viernes, 6 de noviembre de 2009

Si el señor Francisco levantara la cabeza …..

Justo unos meses antes de su muerte me confesó el señor Francisco que, aunque vivía feliz, pensaba que ya podía morirse tranquilo porque entendía cumplida una de las misiones en las que había comprometido su vida: sacar adelante una familia numerosa en el periodo difícil que media entre la década de los veinte y mediados de los setenta. Dicho con sus palabras: “tenía a todos sus hijos colocados”. O tal vez dijo “establecidos”, no lo recuerdo muy bien. El caso es que, poco tiempo antes, había cumplido con lo que consideraba su última obligación importante para con el más pequeño de sus siete hijos vivos: pagar su banquete de bodas. Y lo hizo con satisfacción y orgullo de padre a pesar de ser un hombre sin apenas patrimonio y de estar viviendo sus últimos años con una modestísima pensión. No me resulta para nada sorprendente. Respondía perfectamente a un sentido peculiar de la justicia según el cual lo que había hecho con los demás hijos no podía dejar de hacerlo con el último independientemente de su situación. Así lo pensaba y así lo hizo, por más que su hijo se empeñara en convencerlo de que las circunstancias eran otras, de que no contaba con ello y de que no se sentiría discriminado si no lo hacía. Todo inútil. Aunque el banquete no fuera de lujo, él se quedó sin una peseta. Si, si, sin una peseta, pero con toda la tranquilidad del mundo y todo su orgullo intacto. Ah, se me olvidaba decirlo. El que se casaba era yo y el señor Francisco era mi padre.

Con este precedente cómo no voy a entender a Félix Millet, expresidente del Palau de la Música y personaje reconocido y premiado en el ámbito de la buena sociedad catalana, en su afán por garantizar a su hija una pomposa celebración de su boda. Frente al caso anterior, hablamos aquí de una celebración que, entre unas cosas y otras, vino a tener un costo superior a los 80.000 euros, es decir en torno a trece millones y medio de las antiguas pesetas (casi dos millones sólo de flores). La asistencia de Consejeros de la Generalitat y de importantes financieros y empresarios catalanes, clara muestra del reconocimiento del personaje, terminaron de garantizar el lustre del acontecimiento.

Hasta aquí nada anormal, especialmente si consideramos las expectativas de la “buena sociedad” para celebraciones de esta índole. El problema reside en que mientras el señor Francisco se gastó hasta la última peseta para pagar los gastos de un modesto banquete, el que ostentaba el cargo de presidente del Palau cargó a la Fundación Orfeó Catalá, según parece desprenderse de los datos de la investigación en curso, 81.156 euros correspondientes a gastos de la boda de su hija. Esto es lo que se llama disparar con pólvora del rey.

Ojo, porque la cosa parece no quedar ahí. Los datos de la investigación apuntan a que los padres del novio le pagaron además alrededor de 40.000 euros, destinados a sufragar la mitad de los gastos de la celebración (ver el diario El Mundo del jueves 5 de noviembre). Una jugada maestra: aseguró a su hija una espléndida celebración de su boda y se embolsó por añadidura más de 6,6 millones de las antiguas pesetas. Claro que esto no es más que pura pacotilla si consideramos que, según se desprende de los datos que van emergiendo, el desfalco de este prohombre a la institución que presidía se mide al parecer en bastantes millones de euros.


Y, llegados a este punto, me pregunto cómo se sentiría el señor Francisco si levantara la cabeza y viera esto….. Presumo la respuesta: si levantara la cabeza, estoy convencido, volvería a reclinarla horrorizado y cerraría otra vez sus ojos para no contemplar tamaña desvergüenza.

Buenos días y mucha paciencia



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