lunes, 14 de diciembre de 2009

De Cicerón a Mencken. Dos versiones de la conciencia

Hace unos días, recordando a Galbraith, prestigioso economista cuyas lecturas han contribuído a configurar algunos aspectos de mi forma de pensar, recogía una cita que éste hacía de Henry Louis Mencken. Afirma Mencken, de manera un tanto cínica, que “la conciencia es la voz interior que nos advierte de que alguien puede estar mirando”. Se trata de una formulación provocadora con la que, en principio, no estoy de acuerdo. Aunque, si se piensa bien, tiene su aquél. Más tarde volveré sobre ella.

A la propuesta de Mencken se opone radicalmente la clásica de un romano circunspecto como Cicerón, para quien su conciencia tenía, dicho con sus palabras, “más peso que la opinión de todo el mundo”. Para Cicerón la conciencia nace de lo más profundo de sí mismo, de los valores que han ido creciendo en él a lo largo de su vida. Y por ello se convierte en instrumento definitivo para orientar los juicios y la conducta personal. Lo que piensen los demás importa poco. Es cosa suya. Lo importante es la coherencia de los propios actos con aquello en lo que uno cree, con aquello que uno valora, independientemente de si se actúa en privado o expuesto a las miradas de otros.

Probablemente no sería muy aventurado suponer que un porcentaje muy alto de gente, entre los que yo me cuento, mira con buenos ojos esta visión ciceroniana de la conciencia, asentada entre otros en los principios de coherencia y autenticidad, bajo el signo de una moral autónoma. Y sin embargo me resulta difícil imaginar que pueda haber un solo ser humano, con algún recorrido, -ni siquiera el propio Cicerón- que alguna vez, a lo largo de su vida, no haya actuado mirando de reojo a la concurrencia, que no se haya comportado en alguna ocasión en público de manera diferente a como lo hubiera hecho en privado. Confieso mi delito y acepto mi culpa. Yo también lo he hecho en ocasiones. Porque, como decía otro clásico romano, Terencio, “humanus sum et nihil humanum a me alienum puto” (soy humano y como tal, nada de lo que es humano me resulta ajeno). Y humano es, sin duda, intentar dar, ante los demás, una buena imagen de uno mismo. ¿Y quién asegura que, en este intento, no haya habido personas a quienes, teniendo una conciencia personal bastante laxa, la posibilidad de ser observadas y reprobadas socialmente (versión menckeniana de la conciencia) les ha impulsado a un comportamiento mejor del que hubieran adoptado siguiendo los dictados de su conciencia personal en la versión ciceroniana?. ¿Acaso alguien duda de que muchos de los delitos que se cometen tienen que ver con el hecho de que los delincuentes – pensemos por ejemplo en la corrupción política- han podido actuar a salvo de miradas ajenas? ¿Acaso se puede dudar de que algunos otros delitos no se han cometido porque los potenciales delincuentes se han sentido observados?

Claro que, dicho esto, tengo que añadir que, en cuestiones de conciencia, no me siento para nada menckeniano. Creo con Cicerón en la conciencia como un impulso interno que oriente la conducta, como resultado de una formación bien orientada. Y, por supuesto, me fío más en general de las personas que actúan en conciencia, versión ciceroniana, que de los que hacen lo correcto sólo porque son observados. Pero, a falta pan buenas son tortas. Y si alguien, a quien su conciencia en versión ciceroniana no le impediría un comportamiento delictivo o socialmente reprobable, se comporta mejor cuando es observado, demos la bienvenida a la versión menckeniana de la conciencia. Eso sí, seamos también prevenidos con sus portadores. Nos la pueden dar con queso a la vuelta de la esquina.

Feliz semana y hasta la próxima


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