jueves, 28 de enero de 2010

La mortificación como dolor vacío

Hay cosas que, por mucho que lo intente, nunca llegaré a entender. Una de ellas es que haya quien pueda considerar como un mérito, como algo positivo, el causarse daño a sí mismo de manera directa y voluntaria. Si observo o leo que alguien se ha hecho daño a sí mismo o ha permitido voluntariamente que otros se lo hagan pienso, creo que con toda la lógica del mundo, o que asume un daño controlado y temporal para obtener un bien mayor, como puede ser la recuperación de una lesión o la superación de una enferemedad (terapias más o menos agresivas en medicina y cirugía), o que algo en su mente no funciona del todo bien. El propio recorrido vital de cada uno de nosotros nos ofrece ya de por sí un muestrario suficiente de dolores físicos y padecimientos morales, como para que de manera consciente, voluntaria y gratuita sumemos otros a la lista.

Esta reflexión viene a cuento de lo mucho que me sorprende una noticia que recogen hoy algunos medios de comunicación. En ella se dice que, según información recogida del libro sobre Juan Pablo II, escrito por monseñor Sladowir Oder (postulador de la causa de beatificación) y por el periodista Saverio Gaeta, el citado papa se sometía con frecuencia a mortificaciones físicas de distintos tipos, tanto en su época de arzobispo de Cracovia, como posteriormente, durante su ejercicio del papado. Curiosamente el libro se titula Por qué es santo y propone las mortificaciones a que se sometía como uno de los méritos que avalarían esa santidad. Sinceramente no entiendo qué puede aportar como testimonio de la bondad de una persona el hecho de dormir en el suelo teniendo a su disposición una magnífica cama; a no ser que lo haga para cedérsela a alguien que no la tiene y necesita descanso. Tampoco me merece mayor reconocimiento un ayuno riguroso si no se hace para ceder la comida a uno que, en determinadas circunstancias, lo necesita más. Y, desde luego, no me parece en absoluto meritoria la autoflagelación física (tampoco la otra).

En realidad, me resulta completamente desfasado y fuera de lugar ese intento secular de la Iglesia Institucional por aumentar la nómina de santos a los que venerar. Podría entenderlo si de lo que se tratara fuerade proponer modelos a los que imitar por su desprendimiento y generosidad, por su esfuerzo y dedicación al servicio de los demás, por el recto ejercicio de su profesión, por su defensa de los débiles y desfavorecidos, por su lucha por los valores de la justicia, la paz y la libertad de las personas. Pero de ninguna manera por la mortificación estéril del propio cuerpo que, por lo demás y si no recuerdo mal mis viejas lecciones de catecismo, entraría en contradicción con el quinto mandamiento, según el cual comete pecado quien de cualquier forma atenta contra su propia vida o se la quita y, en sentido amplio, quien de manera gratuita causa daño físico a otros o a sí mismo.

Con todos los respetos, me parece un mérito mayor el de aquellos que, sin desearlo, se ven en la tesitura de tener que soportar el dolor físico y el sufrimiento moral que le trae la vida y lo hacen con dignidad, tratando de ahorrar sufrimientos a los que les rodean y les ayudan y robando al dolor una sonrisa para compensarlos por ello. Me parece más digno de reconocimiento el sacrificio desinteresado de quienes son capaces de hacer suyo en parte el sufrimiento de los otros y sacrifican una parte de su tiempo y de su bienestar al intento de aliviarles y mitigar su dolor. Eso tiene sentido. Por el contrario, el dolor por el dolor, la mortificación por la mortificación, me parece, con todos los respetos, un absurdo, un vacío repleto de vacío.

Buenas tardes y hasta la próxima



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