viernes, 5 de febrero de 2010

El valor político de la humildad y la autocrítica

Mientras echaba una ojeada a la prensa diaria, he leído y me han llamado mucho la atención algunas afirmaciones de Barack Obama en el llamado Desayuno de Oración, celebrado ayer en la capital de los Estados Unidos con la presencia de Rodríguez Zapatero. Y lo han hecho de una manera muy positiva porque expresan, al menos formalmente, una actitud humilde y autocrítica de la que no estaría mal que tomaran buena nota otros políticos,incluido nuestro presidente. Porque, si la humildad y la autocrítica son claves para que cualquier persona pueda mejorar su manera de ser y de actuar en la vida, resultan especialmente necesarias para quienes, en el ejercicio del poder, suelen estar rodeados de corifeos y halagadores que acaban por hacerles perder el sentido de la realidad, y por hacerles creerse los mejores, los más sabios y los más expertos en cualquier materia. No hay más que recordar, aunque sea en una versión libre, las palabras de Leire Pajín para referirse a la coincidencia de la presidencia de Obama en Estados Unidos con la presidencia de Zapatero en la Unión Europea: nada menos que “el resultado de una maravillosa conjunción planetaria”.

Dice Obama que siente que “algo está en quiebra en Washington” porque “los que estamos en Washington no estamos sirviendo al pueblo como se merece”. Lo leo y trato de recordar si alguna vez he oído a nuestros políticos hacer un reconocimiento semejante. Pero no lo consigo. Y sin embargo me vienen a la mente un montón de ocasiones en que, incluso contra toda evidencia, alardean de hacer las cosas bien. Creo sinceramente que, en su fuero interno, saben y reconocen sus equivocaciones, pero entienden que el reconocimiento público de las mismas les debilitaría ante la opinión y, en un ataque continuado de estúpido endiosamiento, son incapaces de aceptar una realidad tan humana como el error (errare humanum est), de pedir disculpas por él y de rectificar en lo que proceda.

A la vista de los comportamientos que podemos observar en la vida política, caracterizada por una lucha encarnizada de nuestros partidos políticos por el poder, parece que unos y otros pensaran que de sacar a la luz sus miserias ya se ocupan suficientemente los partidos rivales (el enemigo) como para, “motu propio”, hacer aflorar otras, aunque sea con la finalidad de disculparse por ellas y de rectificar. Se trata de una manifestación más de la escasísima capacidad para entender algo tan simple como que unos y otros han de estar al servicio del bien común de la ciudadanía. Se trata asimismo de una insoportable tendencia desde el poder (“puesto que todo lo hacemos bien”) a no dar acogida a propuestas interesantes de la oposición, una tendencia sólo comparable con la incapacidad de la oposición para aplaudir y apoyar iniciativas y propuestas del gobierno (“que todo lo hace mal”) susceptibles de ser apoyadas o, cundo menos, negociadas y matizadas.

El propio Obama reconoce esta tendencia de los partidos. Y se lamenta por ello cuando dice que, “a veces parece que somos incapaces de tener un debate serio y civil”. También se lamenta de que en la actualidad estamos asistiendo a una “erosión del civismo”. Apreciación que a mí me parece bastante atinada, aunque no estaría de más un análisis profundo de las posibles causas de esta erosión. Probablemente tropezaríamos con el mal ejemplo que percibimos en los profesionales de la política, en su incapacidad para dialogar civilizadamente y para llegar a acuerdos razonables en aras del bien común. Probablemente también nos daríamos de bruces con las abundantes corruptelas protagonizadas por quienes han recibido de los ciudadanos la confianza para ocuparse de los asuntos públicos. No hace falta irse muy lejos en el tiempo para recordar abundantes casos en nuestro país. Aunque no parece que tengamos la exclusiva. Recientemente los tribunales ingleses han dictado sentencia y obligado a parlamentarios de todos los partidos a devolver importantes cantidades de dinero que, de manera indecente e ilegal, habían cargado al presupuesto del parlamento.

Triste pero cierto. Muchos de los comportamientos que observamos y criticamos, entre la rabia y la tristeza, a nuestros políticos, tienen su propia versión en otros países. Pero mal de muchos ….. tanto peor. Claro que al menos el presidente de los Estados Unidos intenta rectificar y los diputados ingleses van a devolver religiosamente el dinero público destinado a fines privados de su exclusivo interés. Algo es algo. Ya me gustaría que, puesto que somos parecidos en el error, nos parezcamos también en la capacidad para reconocerlo y rectificar.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.

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