martes, 2 de febrero de 2010

El principio de realidad como clave para un sueño

Las reciente publicación de algunos datos preocupantes sobre la situación de la economía española (paro por encima del 20% de la población activa y déficit público superior al 10%), junto con la consiguiente desconfianza manifestada en Davos sobre la fiabilidad de la misma, ha conseguido, al parecer, despertar a nuestro presidente del ensueño fantástico de seguir pertenenciendo a la “Champion`s Ligue” de la economía (Zapatero dixit). El humo que cegaba sus ojos en los albores de la crisis y que le inspiraba fantasías y eufemismos negacionistas o disfraces de desaceleración, ni siquiera se diluyó por completo ante el vendaval de la crisis financiera y de la paralización del sector hipertrofiado de la construcción. Han tenido que cerrar miles y miles de empresas y aprobarse otros tantos expedientes de regulación de empleo, -con el consiente aumento del paro y de los gastos sociales y la reducción paralela de los ingresos fiscales- para que, por fin, nuestros gobernantes tomen conciencia de que semejante deterioro, de prolongarse en el tiempo, conduce inevitablemente al desastre.

La situación exigía y exige de nuestros políticos (desde luego del gobierno, pero también de la oposición, en la parte que le toca) una actitud y un comportamiento infinitamente más serio, más realista y responsable del que desafortunadamente han venido adoptando. El gobierno de turno debería haber sido mucho más riguroso, humilde y sincero en el diagnóstico. Reconocer desde el principio la crisis hubiera sido el primer paso necesario para, a partir de ahí, tomar algunas medidas tempranas de emergencia y diseñar un plan estratégico a medio plazo para enfrentarse al problema. No se hizo. Al contrario, después de negarla por activa y por pasiva, después de tachar de antipatriotas a quienes osaban mentar a la bicha, cuando los datos hicieron innegable la crisis, se buscó el analgésico de afirmar que nuestro país estaba mejor preparado que otros para hacer frente a la situación. Veníamos de unos años de superavit en las cuentas del estado y nuestros gobernantes no quisieron o no supieron reconocer y tener en cuenta la fragilidad de las bases que sustentaban el modelo. Y así, en lugar de poner el acento en la adopción de medidas tempranas orientadas a contener el gasto y mejorar la estructura productiva, se optó por seguir aumentando y consolidando irresponsablemente los gastos corrientes a la par que se incrementaban los gastos sociales como consecuencia de la crisis. Es como si se presumiera que, por una inercia mágica, todo fuera a volver a su cauce de forma espontánea. Pero las cosas no funcionan así y de los errores y empecinamientos del pasado se deriva la agudización de los problemas del presente.

Caído del caballo en la cumbre de Davos, ante la constatación de la desconfianza y los malos augurios para la economía española percibidos en las interpelaciones de esa cumbre, nuestro presidente se ve en la necesidad de enfrentarse, por fin, con la urgencia de tomar medidas severas para la contención del gasto y la recuperación de la confianza; algo que hubiera sido menos complicado si se hubiera planteado al comienzo de la crisis, antes de que los gastos sociales se hubieran disparado como lo han hecho en estos últimos tiempos.

Claro que nuestros gobernantes, preocupados sobre todo por la obtención y conservación del poder, se han mostrado siempre más preocupados de granjearse demagógicamente la simpatía y el voto de los ciudadanos diciéndoles siempre de forma irresponsable lo que quieren oir, que de hacer frente al marrón de dar malas noticias, de reconocer que las cosas en un momento dado no van bien, y de pedir a los ciudadanos que arrimen el hombro para llevar adelante un plan coherente con objeto mejorarlas. Para hacerlo así desde el poder es preciso ante todo ser sinceros con los ciudadanos, darles, cuando sea preciso, las malas noticias, ofrecerles planes creíbles para salirles al paso y pedirles su aportación y su sacrificio, si es necesario. La credibilidad no se gana con mentiras piadosas o con medias verdades, sino con la veracidad en la información y con la solvencia, el rigor y la honestidad en el ejercicio. Lo demás es puro camelo y, más tarde o más temprano, termina por quedar en evidencia.

No quiero terminar esta reflexión sin dedicarle también un párrafo al principal partido de la oposición cuya actitud de denuncia de la lentitud, la inoperancia o las inconsistencias del gobierno en la forma de proceder ante la crisis, produce a menudo la sensación de que se comtempla ésta más como un pretexto para reemplazar en el poder al partido en el gobierno que como un problema colectivo que es preciso intentar resolver cuanto antes y del modo mejor posible, incluso si para ello es preciso sacrificar intereses de partido y pactar con el gobierno en beneficio de la ciudadanía. Lamentablemente no tengo ninguna confianza en que esto llegue a producirse, entre otras cosas porque el PP no parece desearlo (la crisis podría llevarle al gobierno) y porque tampoco parece que el partido en el gobierno esté dispuesto a pedir humildemente ayuda y menos a hacer las inevitables transacciones que exige cualquier pacto. Ya dijo el presidente que la ideología le impedía llegar a acuerdos con el PP.

No sé, pero tal vez mereciera la pena que el dios de la ideología no le impidiera a nuestro presidente pensar en los trabajadores, socialistas o no, que se quedarán sin empleo si él no tiene en cuenta el principio de realidad. Tal vez los unos y los otros deberían mostrar una mejor disposición al acuerdo y al pacto para intentar alimentar, desde el principio de realidad, la esperanza de muchos ciudadanos de que el sueño en un futuro mejor no sea sólo eso, un sueño.

Brindo por eso. Buenas tardes y hasta la próxima.

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