miércoles, 4 de noviembre de 2009

Partes imperfectas de un todo imperfecto

En mi actual novela de cabecera, uno de los personajes, profesor de física, hace una disquisición de apariencia metafísica sobre las partes y el todo. En ella trata de refutar un lugar común, la idea simplificadora de que el todo es la suma de las partes, para afirmar que es mucho más que eso y poner el acento en el papel que juegan las relaciones entre las partes, de manera que de cómo sean éstas depende la configuración de unos “todos” previsiblemente muy distintos. En esta cuestión, de raigambre aristotélica, abunda también Horacio Krell cuando dice que “un sistema no es la suma de los componentes, y se comporta de un modo distinto por sus relaciones obvias e invisibles....Si las partes armonizan el todo es superior, pero en una pareja desavenida 1 + 1 = 0”. Y, añado yo, entre el todo superior y el todo 0 hay muchos tipos de todos con muy diferentes niveles de aproximación a uno y/o a otro, puesto que en las relaciones existen muchos tipos y grados de armonía o disarmonía. Como consecuencia ningún todo físico, y particularmente ningún todo humano, en el que, aparte de los condicionamientos naturales, entra en juego la voluntad y el libre albedrío, puede ser entendido si no se intenta al menos profundizar en en la cantidad y calidad de las relaciones entre las partes que contribuyen a hacer de él un sistema complejo. Según esto ningún todo puede ser comprendido sin el conocimiento y el análisis de las relaciones de muy diversa índole que tienen lugar entre las partes que lo integran.

Por ello resulta tan difícil hacer un buen análisis de cualquier realidad social. Su comprensión, aparte de estar condicionada por la propia complejidad del objeto, depende también de la actitud intelectual y emocional con que el analista se acerca a su estudio. No hay más que ver las controversias surgidas y los juicios de valor tan opuestos emitidos sobre una misma realidad social, histórica o actual, por investigadores que han intentado acercarse a ella con pretensiones de rigor e imparcialidad.

Así son las cosas cuando hablamos de realidades sociales complejas. Pero así son también cuando el objeto de reflexión es un sólo ser humano, todo un sistema físico complejo, pero también todo un sistema complejo de ideas, valores, relaciones pasadas y presentes, interacciones con personas e instituciones diversas. Todos éstos, y otros muchos más, han ido configurando la personalidad de cada uno de nosotros, con armonías y disonancias, con consistencias e inconsistencias, con virtudes y defectos, con coherencias y contradicciones. Todos ellos nos han configurado a todos y cada uno como seres poliédricos, más o menos laberínticos y difícilmente reductibles a modelos. No hay más que ver también las diferentes visiones que de una misma persona tienen los que le rodean e incluso las diferentes imágenes que de una misma persona pueden ofrecer dos biografías de un mismo personaje hechas por autores distintos con pretensión de objetividad.

La cuestión adquiere matices especiales cuando es uno mismo el que se convierte en objeto de su propia reflexión, cuando uno intenta comprenderse a sí mismo y desentrañar la maraña de ideas, de motivaciones, de acontecimientos y de relaciones personales e institucionales que le han hecho a lo largo de su vida ser como ha sido, actuar como ha actuado, relacionarse como se ha relacionado y, en definitiva, vivir como ha vivido. No resulta fácil, ni probablemente demasiado cómodo, este ejercicio de introspección. Y sin embargo puede resultar de suma utilidad para desarmar nuestro discurso y nuestros juicios sobre los demás de una excesiva dureza y agresividad. A poco que intentemos ser honestos en el ejercicio, encontraremos en nosotros mismos un todo con algunos rasgos positivos y bastantes imperfecciones, construido sobre ideas e intenciones a veces encomiables y otras veces no del todo confesables. Descubriremos que no siempre hemos sabido o querido establecer relaciones satisfactorias con los otros por muy diferentes motivos, privándonos con ello de la posibilidad de contribuir nuestro enriquecimiento personal y probablemente también al suyo; que no siempre hemos sido del todo comprensivos y justos en algunas relaciones. Tropezaremos de paso con el hecho de que a menudo hemos sido bastante torpes en la gestión de nuestros asuntos y nuestras relaciones. Y todo ello a pesar de que las personas que nos quieren nos consideren los más honestos, los más listos y los más coherentes. Al fin y al cabo somos un todo imperfecto, hecho de partes imperfectas que se relacionan entre sí de forma imperfecta. Y a pesar de todo nos queremos, o al menos nos perdonamos un poco.

Me vale esta reflexión para seguir manteniendo la idea de la importancia de los matices a la hora de abordar el análisis de una realidad tan compleja como la realidad social y también, por tanto, a la hora de hacer crítica de la misma.

Buenas tardes y hasta la próxima



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