sábado, 6 de febrero de 2010

Gobernar exige decisiones difíciles

La verdad es que a estas alturas de la película resulta difícil saber dónde estamos, hacia dónde caminamos y qué posibilidades tenemos de alcanzar un destino confortable. Todo lo que ha ocurrido en nuestra economía a lo largo de las dos últimas semanas, y sobre todo de la última, no ha hecho otra cosa que sembrar de dudas e incertidumbres el próximo futuro. A los malos augurios hechos por los expertos en la cumbre de Davos, se han sumado los datos objetivamente preocupantes del aumento imparable del paro, el endeudamiento público y la confirmación de que, en el último trimestre del pasado año, seguíamos todavía en recesión; algo que ya no ocurre en los países de nuestro entorno. No se si esto es de por sí suficiente para explicar otro dato añadido que no se puede pasar por alto: que el ibex 35, que hace dos semanas estaba instalado por encima de los 12.000 puntos, se encontraba, al final de la sesión de ayer en torno a los 10.100, lo que supone un descenso espectacular del orden del 16%. Es muy probable que a la influencia de los datos objetivos se hayan sumado algunos movimientos especulativos, pero sería estúpido pretender menospreciar la importancia de esos malos datos como factores clave. Los especuladores son personas físicas o jurídicas que suelen actuar con la más condenable de las inmoralidades, pero resulta que manejan como nadie los datos objetivos y las expectativas positivas o negativas que estos generan.

El problema seguiría siendo serio incluso si tuviéramos la certeza de tener un gobierno clarividente en el análisis de la situación, riguroso y consecuente en la propuesta de estrategias para abordar los problemas y decidido a asumir, con fortaleza y sin mirar a la galería, las medidas que la situación exige. Si así fuera, tendríamos al menos la confianza que produce la sensación de tener claro el punto de partida, trazado un horizonte y pergeñado un camino bien orientado para alcanzarlo. Si así fuera es probable que, en torno al proyecto, pudiéramos todos aceptar poner nuestro granito de arena, nuestra parte correspondiente de esfuerzo y sacrificio para hacerlo viable.

Pero claro, hasta hace un par de años vivíamos en una etapa de euforia y expansión económica -aunque, por lo que se ha visto, sobre bases llamativamente frágiles- en la que, como suele ocurrir cuando las cosas van bien, resultaba fácil y cómodo gobernar, incluso intentar hacerlo con la sonrisa puesta, tratando de complacer a todo el mundo, a veces con largueza desmedida, sin pensar en posibles efectos indeseados de cara al futuro. Cuando la situación cambia, el presente se complica y el futuro se vuelve hosco resulta tremendamente difícil aceptarlo y se empieza por intentar enmascarar o negar los hechos. Luego, cuando se muestra evidentes y ya no se pueden camuflar, resulta que se ha perdido un tiempo precioso para tomar conciencia de la crisis y para intentar hacerla frente desde el principio, desde sus raíces.

Por si fuera poco, unos gobernantes que han insistido por activa y por pasiva en la fortaleza de nuestra economía, que han hecho del gasto una vocación y que han ahogado en concesiones no siempre bien justificadas cualquier conato de contestación social o autonómica, no parecen tener ni la actitud ni la fortaleza de ánimo suficientes para fajarse en hacer frente a una situación de crisis. Una situación que exige firmeza para tomar decisiones, algunas de las cuales pueden resultar impopulares o molestar a determinados sectores de la población, e incluso a organizaciones a las que se ha intentado siempre complacer y con las que puede ser necesario enfrentarse. Me gustaría creer que no es así, pero las constantes idas y venidas de nuestros gobernantes les restan credibilidad. Así lo avala el hecho de que dan un paso adelante remitiendo a la Unión Europea un plan para estabilizar la economía y ponerla en condiciones de avanzar, y luego dos pasos atrás en el momento que vislumbran la amenaza de tener que defender sus propuestras frente a la resistencia de los sindicatos. No es de recibo. Porque, o no han pensado y construído con rigor el plan, en cuyo caso es absurdo proponerlo, o lo habían pensado bien y lo estimaban adecuado a la situación, en cuyo caso lo absurdo es revisarlo a las primeras de cambio.

Tampoco resulta mucho más alentador el último intento del gobierno que, al parecer, ahora lo fía todo a la concertación social. Un intento que, por otro lado no es nuevo y cuyos precedentes no invitan precisamente al optimismo (el último de hace unos meses se saldó con un sonoro fracaso). Pero en fin, supongamos que, dadas las circunstancias, los sindicatos y las organizaciones patronales vayan esta vez con más urgencias y mejor predisposición. En todo caso, lo que resulta decepcionante es que el documento que presenta el gobierno sea tan etéreo, tan literario y poco concreto como lo describen quienes han hecho ya una primera lectura del mismo. También resulta discutible que, de entrada, el gobierno asuma que todo lo que se decida ha de ser consensuado. Por más que la propia falta de concreción permita que unos y otros no encuentren en la propuesta nada que los soliviante, si analizamos friamente las manifestaciones de las organizaciones empresariales y los sindicatos en cuestiones fundamentales sobre las que habrán de tomarse decisiones, no resulta difícil pronosticar que los acuerdos importantes van a ser más bien escasos. Y entonces ¿qué hacer?, ¿no tomar medidas?, ¿esperar una varita mágica que venga a solucionar nuestros problemas?.

Y esto por no hablar del enorme retraso con que se hace el intento y del el error añadido de no intentar por todos los medios implicar a la oposición en el mismo. Supongo que el gobierno teme (y confieso que yo también) que la oposición se niegue a participar, mantenga una actitud oportunista y lo fíe todo al desgaste del gobierno para suplantarle en el poder. Estaría en su debe y los ciudadanos podrían tomar nota. En el debe del gobierno está el no haberlo intentado antes y el no intentarlo ahora. También los ciudadanos pueden tomar nota.

En fin, para no terminar abandonado al pesimismo y la melancolía, quiero expresar mi deseo más ferviente de que el intento termine por salir bien en contra de mis temores. Brindo por ello.

Buenos días y hasta la próxima



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