Aznar, Arzallus, Ibarretxe. Tres personas distintas y una misma transgresión verdadera. Me refiero a la transgresión del considerado por muchos el undécimo mandamiento, el que prescribe “no molestar”; un mandamiento de aplicación preferente a quienes, habiendo detentado un cargo importante, terminan su ejercicio y han de buscar acomodo al margen de su anterior reducto de poder. No alcanzo a imaginarme las razones, pero a algunos se les hace extremadamente difícil asumir que su tiempo ya pasó.
A nadie sorprende ya la irrefrenable tendencia del expresidente Aznar a impartir doctrina sobre lo que es bueno o malo para España o sobre los posibles defectos de gestión de sus sucesores en el gobierno o en su partido. Lo hace a menudo, con voz engolada, desde su particular tribuna de Faes, o con un pretencioso y afectado inglés (no sé si de Texas o de Quintanilla de Onésimo) en bien remuneradas conferencias en alguna universidad americana. No voy a negarle, ni a él ni a nadie, su derecho a expresar libremente sus opiniones -faltaría más-, pero no estaría mal que, por respeto con sus sucesores en el gobierno y en el partido, intentara mantener un tono prudente, que les facilitara el ejercicio desde su particular manera de entenderlo. Asumiría así con dignidad que su tiempo ya pasó y que sus sucesores están ahí porque quien tenía la posibilidad de decidirlo así lo ha querido.
A nadie sorprende tampoco la incontenible tendencia de Xabier Arzallus a torpedear a sus sucesores en la dirección del PNV. Lo hizo de manera insolente y airada con su relevo inmediato, Josu Jon Imaz, representate de una línea del partido abierta al entendimiento con los partidos de ámbito estatal, a quien, con la inestimable colaboración de su fiel escudero Egibar. ni por un momento dejó de poner palos en la rueda. Pero es que tampoco se lo pone fácil al actual presidente del PNV, Iñigo Urkullu, a pesar del afán de éste por adoptar posturas tendentes a la conciliación entre las diferentes sensibilidades del partido. Arzallus, como Aznar, son, en mi opinión, una buena muestra de falta de elegancia y deportividad . Son también unos habituales transgresores de este peculiar undécimo mandamiento.
Por si esto fuera poco reaparece ahora con ímpetu, en la escena política vasca, el exlehendakari Ibarretxe. A pesar de sus manifestaciones posteriores a la elecciones en las que parecía aceptar el final de su tiempo político, su reciente aparición en una conferencia insistiendo en la idea central de su última legislatura como lehendakari (el derecho a decidir) y en la idea de que ningún partido que no sea el PNV puede ostentar el liderazgo del pueblo vasco, permite sospechar que la cosa no está tan clara y que se puede convertir, si no lo es ya, en un transgresor cualificado del citado mandamiento. Y en este caso me voy a permitir sugerir alguna posible razón que podrían avalar lo que no deja de ser un poco más que una intuición.
Como me gusta tener información de primera mano sobre el pensamiento y las propuestas de diferentes protagonistas de nuestra vida política, y como además dispongo de tiempo suficiente para hacerlo, suelo seguir algunos blogs, y entre otros lo hago asiduamente con el de I.Urkullu. Pues bien, después de leer en él el contenido de una entrada en la que el autor hacía una interesante propuesta para la estabilidad institucional para la legislatura, hice yo una entrada en el mío en la que la comentaba en términos elogiosos (ver la entrada del 11 de Julio de 2009, titulada “Sobre la propuesta de estabilidad del PNV”: http://pacogomez45.blogspot.com/2009/07/proposito-de-la-propuesta-de.html ). No conforme con eso tuve la ocurrencia, no sé si feliz, de incluir lo fundamental de esta entrada en el blog de Urkullu como comentario a la suya. Para ser honesto no quise excluir una referencia crítica del original a los planteamientos intransigentemente soberanistas de Ibarretxe que, en mi opinión, habían hecho imposible un gobierno de coalicción o un pacto de legislatura de carácter trasversal entre el PNV y el PSOE. Los comentarios posteriores del blog, muchos de ellos bastante agresivos con el mío a propósito de esta referencia, me permitieron comprobar la adhesión incondicional, casi religiosa, que muchos militantes o simpatizantes del PNV tienen para con Ibarretxe. Así son las cosas y así hay que reconocerlas. Por eso entiendo la posible tentación de volver al protagonismo. Por eso entiendo también que su reaparición en el escenario político, junto con la presencia de Egibar y la actuación subterránea de Arzallus, pueden hacer más difícil cualquier intento de la dirección actual del PNV por propiciar el diálogo entre partidos nacionalistas y no nacionalistas, por buscar acuerdos de carácter trasversal y, como consecuencia, por desdramatizar la vida política vasca. Por eso mismo pienso que, como Aznar y como Arzallus, también Ibarretxe debiera recordar y cumplir el undécimo mandamiento: no molestar.
Feliz semana
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