lunes, 9 de noviembre de 2009

Los banqueros y el trabajo de Dios

¿Quién ha dicho que los banqueros son tiburones sin alma? ¿A quién se le ha ocurrido presentarlos como vampiros, chupadores insaciables de la sangre de aquellos a quienes el sistema convierte en víctimas propiciatorias de su voracidad (o sea, casi todos)? ¿Quiénes osan todavía condenarlos como responsables de todos los males? Sólo la ignorancia y la falta de perspectiva podrían justificar un juicio tan poco fundamentado y tan injusto para estos grandes y nunca bien ponderados benefactores de la humanidad.

Que se lo pregunten si no a Lloyd Blankfein, gran jefe de Goldman Sachs, uno de los grandes bancos norteamericanos. El angelito -y nunca mejor dicho- acaba de reivindicar para si mismo y para el resto de los grandes banqueros la condición de trabajadores de la causa de Dios y de protagonistas no suficientemente valorados de una alta misión social. Según este ilustre personaje, son los banqueros quienes ayudan a las empresas a crecer, porque les ayudan a conseguir capital y a generar riqueza y empleo. En consecuencia todos deberíamos alegrarnos con los buenos resultados de sus bancos, puesto que esto es un indicio de recuperación de la economía.

Reconozco que hasta ahora no me lo había planteado en estos términos, probablemente por una injustificable falta de rigor. Como consecuencia he cometido una tremenda injusticia con estos grandes prohombres de la banca. He sido un desagradecido. ¡Y mira que me insistieron en casa desde niño en aquello de que “ser agradecidos es ser bien nacidos”!. Resulta pues que me miro en el espejo de mi pasado y veo la imagen de un malnacido.

Profundamente afectado por esa imagen y compungido por la injusticia cometida quiero hoy hacer un acto de desagravio, expresar mi más profundo arrepentimiento y dar las gracias a estos infatigables y generosos trabajadores de Dios.

En lo personal quiero expresar mi agradecimiento por haberme permitido en su día la compra de mi casa antes de haber podido ahorrar lo suficiente para hacerlo. No importa que me llegarais a cobrar intereses superiores al 20% anual. Era justo, claro. De alguna manera teníais que obtener los recursos para compensar vuestros cualificados servicios sociales. También podría agradeceros que gestionarais entretanto mis escasos ahorros, a cambio de pagarme un interés. Ridículo, eso sí, pero tampoco vamos a ponernos exigentes con vosotros dada vuestra alta misión social.

Más allá de lo personal, quiero agradecer que vuestro trabajo especulativo nos haya dado a todos nosotros la oportunidad de vivir una crisis económica única. No todo el mundo tiene en su vida la oportunidad de vivir situaciones nuevas de esta envergadura. Tenemos suerte porque además esto nos ha servido para comprobar hasta que punto dependemos de vosotros, trabajadores sociales de Dios. Hasta el absurdo punto de que el sistema haya tenido que acudir al rescate y premiar, con fondos públicos, vuestra irresponsabilidad .

Quiero agradeceros también el hecho de que sigáis cuidandoos, de que sigáis estimulando vuestro trabajo social de servidores cualificados de Dios repartiéndoos entre vosotros primas y bonus de escándalo, mientras infinidad de pequeñas empresas se vienen abajo, el desempleo aumenta y se extienden los efectos de la crisis a capas cada vez más amplias de la población. No importa, siempre quedareis vosotros ahí para sacarnos del atolladero. Y ahora que, con el apoyo público, habéis vuelto a tener beneficios, no vamos a molestarnos porque os premieis por ello. Como dice el citado Lloyd Blankfein, todos tendríamos que estar contentos. Al fin y al cabo es un brote verde, “un signo de recuperación”. Por lo menos la vuestra, si es que alguna vez personalmente habéis dejado de nadar en la abundancia; que lo dudo.

Y ahora, expresado mi agradecimiento, un poco liberado de mi imagen de malnacido, y antes de que me deis la absolución, permitidme una pequeña expansión: “Banqueros del mundo, aplicadísimos trabajadores sociales de Dios: vamos a aceptar que las cosas hayan discurrido de tal modo que os hayais hecho imprescindibles para el funcionamiento del sistema, pero no pretendais encima seguir tomándonos el pelo. Iros a freir espárragos”.

Nada más por hoy. Hasta la próxima.


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