A la vista de la aparición recurrente de actitudes y comportamientos que enrarecen y hacen difícil una sana convivencia entre personas y grupos que, en el País Vasco, conciben y siente de manera muy diferente su propia vasquidad, me viene a la memoria algunas cosas que escribía yo hace unos años, en tanto que profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en una Escuela de Magisterio, como aportación al intento de renovación del Curriculum vasco para la educación obligatoria.
Una de las líneas conductoras de aquella reflexión era la idea de que uno de los objetivos básicos de la educación consiste en “aprender a vivir juntos”. A propósito de este gran objetivo decía lo siguiente:
“Aprender a vivir juntos exige tomar conciencia cabal de la existencia de la diversidad: diversidad de sexos, razas, culturas y religiones; diversidad de ideas y de intereses, a menudo en conflicto; diversidad de situaciones económicas y de posibilidades de acceso a la educación y promoción; diversidad en condiciones sanitarias, etc. Profundizar en el análisis de esas desigualdades, en los conflictos que en conexión con ellas se plantean y en las posibles causas históricas o actuales que los generan o los enconan, comenzando por los grupos elementales de pertenencia, entra de lleno en el trabajo propio del área de Ciencias Sociales. Y también le es propio el ocuparse de facilitar a los alumnos el conocimiento de las estructuras organizativas y de las normas de las que los diferentes grupos se han ido dotando para atender a las necesidades e intereses comunes de muy diferentes tipos, dirimir intereses contrapuestos, prevenir posibles conflictos y regular y administrar los existentes.
Una tarea importante a realizar ... consiste en ayudar a los alumnos en su proceso de integración crítica y constructiva en una sociedad vasca de carácter plural y pluricultural, con un pasado histórico largo y complejo, que ha cristalizado en un presente no menos complejo. Una sociedad que, teniendo una raigambre cultural y lingüística propia, está organizada sin embargo en territorios históricos que forman parte de estados y comunidades históricas distintas. Una sociedad en la que, a las tensiones y conflictos propios de cualquier otra, se añaden algunas derivadas de sentimientos identitarios y de pertenencia diferentes entre sus habitantes. En este contexto las Ciencias Sociales deben ayudar a formar ciudadanos que, desde sus propias identidades y respetando las de los demás, sean capaces de solucionar pacífica y democráticamente los conflictos. Y así, a partir de lo mucho común, que sin duda existe, y del reconocimiento de la diversidad como riqueza común, construir un futuro compartido, con rasgos propios pero en relación con los otros, solidario con ellos y abierto al futuro.
Para que así sea hay mucho que trabajar también, desde las CC.SS., en el terreno de las actitudes necesarias para hacerlo posible. Su propia condición de ciencias peculiares, incapaces por un lado de generar certezas absolutas pero, por otro lado, exigentes en la búsqueda de mejores y más rigurosas interpretaciones, facilita el trabajo de dos actitudes fundamentales para la convivencia y para la solución de conflictos. Una muy importante es el antidogmatismo. Si descubrimos que las Ciencias Sociales no nos permiten alcanzar certezas ni verdades absolutas –aun siendo diligentes y rigurosos en la búsqueda-, el dogmatismo y el fanatismo de cualquier índole no tienen cabida. Se hace preciso ser humildes, reconocer que seguramente no estamos en posesión de la verdad, o al menos de toda la verdad. A partir de ahí estamos en mejor disposición para un diálogo constructivo. Pero, por otro lado, sabemos que las Ciencias Sociales pueden aportarnos mejores aproximaciones explicativas en función del rigor con que trabajemos y de la disposición a afinar los análisis en lugar de limitarnos a los trazos gruesos. De ahí la importancia de trabajar en el área la segunda actitud a la que nos referíamos: el rigor y el cultivo de los matices”
Otro de los grandes objetivos que se proponía consistía en “aprender a ser uno mismo” en un mundo diverso y plural. En relación con esta idea vuelvo a subrayar hoy lo que decía ayer: “También tienen las Ciencias Sociales interesantes aportaciones que hacer al servicio de la construcción de cada persona como ser único e irrepetible en relación con los otros. Porque, sin menosprecio del componente biológico, cada individuo va construyendo su personalidad, su modo de ser y de actuar en la relación con los demás, a partir de las influencias de los grupos de pertenencia y de las referencias culturales específicas de los mismos, pero también a partir de las cada vez más numerosas interacciones entre las diferentes culturas, tanto las que tienen lugar en cada ámbito territorial, cada vez más numerosas y complejas, como las que ocasionan los múltiples flujos de todo tipo que caracterizan a una sociedad cada vez más global e interactiva.
Desde esta perspectiva las Ciencias Sociales tienen, en el marco del curriculum vasco, como mínimo, un triple reto. En primer lugar el de ayudar a los alumnos a percibirse a sí mismos como seres individuales con una dignidad igual a la de cada una de las demás personas, sea cual sea su sexo, raza, color, cultura, condición social, etc., y como tales sujetos de derechos individuales inalienables. El segundo el de acompañarlos en el proceso de identificación de los rasgos que los definen como miembros de una sociedad vasca cultural y lingüísticamente plural, en que cada uno se siente más identificado con una o con otra de las lenguas y culturas en presencia, pero en el que se pretende, sin menoscabo de esa identificación afectiva, que cada miembro de la sociedad vasca valore y aprecie ambas como propias en tanto que parte de la riqueza cultural del propio país. Y en tercer lugar acompañarles en el proceso de identificación personal como ciudadanos del mundo que, desde la conciencia de su identidad personal única y la valoración de la propia cultura, sean capaces de preocuparse por conocer y sentirse solidarios con los demás pueblos, especialmente con los más desfavorecidos, víctimas con frecuencia de relaciones desiguales que es importante conocer”.
Con este punto de partida sobra decir que cada día me siento más incómodo, incluso más irritado, con los planteamientos de quienes, desde posiciones contrapuestas, o simplemente diferentes, se atrincheran en sus reductos ideológicos, o puramente afectivos, y pretenden construir una sociedad vasca a su imagen y semejanza, sin tener en cuenta o menospreciando, cuando no agrediendo, a quienes piensan y sienten de forma diferente. Desafortunadamente se observan, en el día a día, actitudes y comportamientos de parte y parte que no ayudan para nada la aceptación de que vivimos en un país plural en el que cada uno piensa como piensa y siente como siente y tiene el derecho a no ser agredido ni descalificado por ello, a ser respetado y a ser valorado. Eso sí, siempre que él mismo no agreda o descalifique a los otros, los respete y los valore como una parte igualmente importante de la sociedad de la que todos forman parte y entre todos deben construir en colaboración. No voy a entrar en detalles más o menos expresivos de un desencuentro fácil de ver para un observador atento. Me temo que cualquier ejemplo que trajera a colación sería interpretado como una ofensa por alguna de las partes. Hasta tal punto llegan las reticencias y la incapacidad para la autocrítica.
Así las cosas, ¿qué podemos hacer quienes creemos en la posibilidad de convivir pacífica y respetuosamente en la pluralidad?. Una de dos o seguimos insistiendo en una dura lucha contracorriente o nos refugiamos definitivamente en un nicho de melancolía. A estas alturas de la película, y ante estas opciones, uno tiene la tentación de la segunda, pero siente la obligación de seguir abogando por la casi-utopía de una sociedad vasca plural en la que prevalezca el respeto frente a la intolerancia.
Buenos días y hasta la próxima.
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