domingo, 8 de marzo de 2009

Ni corruptos, ni cínicos. Necesitamos políticos honestos.


Hace algunos años un directivo de un centro educativo tenía que participar en la toma de decisiones sobre la admisión de alumnos en un momento en que la excesiva demanda exigía una selección previa. Como en otras ocasiones, también en esa algunos padres de solicitantes se acercaban a interesarse por las posibilidades de que sus hijos fueran admitidos. Hasta ahí normal, salvo que uno de ellos quiso, por decirlo suavemente, añadir presión al asunto enviándole algunos “regalillos” a su casa. El directivo citado averiguó su dirección y se los reenvió con una nota en la que le expresaba su rechazo a este tipo de prácticas a la vez que renunciaba a tomar parte en cualquier decisión que afectara a su hija para que ésta no se viera perjudicada por el enfado.


Por aquellas fechas, en una reunión de amigos algunos de los participantes , que trabajaban en organismos oficiales hablaban con toda naturalidad de distintos regalos que recibían por navidades de algunos empresarios con los que se relacionaban habitualmente y sobre cuyos intereses tomaban habitualmente decisiones. En señal de agradecimiento, decían. Para ser sinceros hay que decir que los regalos nunca eran de gran entidad. Se inició entonces una discusión sobre si debían o no aceptarse ese tipo de regalos y hubo opiniones para todos los gustos.


Pues bien, mi opinión es que, cuando proceden de personas o entidades implicadas en decisiones que han de ser tomadas por el destinatario de los mismos, quien los hace suele intentar obtener a cambio alguna ventaja, frecuentemente en detrimento de otras personas a las que quedarían a su vez en desventaja. Carece de importancia que el regalo sea modesto o de gran valor; lo cualitativo, la esencia de la cuestión es la misma. Sólo haría una matización si se trata de un obsequio hecho por personas que de manera evidente ya no tendrán en el futuro esa relación y quieren mostrar un agradecimiento desinteresado por los servicios prestados. Hasta ahí.


Si algún curioso se ha encontrado con esta entrada y ha tenido paciencia suficiente como para llegar hasta aquí, se estará tal vez preguntando a dónde quiero ir a parar. Pues bien, quiero hacer una reflexión que está tan de actualidad hoy como lo estuvo en el pasado. Me estoy refiriendo a la corrupción en los ámbitos administrativo y político. Y digo hoy porque llevamos ya unas semanas desayunándonos cada día con noticias relativas a la presunta corrupción de algunos políticos, preferentemente cargos electos del PP. Pero digo también en el pasado recordando los episodios de corrupción de mediados de los 90 (caso Filesa), en que se vieron implicados cargos del PSOE. Y eso por no hablar de otros muchos que puntualmente han ido recogiendo los medios de comunicación cada poco tiempo. No pretendo establecer equilibrios: la corrupción de ayer no justifica la de hoy; el descaro de unos no justifica ni vela el de los otros. Los políticos corruptos no merecen seguir siéndolo. Los ciudadanos que les pagamos no nos lo merecemos y tenemos todo el derecho a pedir que se vayan a casa y que, si se han lucrado con sus corruptelas, devuelvan hasta el último euro. ¡Ingenuo de mí! Ya se que, al menos lo último, no lo van a hacer.


Lo curioso del caso es la forma en que los partidos políticos –y con ellos los medios de comunicación adictos- tienen de enfocar el asunto: resistir lo más posible, reclamando la presunción de inocencia y alegando que no hay condenas, cuando los cogidos en renuncio son los políticos del propio partido (caso del PP en las últimas fechas) y lanzarse a la yugular cuando los implicados son del partido contrario (como hace hoy el PSOE). Exactamente lo mismo que ocurrió con el caso Filesa, sólo que con los papeles cambiados. Esto es puro cinismo por parte de unos y de otros y, desde luego yo no me quedo con ninguno.


No caeré, sin embargo, en la tentación de afirmar, como se hace a menudo, que todos los políticos son corruptos; ni siquiera que lo son la mayoría. Creo más bien que son pocos, pero que hacen mucho daño y los propios partidos, por su bien, pero sobre todo por el de los ciudadanos, deberían ser muy cuidadosos para impedir que se cuelen en cargos de responsabilidad y para depurarlos cuando hayan conseguido colarse. Los ciudadanos de a pié seguramente nos sentiríamos más cómodos con los partidos que fueran capaces de comportamientos semejantes.


Es todo por hoy. Buenas noches y hasta la próxima.

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