viernes, 23 de octubre de 2009

Descorazonador

Si, si … descorazonador, decepcionante, desolador, deprimente y frustrante. Son los adjetivos que pueden calificar los tonos que definen mi estado de ánimo cuando ojeo la prensa cada día, mientras tomo mi café con leche y mi croissant en la cafetería habitual. Para alguien, cuyos padres grabaron a fuego en sus años de infancia el valor de la honradez y el sentido de la responsabilidad, para alguien que aprendió de niño que uno ha de responder de sus actos ante los demás y ante su propia conciencia y que ha de ganarse honestamente la vida con sus propio medios, sin aprovecharse o utilizar indebidamente recursos ajenos, resulta insoportable la sensación de falta de honradez y, al parecer, de conciencia moral, de los numerosísimos golfos de la política que, aprovechándose sin pudor alguno de la confianza depositada en ellos por la ciudadanía, se dedican a enriquecerse ellos mismos y a enriquecer a sus amigos utilizando de manera indebida y fraudulenta, a menudo directamente delictiva, los recursos públicos. Esos recursos que las administraciones obtienen de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos y que, por lo mismo, deberían ser gestionados con especial cuidado y con la máxima honestidad.

Escribo estas líneas, alejándome un poco en el tono de los principios que yo mismo he querido poner en el frontispicio de este blog: la mesura, la prudencia en el juicio, la duda frente a las certezas absolutas, la falta de alineamientos “a priori”, la consideración siempre del carácter poliédrico y complejo de la realidad, la huída de afirmaciones simplistas o tópicas, el repudio de las descalificaciones gratuítas.

Y lo hago porque no puedo hoy evitar el dejarme llevar por la indignación y la ira. Lo que me sale de dentro es un discurso irritado, visceral, envenenado de frustración, por las noticias de escándalos y corrupción política que, con múltiples variantes y afectando a miembros de diferentes grupos y cargos políticos, salpican cada día las páginas de la prensa diaria y, particularmente la de hoy. En ella se recogen graves indicios de tráfico de influencias, malversación de fondos públicos y trato de favor a personas cercanas, testaferros o sociedades pantalla, a la presidenta del Parlamento Balear y expresidenta del Consell de Mallorca, perteneciente a Unión Mallorquina. En ella se informa también de las prácticas intolerables del alcalde del Éjido, del Partido de Almería, que perteneciera en su día al PP y que, rebotado, ha venido gobernando con el apoyo del PSOE; prácticas tales como pagar a empresas cercanas diferentes partidas con un presupuesto inflado, al parecer en beneficio del propio alcalde y sus socios . A título de ejemplo, y según datos aportados por Miguel Carrrera en el diario El Mundo, 474 euros por poner una bombilla en una taquilla de venta de entradas, 2.100 euros por la reparación de una baldosa en la plaza mayor, más de 24.000 euros por la construcción de dos pasos de peatones. Eso por no hablar de otras prácticas especulativas en beneficio propio en el ámbito inmobiliario, que se recogen también en el mismo artículo y que no voy a reproducir aquí.

Si a esto añadimos los comportamientos deplorables de los políticos del PP implicados en el caso Gurtel, los indicios de tráfico de influencias y de aparente nepotismo en la Junta de Andalucía, y el goteo de corruptelas que van apareciendo cada día en los medios afectando a miembros de diferentes partidos, no es de extrañar el progresivo y peligroso desprestigio de la clase política entre los ciudadanos. No es de extrañar tampoco que se la acuse de estar afectada no sólo por una corrupción moral absolutamente deprimente (carente de frenos legales y éticos) sino también, como hace Justino Sinova en su artículo de hoy en el citado diario, de “una corrupción intelectual que lleva a los políticos corruptos a despreciar las leyes, las instituciones y las personas”.

A la vista de estos desmanes, ¿cómo pedir a los ciudadanos que sean mesurados en sus juicios?; ¿cómo demandarles que sean rigurosos y sepan distinguir el grano de la paja, los políticos honrados (que los hay y muchos) de los políticos corruptos?; ¿cómo pedirles que no reaccionen con indignación y con ira?. Ni siquiera el autor de este blog, que deliberadamente pretende hacer estandarte de la templanza y la mesura, de la prudencia y el rigor, del contrabalance del sentimiento con la razón, es capaz de resistir la tentación del cabreo. De un irreprimible e insoportable cabreo.

En contrapartida, y en compensación, dedico mi saludo más cordial y mi mejor sonrisa a la incontable buena gente que anda por el mundo.

Buenos días y hasta la próxima.


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