de política, hablamos de partidos, hablamos de corrupción política en el seno de los mismos. Y hablamos también de las motivaciones que a menudo inducen la forma de responder de los partidos ante la corrupción cuando ésta hace acto de presencia en sus filas, cosa que, por desgracia, viene ocurriendo con demasiada frecuencia en nuestro país. Bastaría con hacer una exploración somera de las hemerotecas para comprobar hasta que punto ha estado presente entre los diferentes partidos desde la instauración de la democracia. Porque de la dictadura ni hablamos.

Aunque me resulta enormemente descorazonador que importantes personajes públicos con una supuesta vocación de servicio a la comunidad (así entiendo yo la acción política), se dediquen a enriquecerse utilizando en su provecho personal -de forma impropia, cuando no delictiva- los resortes del poder, no me rasgaré las vestiduras por ello. Ni todos los políticos han entrado en política con esa vocación de servicio, ni siquiera es descartable que quienes sí lo hicieron en origen sean incapaces de resistir la tentación de tomar como botín una parte del dinero sobre el que han de tomar decisiones. Es una parte lamentable, pero real, de la condición humana contra la que, al parecer, hay muchas personas sin vacunar.

Claro que, una cosa es que existan en la vida política personajes sin escrúpulos decididos a servirse del poder para su medro y enriquecimiento personal, y otra bien distinta que los partidos políticos no establezcan mecanismos rigurosos de control para detectarlos con premura y, lo que es más importante, para mandarlos a su casa y, si procede, denunciarlos ante la justicia. Eso en lugar de que sean otros los que hayan de descubrir sus vergüenzas.

En lugar de eso nos encontramos con una tendencia de los partidos afectados, primero a intentar minimizar u ocultar, luego a defenderse alegando ser objeto de persecución por parte de otros partidos, de los medios de comunicación, e incluso de las instancias judiciales, y, en todo caso a aplazar cualquier toma de decisión mientras la justicia no se pronuncie. ¡Como si no existieran comportamientos políticos impropios, políticamente inaceptables y merecedores de repulsa colectiva, incluso sin ser delictivos! Y entretanto los ciudadanos de a pie nos vemos obligados a contemplar con desasosiego cómo pululan por la vida política personajes impresentables capaces de aceptar con todo el desparpajo que les regalen trajes, relojes y, si fuera el caso, coches deportivos; y a sus señoras alguna que otra joya o complemento de marca reconocida. ¿A santo de qué? ¿A cambio de qué? Porque sería de tontos aceptar que a uno le hacen estos regalos por su cara bonita. Y, desde luego, si así lo creyeran, tampoco sería razonable dejar que personajes tan estúpidos se ocupen de nuestros intereses colectivos.

Y voy ahora a la parte de mi reflexión que da título a esta entrada. Con motivo de los lamentables acontecimientos de corrupción en el ámbito de la Comunidad Valenciana la dirección del PP, como en su día hiciera también el PSOE con motivo de sus propios episodios de corrupción, ha adoptado esa misma fórmula manida: primero de inacción o de acción dilatoria, luego de actitudes un tanto paranoides, para finalmente, tarde y mal, agobiado por los indicios de comportamientos cuando menos irregulares, si no delictivos, y preocupado por la posible influencia negativa en elecciones futuras, intentar parchear la situación con medias tintas, sin adoptar medidas radicales. Sólo cuando Ricardo Costa, el personaje directamente afectado en esta ocasión, se insolenta y no las acepta de buen grado, sale al escenario la secretaria general del PP para asegurar que esta es la gota que colma el vaso y para anunciar el cese de Costa en sus cargos en el partido y en las cortes valencianas. Me permito modestamente corregir a la señora Cospedal para decir que el vaso de la paciencia de muchos ciudadanos con la tolerancia de los partidos a la corrupción lleva ya mucho tiempo rebosando. Y que esa gota no es precisamente la indisciplina de partido

Es todo por hoy. Buenos días y hasta otra.

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