viernes, 4 de diciembre de 2009

El Dios que yo imagino

La polémica actual sobre la presencia o no del crucifijo y otros símbolos religiosos en las escuelas, que para mi tiene una importancia relativa, me inspira una reflexión de mayor calado. Quienes hemos sobrepasado cumplidamente los sesenta hemos tenido la oportunidad de ser testigos de la evolución de la forma de presencia de la religión en la sociedad, en los modos al uso de vivirla por los ciudadanos y en la forma de relación entre lo religioso y lo civil, entre la iglesia oficial y el poder político. Fuimos testigos y víctimas de una época con unos planteamientos religiosos opresivos hechos por una iglesia oficial en franca connivencia con el poder civil surgido de la victoria en una guerra civil bendecida como “cruzada”. Nada se escapaba entonces a la influencia cultural de lo religioso. Cada momento de la vida era filtrado por alguna vivencia, por alguna experiencia, consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, de lo religioso. Y todo eso de la mano de un dios que nos dibujaban poderoso y justiciero, que pedía resignación a los pobres y premiaba las “caridades” de los ricos. Un dios que, traducido por sus ministros, parecía más preocupado por el sexo que por las injusticias sociales, más por garantizarse una clientela resignada de misa y rosario que por la reivindicación de los derechos individuales y colectivos.

Por fortuna, vivimos luego otros tiempos en que el impulso dado desde el Vaticano por un hombre bueno, Juan XXIII, fue diluyendo esa imagen severa del dios poderoso para dibujar otra más preocupada por los problemas de la gente, más bondadosa y más risueña, inspiradora de una acción comprometida en la lucha por las causas de la solidaridad, la libertad y la justicia. Una parte importante de la jerarquía católica española de la época, con Tarancón como figura destacada, y grupos significados de cristianos contribuyeron a perfilar esa imagen renovada de un dios comprometido con esas causas, infinitamente más bondadoso y compasivo, mucho más implicado en la defensa de los débiles y menos comprometido con el poder. Lamentablemente, no parece que el impulso de este cambio haya persistido hasta hoy. Por el contrario parece que vuelve a presentarse ante nosotros la imagen oficial de un dios conservador demasiado preocupado por cuestiones que, sin ser despreciables, no son las más importantes.

Paralelamente estamos observando en la actualidad la imagen intolerante y fanática que ofrece de dios el sector más radical del islamismo en su pretendida lucha contra los “infieles”. Una imagen más de un dios que se manifiesta cruel e intolerante y que busca dominar y controlar las mentes y las vidas de sus fieles. No es de extrañar que estas imágenes resulten cuando menos poco atractivas para una gran mayoría de personas. Tampoco a mi me gustan. No puedo imaginar y creer en un dios así.

El dios que yo imagino no es un dios convencional, secuestrado e interpretado a su gusto por instituciones de poder. Esas instituciones históricas y actuales que han reclamado en el pasado o reclaman hoy para sí la propiedad de un dios verdadero y auténtico frente al dios o los dioses de otras religiones que reclaman también para sí la representación de dioses igualmente auténticos, verdaderos y excluyentes. Teniendo como tengo infinidad de dudas -que no confío demasiado en poder resolver-, estoy sin embargo convencido de que, si hay un dios, ha de ser el mismo para todos, europeos, asiáticos y africanos, budistas, musulmanes y cristianos. Me lo imagino como el inspirador de lo mejor que late en el corazón del ser humano, de las ideas y de los valores que orientan su acción y la de los grupos de pertenencia hacia la promoción de la libertad, la justicia y la solidaridad; no importa si se declaran budistas, musulmanes o cristianos. Es más, aun a riesgo de que alguien se pregunte si desvarío, creo infinitamente más en el dios ignorado o negado por un agnóstico o un ateo confesos, cuando estos se comprometen en la lucha por la justicia, que en el dios, demasiado místico y a menudo blando, al que se venera o se reza en las pagodas, en las mezquitas o en las iglesias cristianas. Si Dios existe, no estoy para nada seguro de que esos sean los lugares en los que se siente más cómodo.

No creo para nada en el dios de las guerras de religión, ni en el dios en cuyo nombre se quemaba a los herejes en la hoguera, ni en el de la espada y la cruz de los conquistadores, ni en el de las cruzadas, ni en el de la yihad islámica. No creo en un dios adicto a la ampulosidad y al boato, a las formalidades y los ritos vacíos, ni en un dios de espiritualidades blandas y anodinas que no lleven al compromiso. No me gusta la idea de un dios de grandes dogmas y de verdades absolutas. Puedo, sin embargo, imaginarme un dios que inspira a los que se empeñan en la lucha por la libertad, por la paz en la justicia y por la solidaridad entre las personas y los pueblos. Y también un dios compasivo que compense algún día de algún modo, aquí o allá, a las víctimas de la injusticia, de la insolidaridad y de la intolerancia.

Buenas noches y hasta la próxima


1 comentario:

Marcos dijo...

Me gusta el Dios que tu imaginas.¿Por qué? Porque es un Dios que inspira a los que trabajan por su Reino, para crear un mundo más justo, solidario y feliz.
Nadie sabe como es Dios, nadie lo ha visto jamás. Hasta Jesús, cuando en sus parábolas nos habla de a que se parece el Reino de Dios, el nos habla del Dios que se imagina a través de las experiencias de su vida.
Para mi es muy significativo, el milagro de la hija de la mujer Sirio-fenicia. En el que Jesús contesta a la mujer con una frialdad inesperada (la única que aparece en todos los evangelios), el Dios que Jesús se imagina en ese momento, es un dios exclusivo para el pueblo de Israel, y para el que una mujer extranjera no tiene ningún derecho de vivir su reino. Tras las palabras de la mujer "También los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños", Jesús, en ese momento, gracias a la experiencia que le ha tocado vivir, lo comprende todo y cambia su imagen de Dios, se da cuenta de que el Dios que el se imagina no solo sufre por el sufrimiento del pueblo de Israel, sino que su sufrimiento es por todo el mundo, y su plan de justicia es para el Reino de Dios, y el Reino de Dios es toda la Creación, el mundo, el universo, y todo lo desconocido.
Un saludo, he descubierto tu blog, y me ha encantado, seguiré leyendo tus comentarios, merecen la pena.
Seguiremos en contacto.