sábado, 7 de noviembre de 2009

Convivencia entre culturas y lucha contra el fanatismo

Es un hecho que vivimos hoy en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, en que se multiplican los flujos de todo tipo, incluidos por supuesto los demográficos, lo que da lugar a la configuración de sociedades progresivamente más pluriculturales. Esta realidad puede constatarse perfectamente en nuestro propio ámbito a partir de los datos del Padrón del año 2005. En él se constata que la población residente en España alcanzaba en esa fecha la cifra de 44.108.530 , de los cuales 3.730.610 (el 8,5% del total) eran de nacionalidad extranjera. Un porcentaje que, a día de hoy es muy probable que se aproxime al 10%, si es que no lo sobrepasa.

Esta circunstancia plantea en las sociedades receptoras problemas nuevos, cada vez más visibles y llamativos, de convivencia entre culturas y provoca de paso posiciones muy encontradas entre los ciudadanos a la hora de vivirlos, interpretaciones muy variadas de quienes reflexionan sobre ellos, líneas de actuación muy diferentes, e incluso opuestas, de parte de las instituciones y autoridades públicas a la hora de abordar el reto de su tratamiento político.

Aun a riesgo de incurrir en un cierto grado de simplificación al tratar de reducir a modelos los comportamientos humanos, suscribo básicamente la reflexión de M. Fernández Enguita en la que distingue tres formas de respuesta de las sociedades receptoras ante el hecho de la multiculturalidad

  • La primera consistiría en el intento de asimilación pura y dura de las culturas minoritarias o, dicho de otro modo, la imposición pura y dura de la cultura de la sociedad receptora y el menosprecio e incluso la represión de las culturas minoritarias. Algunos teóricos la defienden, muchos ciudadanos la comparten y existen instituciones sociales e incluso gobiernos que la ponen en práctica con más o menos intensidad.

  • La segunda consistiría en la simple tolerancia de las culturas minoritarias a las que se evita reprimir, pero sin hacer ningún esfuerzo por comprenderlas e integrarlas. También hay teóricos que la sostienen y muchos ciudadanos bienintencionados la hacen suya en la práctica consciente o inconscientemente. Las actuaciones políticas alineadas con este modelo, que también las hay, conducen inevitablemente a una guetización en la que aparecen yuxtapuestas diferentes culturas que se ignoran entre sí.

  • La tercera respuesta sería el reconocimiento y el respeto de las culturas minoritarias desde la idea de que son un elemento constitutivo de la identidad de los individuos. Ello implicaría la aceptación inicial de que todas las culturas contienen elementos valiosos y que la diversidad puede ayudar al enriquecimiento colectivo. Todo esto sin obviar que no todas las creencias y prácticas asumidas por las diferentes culturas son igualmente tolerables, que algunas pueden chocar y chocan de hecho frontalmente con derechos humanos y civiles, y que consecuentemente deben ser rechazadas.

De entre los tres modelos de respuesta es ésta última la que, aparte de parecerme la más justa, creo que es la que podría acomodarse mejor a la dinámica propia de los procesos históricos, pero también a los requerimientos de una sociedad progresivamente más permeable y globalizada. Me parece también la más práctica si es que se pretende conseguir un modelo de convivencia y de concordia entre culturas frente a otro de radical y peligrosa confrontación de consecuencias imprevisibles. Claro que este modelo exige de todos unas actitudes bienintencionadas y, si se me apura, hasta un poco ingenuas, orientadas al diálogo intercultural y tendentes al logro de lo que C.I. Bennet denomina “pluralismo integrado” basado en la aceptación de valores y criterios universales.

Recojo para terminar esta reflexión el testimonio de Amin Maalouf, escritor de origen libanés y cultura francesa y residente en el país vecino. Su pensamiento concuerda bien con los planteamientos de la última opción y expresa muy bien las actitudes que exige de los inmigrantes de otras culturas y de los ciudadanos de la sociedad receptora. Dice así:

si acepto a mi país de adopción, si lo considero como mío, si estimo que en adelante forma parte de mi y yo formo parte de él y actúo en consecuencia, entonces tengo derecho a criticar todos sus aspectos; paralelamente, si este país me respeta, si reconoce lo que yo le aporto, si me reconoce, con mis singularidades, como parte de él, entonces tiene derecho a rechazar algunos aspectos de mi cultura que podrían ser incompatibles con su modo de vida o con el espíritu de sus instituciones”

Traigo aquí esta reflexión con el ánimo de poner un contrapunto a dos noticias recientes que, como no podía ser de otro modo, me producen horror:

La primera, que viene de Amnistía Internacional es la siguiente:

Nos tememos que Kobra Babai podría ser lapidada en cualquier momento. Su marido, Rahim Mohammadi, estaba acusado del mismo crimen que ella y fue ejecutado el 5 de octubre. El crimen no es otro que “adulterio estando casados”. La pareja estuvo mucho tiempo sin trabajo y, desesperada, recurrió a la prostitución para ganarse el sustento. Los jueces iraníes sentenciaron al matrimonio a ser apedreados hasta causarles la muerte. Finalmente, Rahim fue ahorcado.

La segunda es de la prensa de hoy y recoge el hecho de que dos marroquíes han apaleado en Socuéllamos a una compatriota por no llevar puesto el velo.

Es evidente que no se puede ser ni tolerante ni comprensivo con estos comportamientos que ocurren con frecuencia en las sociedades y culturas islámicas. Es preciso comprometerse en la lucha contra tales aberraciones. Pero hemos de tener cuidado. No podemos juzgar a la cultura y a la religión islámica en su conjunto por la versión fanática de la misma, por lo mismo que no podemos juzgar al cristianismo y a la cultura cristiana por algunos comportamientos históricos, y algunos también actuales, de algunos cristianos fanáticos. El problema, pienso yo, es el fanatismo, sea cual sea el ropaje ideológico, político o religioso con el que intente disfrazarse.

Es todo por hoy. Buenas tardes y hasta la próxima.


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